Fernando Mayoral junto al Custodio de Tierra Santa el día de la bendición del Cristo de la Humildad | Foto: Pablo de la Peña |
Tras la fiesta de San Juan de Sahagún e inmersos en una oleada de calor del mes de junio, que nos anticipaba la llegada del verano, el día catorce nos llegó inesperadamente la triste noticia del fallecimiento del escultor Fernando Mayoral. Ya muchos lo echamos de menos el sábado anterior al Domingo de Ramos, antes de la salida en la procesión de la Seráfica Hermandad Franciscana del Cristo de la Humildad. Dentro de la parroquia de San Martín muchos preguntábamos si no nos iba a acompañar este año, la respuesta de unos era que estaba pasando esos días con su familia a Galicia, otros comentaban que le habían visto algunos días antes de irse notando la debilidad de sus muchos años.
A pesar de su ausencia, Fernando Mayoral estuvo presente en toda la ciudad no solo por la imagen que talló y desfiló, sino por haber sido elegida para el cartel de este año de la Semana Santa de Salamanca. A través de la impresionante fotografía de la procesión del Santísimo Cristo de la Humildad de Manuel López Martín, en la que la luz se concentra en el verdadero protagonista de nuestra fe, el Crucificado.
Aparece también a su sombra y en la penumbra el autor de la obra, caminando por detrás y a su lado, inmerso en la marea oscura de los hábitos franciscanos sobre los que parece navegar Cristo, abandonado en las manos del Padre y entregado por la humanidad sobre la cruz, teniendo como telón de fondo la piedra franca de Villamayor del Palacio de Anaya. Se convierte así en un documento visual, bello, único y novedoso, en el que se nos invita a contemplar más que a mirar, deteniéndonos en los detalles, porque la figura de Mayoral no es visible a simple vista, aparece como un hombre menudo y humilde, que pasa inadvertido, como si se cumpliera uno de sus deseos, según nos comentaba tantas veces en el taller mientras dibujaba, moldeaba y, finalmente, tallaba esta impactante obra, de que algún día dejaría sus manos creativas para valerse por sí misma y ser patrimonio de todos, porque en eso consiste el arte.
Se trata de su penúltimo encargo escultórico, realizado en 2017 por la Hermandad Franciscana de Salamanca con el propósito de reparar la deuda histórica que las cofradías de la ciudad tenían con Fernando Mayoral. Uno de los mejores y más reconocidos escultores de Salamanca de la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI, junto a José Luis Núñez Solé, Damián Villar, Venancio Blanco o Agustín Casillas, no tenía ninguna obra en su Semana Santa. Es verdad que hubo dos intentos para que Mayoral realizase dos pasos, una entrada en Jerusalén y una Santa Cena, pero por distintos motivos desgraciadamente no resultó ninguna. De ahí la feliz idea de este encargo, el séptimo y último crucificado de Mayoral, que desfiló en la víspera del Domingo de Ramos de 2018 por las calles menos turísticas del centro histórico de la ciudad, saliendo de la parroquia de San Martín en la que ha quedado integrado para el culto eucarístico. Es verdad que le costó físicamente, con sus 87 años, aceptar este encargo, pero no se pudo resistir ante una temática tan atractiva que le permitía representar a aquel que es el modelo del ser humano, traspasando el misterio de la vida y la muerte.
Posiblemente de esta manera Mayoral culmina su manera de concebir la belleza y el arte en la figura humana. Quiero dar gracias a Dios por haberle conocido como artista y como persona, pido al Señor que ahora pueda contemplar cara a cara el rostro que tantas veces imaginó, modeló y talló con sus propias manos. A nosotros nos queda la esperanza que nace de lo que nos transmite la belleza de sus obras en las plazas y calles de Salamanca y, sobre todo, en los crucificados de las iglesias de San Martín, de la Sagrada Familia en el barrio del Zurguén y la parroquia de San Pedro Apóstol de Pedroso de Armuña. ¡Gracias Fernando!
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