El Descendido, de Benlliure, durante el último traslado en Zamora | Foto: R.S.D. |
27-03-2023
Supongo que hoy es un buen día para hablar del decoro. Derivado del vocablo latino «decorum» se trata de un principio aplicable a diversos aspectos como la estética o el comportamiento social. El decoro, que puede traducirse por «lo apropiado» o «lo adecuado», constituyó, así mismo, una de las disposiciones formales del Concilio de Trento ‒que reflexionó sobre esto en su vigésimo quinta y última sesión, celebrada el 4 de diciembre de 1563‒, y a la que tanto debe esto de la Semana Santa. Se trataba de ofrecer a los artistas unos cánones que les guiaran a la hora de realizar las imágenes sagradas, según los cuales estas no debían perturbar el ánimo de los espectadores. Antes al contrario, debían elevar el corazón sencillo del pueblo con figuras adecuadas (nunca inquietantes), que exaltaran a la iglesia triunfante y dejaran clara su grandeza y apoteosis frente al enemigo luterano. Es evidente que la amenaza protestante estaba en el horizonte de estas disposiciones: la Contrarreforma católica había comenzado.
Aunque en aquella ocasión los padres capitulares se referían a los artistas, creo que el concepto nos viene aquí «pintiparado», ya que cada vez es más frecuente su ausencia en todo lo que atañe a nuestra Semana Santa. Evocar a Trento puede parecer «viejuno», pero lejos de ello debemos recordar que este concilio fue especialmente sensible a todo lo que tenía que ver con lo sagrado, no solo con la producción de imágenes, a las que, según sus cánones, se les debía dar el correspondiente honor y veneración, no porque se creyera que había divinidad en ellas, si no por los originales que estas representaban.
Así pues, sería bueno que esta semana, llamada antiguamente de Pasión por que la liturgia –previa a la reforma‒, iba recordando la inminente llegada de la Pasión de Cristo, reflexionáramos un poco sobre el «decoro» y la actualidad del mensaje tridentino. Lo pensaba el pasado sábado 18, durante el traslado de los pasos a la «Carpa» que los acogerá estos días de Semana Santa, en el que se repitieron parecidas escenas dantescas que en el traslado de octubre, previo al derribo del Museo, pero esta vez en plena cuaresma y en una Zamora llena de turistas.
Pasos descubiertos, algunos de ellos casi entoñados con los abrigos de los cargadores cual mesa de mercadillo, faldillas quitadas o a medio quitar, imágenes casi en bata de andar por casa… No sé, pero se me ocurren formas mucho más «decorosas» y «dignas» de hacer un traslado, en una Semana Santa que presume frecuentemente en tascas y bares de jugar en la Liga de Campeones (ya el símil balompédico me parece fuera de lugar, dicho sea de paso). Es obvio que se trataba de un traslado funcional y que era complejo hacerlo a otras horas más discretas. Soy consciente de que no podían trasladarse los pasos ataviados –ni adornados‒, como si fuera el día de la procesión. Aun así, pienso que se podría haber hecho mejor. Hasta en la mudanza menos planificada, en la más económica ‒esa que haces entre cuatro o cinco amigos‒, le echas un paño por encima al mueble de menos valor, si quiera por pudor.
Sé que predico en el desierto. El espectáculo, lejos de perturbar el ánimo de los espectadores, como referían los padres conciliares, parecía excitar el ansia de unos cofrades cada vez más alejados del espíritu de la Cuaresma. Sin embargo, creo que nuestros pasos, y especialmente las imágenes de devoción, merecen otro trato por nuestra parte. Por otro lado, si lo que nos interesa es la adecuada promoción turística, la «jarana» de ese sábado, no fue una buena idea. Si queremos seguir pavoneándonos con nuestra Semana Santa, y liderar ese tipo de rankings, vacuos y ridículos, que tratan de elegir cuál es la mejor de España –o ya puestos…, de la Cristiandad‒, deberíamos cuidar más los detalles, al menos los más importantes, además de votar en la red social de turno. En el cuidado de los detalles, sin duda, está la excelencia.
En 2015 la Junta de Castilla y León aprobó la declaración, como Bien de Interés Cultural de carácter inmaterial, a la Semana Santa de Zamora, con un expediente incoado bajo el epígrafe «Pasión Zamorana: Ritos, esencia y territorio». El expediente valoraba nuestra Semana Santa como un bien a proteger, entendido como un sistema de alto valor patrimonial y caracterizado por la interdependencia de valores tangibles e intangibles. Sin duda dentro de esos activos intangibles, necesitados de protección, se encuentran el patrimonio simbólico y los diferentes ritos pasionales que con tanta frecuencia banalizamos. Sin duda dentro de esos valores se encuentra también el trato dispensado a las imágenes, al menos a los titulares, esas a las que decimos tener devoción ‒o cuanto menos cariño‒, lo que se aleja –y bastante‒, de lo vivido ese sábado, o de que alguna de ellas se haya pasado varias jornadas envuelta en un fardo como si se tratara de un maniquí cualquiera.
Así pues, a las puertas de una nueva Semana Santa, a punto de comenzar esa que algunos definen como la Semana Grande de Zamora, o la semana más bonita del año, mi deseo es precisamente ese, que la cuidemos para mantenerla «bonita», que la tratemos con el decoro y la dignidad adecuada y seamos conscientes de la fragilidad y el valor de aquello que nos traemos entre manos. De lo contrario, quizás tendrá que ser la administración competente en materia de patrimonio, y responsable de la tutela de los Bienes de Interés Cultural, la que actué velando por la pervivencia y salvaguarda de los valores que han determinado su declaración. Y hablando de tutelar, de la sustitución de las mesas de madera, y lo que supone en relación con la artesanía y los oficios tradicionales de la Semana Santa –que de eso también va el patrimonio inmaterial‒, habrá que hablar, largo y tendido, con quien corresponda. Aunque quizás para algunas cosas ya sea demasiado tarde.
Buena Semana Santa y Feliz Pascua de Resurrección a todos.
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