Cristo de la Humildad | Foto: Manuel López Martín |
24-02-2023
El invierno reivindica que aún es su tiempo, impregnando con la blancura deslizante de sus estrellas danzarinas la rutina, cuando la Cuaresmera se ha calzado ya sus siete semanas, despertando el hormigueo de los semanasanteros.
Y así, Salamanca espera en distancia cercana la semana de Pasión, avistando la siembra de palmas y cera por sus calles, sintiendo el pálpito de cornetas y tambores, saboreando la oración que en su piedra los siglos tallan.
No huele a azahar el Lunes Santo; me embriaga el silencio que los cardos engarzan entre su pena seca a los pies del Cristo de los Doctrinos. Y no es carrera oficial, pero es la calle de las calles de Salamanca en Semana Santa, la calle de la Compañía, antagónica su prestancia con la mayor de las soledades: el dolor de la Madre desmayado en el manto de su amargura.
Las cruces van enhebrando las hileras de hermanos universitarios que prometen silencio el Martes Santo. Las palabras se engarañan porque se hiela de espanto el viento que la noche llora, cuando la Madre interpela al dolor, dolor en el silencio del Hijo, silencio que viste de noche a la Madre.
La puerta de Ramos se abre arrinconando la algarabía de bienvenida al Amado. Nuestra mirada se apresura al interior de la Catedral Nueva, en la inquietud alimentada por el incienso que va rindiendo su suspiro, para mostrarnos el rostro sincero de la muerte, en el proemio del Jueves Santo. Es el preciso momento del Hombre en su Agonía. Se anudan todas las culpas en la garganta hasta romperse con el eco de las campanas en Anaya y altos los capirotes elevan nuestros ojos donde resiste, en su quebranto, la pena; porque reconocemos al Padre en el Hijo, a hombros de todos los hombres, que “Llorando a Mares” soportan todas las penas.
No tiene puerto el Tormes, pero navega en los faroles el alma de los vecinos arrabaleros, cuando el Amor del Cristo es la brisa que pone rumbo hacia Tentenecio, y su Paz la estela que una saeta deja en la soledad del puente, hasta su regreso. Y por el barrio del Carmen, vienen los vecinos de las casas rojas, uniéndose a los de Pizarrales; son gentes de los barrios de Salamanca que arrebatan a la tarde el fulgor de su luz más clara, para entregárselo a la Madre como incipiente brillo de la hora esperada; así, es Señora del Silencio que lo arruga en su regazo, porque en el vacío de la muerte se apresura el calor de la esperanza, en el calor de sus barrios.
Espero, Señor, a la lumbre del oro de las torres de Salamanca, tu llegada. Te espero en todos tus nombres, en tus latigazos, en tus lágrimas, te espero despojado, yacente y rescatado, espero tu perdón, tu misericordia, tu luz. Y espero tu humildad, Padre, porque llegarás en un pollino y triunfarás en la cruz.
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