Agrupación musical de Cristo Yacente | Foto: Pablo de la Peña
Mis pies al borde, alineados en el mismo borde de la acera desde donde, expectante, intuyo cerca ya los sones que hacen palpitar al preciado cielo de Salamanca en Semana Santa.
Impacientes, los niños traspasan ese límite de contención de la ilusión, porque la emoción gana la batalla a la obediencia y poco a poco la fila se va desvirtuando, pues la excitación nos alborota cuando la música reclama nuestra entrega total.
Cornetas y tambores encogen el alma y elevan el sentir salmantino con el ímpetu de su propio latido, desgarrando la intimidad del que observa al Cristo doliente y a la Madre sola.
Son las notas vigorosas de bandas y agrupaciones musicales, sublime aderezo en la pasión, que ensalzan el espíritu cristiano en la experiencia única que solo quien la vive sabe de su fortuna.
Acordes y solos, adornos armónicos y melodías rasgan el velo de nuestra compostura para emplazarnos en un duelo eminente que concluye en el hecho más excelso conocido, referencia de todo aquello que nos mueve, que nos define y nos hace hermanos.
La música, según la definición dada por Claude Debussy, apoya esta sensación que produce cuando, unida al sentimiento religioso, confluye como «un total de fuerzas dispersas expresadas en un proceso sonoro que incluye el instrumento, el instrumentista, el creador, su obra, un medio propagador y un sistema receptor». Esa fuerza mencionada es la que agita nuestros sentidos para encumbrarnos en el momento trascendental del conocimiento sobre el porqué del padecimiento del Hombre.
…
Y el silencio rompe la noche también, cuando las aguas del Tormes refrescan la madrugada en los días santos, y se hace pedazos, que vuelan hasta el pulso de quienes salen al encuentro del Señor por Compañía o Libreros, por Tostado o el Patio Chico. Cristo descubre las calles de Salamanca mudas y solo el paso marcado de los hermanos narra la cadencia de la pena que viste a María.
Ese mutismo se hinca punzante en el alma y de ese modo solemne penetra en nuestros poros el abandono del Señor, siendo testigos de la dureza de la soledad, haciéndolo propio en estos días más que nunca.
Silencio que al ser perturbado por quien vaga a deshoras en otras historias se hace aún más impactante y nos sitúa de un golpe en el recuerdo de nuestro propio despiste que nos ha alejado en tantas ocasiones del mensaje esperanzador de reencontrarnos en el regazo de nuestro Padre, calladamente, en humildad y súplica de paz para nuestras almas.
Música y silencio mejor.
0 comments: