Llevamos más de veinte años hablando de la formación específica para cofrades. La Tertulia Cofrade Pasión, en esto como en otras muchas cosas, fue pionera. Cuando nadie lo había considerado hasta entonces en Salamanca, en 1998 organizó su primer curso de formación cofrade. Y lo mantuvo hasta 2002, con varios encuentros anuales en los que especialistas de todas las disciplinas abordaron con rigor un montón de temas vinculados a la religiosidad popular, la Pasión de Cristo, las procesiones penitenciales o el arte y la historia de las cofradías. Cinco años que sirvieron para que en los medios y entre los dirigentes cofrades comenzase a hablarse de la necesidad de unos cofrades bien formados, al menos entre los cuadros dirigentes. Después la diócesis hizo su propuesta y la tertulia lo dejó. Ya no era necesario redundar en aquello que estaba haciendo, con mayor o menor acierto, quien debía hacerlo.
Los nuevos cursos de formación para el cofrade acabaron siendo una catequesis sin encubrir. Craso error. Y no por la catequesis en sí, que la catequesis en inherente a la vida cristiana, incluyendo a los más convencidos y formados. El problema era más bien de fondo, pues se vendía gato por liebre y eso no gusta a nadie, tampoco a los cofrades. Por eso decayeron y la oficialidad diocesana, hace diez años, decidió encasquetar este menester a la Coordinadora de Cofradías, un ente sin forma legal que inhabitaba por entonces en los limbos diocesanos. La Coordinadora, hoy felizmente normalizada y ubicada por gracia y obra de las Normas diocesanas para cofradías, está integrada por cofrades, píos y fervorosos, pero cofrades a fin de cuentas, que saben de qué va el invento y tienen tino para elegir temas y ponentes, amén de una paciencia infinita para perseverar. En este aspecto hay que reconocer a la Coordinadora un trabajo más que meritorio. Ahí está la oferta, todos los años. Nadie puede decir ahora que no se ponen los medios.
La última propuesta de estos «lunes cofrades» ha sido la de mirar hacia las imágenes sagradas ‒el adjetivo siguiendo al sustantivo, mejor así‒ como una expresión de la Palabra de Dios. Con la intervención deTomás Gil, la persona más preparada en la diócesis para abordar esta cuestión, que insistió muchísimo en dejar claro que la imagen sin Palabra acaba siendo idolatría ‒a veces basta con anteponer el adjetivo al sustantivo para que lo sea‒. Gil es un cura preparado, especializado en arte religioso y comprometido con la evangelización a través del arte. Los documentales del grupo Fe y Arte dan buena cuenta de ello. Igual que sus desvelos por sacar adelante un museo diocesano que, sorprendentemente, un sector de la propia diócesis clerical está torpedeando desde dentro. Pero ya sabemos que «la actividad ministerial [del cura] debe ser una manifestación de la caridad de Cristo […] de manera que dé forma a la propia vida». Es lo que dice el Directorio para el ministerio y vida de los presbíteros y por estos lares se tiene muy en cuenta. Lo estamos viendo constantemente… ¡Ay, Señor, Señor! Que entre santa y meretriz, no sé yo, no sé yo. El caso es que, pese a todo y a algunos, Tomás Gil sigue ahí, dando el callo donde se lo piden, iluminando, sugiriendo, defendiendo contra el viento y la marea que el arte, incluidas las imágenes de las cofradías, es un medio extraordinario para la enseñanza y vivencia de la Palabra.
Cuando las cosas se hacen bien, y es el caso de Tomás Gil, en lo suyo, y la Coordinadora de Cofradías en el cometido de canalizar la formación para los cofrades, no queda otra que alegrarse, reconocerlo y felicitar. Si además hubiera estado presente en esta última convocatoria alguno de los vicarios renovados, por eso de hacer presente a la diócesis en un asunto tan de pastoral, como en otras ocasiones que el ponente hacía tilín, la jornada hubiera salido redonda. Pero tampoco se puede tener todo en la vida, así que nos quedamos con lo bueno, que dada la coyuntura ya es bastante.
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