Fue en un «vía lucis mariano», peculiar formato que en Jerez de la Frontera se empleó para presentar los misterios de la Salvación, en el tiempo de Pascua y con la Virgen como acompañante e hilo conductor, durante el Año de la Fe. Aquel 20 de abril de 2013 tuvieron los jerezanos una verdadera procesión de los catorce pasos y uno de ellos era el de la Adoración de los Magos. Hubo paso de los Reyes, postrados ante el Niño, señalada la Sagrada Familia por la estrella de Belén. Ese inédito paso de los Reyes que salió de forma extraordinaria a las calles, con su cortejo, sus cornetas y sus tambores, se apoyó, como todos, en cuatro patas. Una vez desmontado, entregado al archivo de los recuerdos y las galerías fotográficas, integrado ya en la memoria compartida de los cofrades, aún podemos apoyarnos sobre las cuatro patas del entrañable relato de Mateo (2,1-12) que lo inspiró.
La búsqueda, siempre en salida
¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo. La Delegación de Apostolado Laical de la Diócesis de Salamanca, y con ella la Coordinadora Diocesana de Cofradías, felicitaban la Navidad hace unos días subrayando que «María y José salieron de Nazaret, que los pastores dejaron todo y corrieron a Belén, y que los Sabios se pusieron en camino…», imágenes de una «Iglesia en salida, para dejarse mirar por Él y anunciarle». Aquellos Magos se nos presentan como buscadores de la Verdad y cooperadores de su difusión por todo el mundo, como en un anticipo de la misión a la que Jesús envió a los suyos en la primera hora y que conserva su vigencia y actualidad casi dos mil años después. Las cofradías, en el recién estrenado 2021, quizá más esperado que nunca un nuevo año, han de ser buscadoras permanentes de su lugar en la Iglesia y en el mundo. Conservan un legado, un estilo, una serie de tradiciones bien insertadas en la Sagrada Tradición, pero esto no puede hacerlas caer en el inmovilismo que siempre aparca la necesaria reforma. El tesoro del anuncio explícito de la fe, con bellas expresiones, merece ser mostrado y cuidado: esto requiere seguir buscando la forma de hacerlo mejor. ¿Permanecemos los cofrades, como lo estuvieron los Magos, atentos al cielo, a esas estrellas que Dios sigue mostrando como signos de los tiempos, y que tantas veces descubrimos aterrizadas y encarnadas con singular nitidez si somos capaces de mirar con el corazón abierto? Hoy ha puesto estrellas sobre la Semana Santa y resto de actos devocionales en un tiempo de pandemia, de distanciamiento físico, en el que no debemos renunciar a la presencia de la fe en la plaza pública. También ha puesto estrellas sobre cientos de familias, muchas de ellas cofrades, en situación de enfermedad, de pérdida de empleo, de desestructuración y separación. Y no se mueven las estrellas, sino que más bien brillan más, que iluminan a los pobres que ya lo son más que en marzo, a los hermanos del Sur, a los refugiados y migrantes, a los no nacidos y ancianos desamparados, a los cristianos perseguidos…
La alegría, verdadera expresión de la fe
Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Cuántas veces se habla de la alegría como de pasada, con superficialidad, como un sentimiento efímero, cambiante, sometido a los vaivenes de la vida. Para los Magos la mayor alegría fue recuperar ante sus ojos la estrella que les había enviado al incierto camino. La estancia palaciega en Jerusalén, donde reinaba mundanamente aquel indeseable Herodes, da paso a la llegada a esa casa humilde de Belén, apenas un portal, un establo de animales, donde se reina de otra manera, en la desnudez de un niño: por trono un pesebre, por corona el aliento de una mula y un buey, por toda guardia real la joven María y el justo José. ¿Acaso tanta pobreza, tanta humildad, puede suscitar en alguien la alegría? ¿No sería más bien motivo de rechazo? El Evangelio de Jesús, causa de contradicción durante dos milenios, está completamente atravesado por la alegría. De punta a punta. Desde el Alégrate del ángel a la Virgen (Lc 1,28) a la promesa de Cristo: Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón, y nadie os podrá quitar vuestra alegría (Jn 16,22). Así lo vivieron cuando se encontraron con el Resucitado. Qué natural, qué propio, que la última advocación de nuestra Semana Santa, la que precede a Jesús Resucitado recién encontrado, sea precisamente la Alegría. Una alegría inmensa debiera llenarnos a todos, como a los Magos, por tener el honor de anunciar esta Verdad que nos ha sido revelada por pura gracia. ¿En qué forma podríamos hacer de cada cofradía una comunidad alegre en el Señor, al que confiesa Resucitado? El Papa Francisco, al inicio de Evangelii Gaudium (n. 7), nos dice citando a su antecesor: No me cansaré de repetir aquellas palabras de Benedicto XVI que nos llevan al centro del Evangelio: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva».
La adoración, ofrenda en silencio
Cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Este instante merece pocas palabras. Callar. Contemplar. Fijar la mirada en el Niño Dios. Porque, como anunció el profeta, ante él los reyes cerrarán la boca, al ver algo inenarrable y comprender algo inaudito (Is 52,15). El silencio adorador ayuda a ver lo que no sabemos explicar. De rodillas se entiende mejor, se acepta la pequeñez, se abraza la fragilidad, se encuentra al Cristo que, a pesar de su ser divino, se abajó a la humana existencia hasta la muerte (cf. Flp 2,6-8). Es en adoración como nos ofrecemos, donde entregamos lo mejor que tenemos, cuando nos damos. El curso pasado, en la Oración Cofrade, se propuso la trilogía «Adorarle en el pesebre, en la cruz, en el sagrario». Como tantas otras iniciativas, quedó inconclusa: los sagrarios no llegaron a visitarse. Como tantas otras ideas, siempre habrá tiempo de retomarlas con nuevo vigor. Junto a las imágenes sagradas que veneramos, el Pan de Vida que en el sagrario nos espera para ser adorado, el mismo Jesús ante el que los Magos hincaron sus rodillas en Belén. Buen regalo de Reyes, privilegiados adoradores, nos haríamos reforzando los momentos de adoración eucarística en nuestras cofradías.
El otro camino, que Él señala
Habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino. Son diversos los caminos que confluyen en quien es camino, verdad y vida (cf. Jn 14,6). Todos son el camino virgen que versaba León Felipe. A los Magos se les señaló uno diferente para regresar a su casa. Volvieron transformados y lo hicieron por donde no pensaban transitar, abiertos como estaban a la revelación de Dios, a la inspiración del Espíritu, manifestada para ellos en sueños. Las cofradías saben que la caridad fraterna, con propios y ajenos, está en su núcleo original y en su esencia: ¿han de seguir desarrollándola como ahora?, ¿en qué pueden cambiarla?, ¿qué necesidades pueden socorrer?, ¿habría manera de aunar esfuerzos? También son conscientes de la urgencia de formarse en la fe, en la Palabra, en la doctrina de la Iglesia: ¿basta con lo planteado hasta el momento?, ¿se podría dar un paso más?, ¿cómo atraer a los cofrades hacia esta dimensión tan minoritaria? Con todo, el fin fundamental sigue siendo dar culto público a Dios, culto concretado en el amor a los hermanos y en el anuncio del Evangelio. El culto externo, tan propio de las cofradías, está sujeto a las restricciones sanitarias. Resulta inevitable entonces discernir de qué manera habrá de conservarse mientras no sea posible un desarrollo ordinario, partiendo de la convicción de que el espacio público no debe perderse como lugar de presencia de la fe, de celebración, de anuncio. Es momento de una sana creatividad que no derive en ocurrencia, igual que la prudencia no puede degenerar en desidia. Estoy seguro de que las cofradías de Salamanca serán perfectamente capaces de consensuar y compartir una Semana Santa debidamente adaptada a la situación, conservando aquellos actos que puedan celebrarse con seguridad y sin desvirtuarse. Pienso en aquellos actos históricos de la Semana Santa con un elemento paralitúrgico, como el Descendimiento o el Encuentro, u otros como el indulto del recluso ante Jesús del Perdón, la oración universitaria al Cristo de la Luz, el Via Matris o las estaciones en la Catedral, por poner algún ejemplo. Es cierto que Dios ve en lo escondido (Mt 6,6), y que para Él no tenemos que sacar a la calle ninguna procesión, pero habrá que discernir si somos luz (cf. Mt 5,14-16) celebrando la Semana Santa íntegramente en el templo o, como los Magos, entregándonos a la incertidumbre de otro camino al que fuimos llamados primero.
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