jueves, 17 de marzo de 2016

Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso

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Daniel Cuesta SJ

Detalla de la Piedad, amanecido ya el Viernes Santo en Salamanca | Fotografía: Alfonso Barco

17 de marzo de 2016

Una de las mayores experiencias que puede tener una persona es la de recibir un abrazo de perdón. Pienso concretamente en el abrazo de un padre, una madre, de un familiar o de un amigo cercano al que hemos defraudado. Cuando le pedimos perdón y le abrazamos, de alguna manera dejamos caer toda nuestra carga sobre sus hombros, confiándonos al cariño que nos tiene, desde la más absoluta debilidad. Es ahí cuando uno descubre de verdad, fuera de las teorías, lo que significan el amor, la humildad y el perdón. Y en el fondo, entiende lo que es la misericordia.

Creo que el Papa Francisco, al convocar un Jubileo Extraordinario de la Misericordia, quiere hacernos reflexionar sobre esta realidad. Porque la misericordia es una de las características centrales de Dios, y por ende debería serlo también de todo cristiano. Así lo vemos en la Biblia, donde la palabra "misericordia" aparece en infinidad de ocasiones referida tanto a Dios como a los creyentes. A modo de ejemplo se puede citar el conocido verso del Salmo 144: "El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad" o aquellas palabras del capítulo 6 del Evangelio de san Lucas en las que Jesús exhorta a sus discípulos diciendo "sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso".

Sin embargo pienso que muchas veces al hablar de la misericordia nos viene a la idea un concepto lejano, a veces demasiado abstracto que no sabemos cómo encajar en nuestras vidas. Pensamos en la misericordia como un rasgo de nuestro Dios, semejante al de la omnipotencia, que aunque intuimos a qué se refiere, no acabamos de encarnar. Nada más lejos de la realidad, tal y como nos lo recuerda el Papa en la Bula Misericordiae Vultus, puesto que la "misericordia es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite de nuestro pecado".

Volviendo a la metáfora con la que comenzaba esta reflexión, creo que la misericordia es ese abrazo que Dios da a la humanidad, consciente de sus límites, faltas y pecados, pero a la vez lleno de amor y confianza en ella. El hombre que medita y conoce esta misericordia no puede más que apoyar todo su peso en ese Dios que corre a abrazarnos (como el padre de la parábola del hijo pródigo) y llorar sobre sus hombros al hacerse consciente de la locura que supone un amor tan desmesurado. Y esta experiencia impulsa a quien la recibe a ser más humilde, pues conoce cómo Dios ama y perdona nuestra persona con toda su debilidad y más comprensivo con sus hermanos, practicando con ellos la misericordia y el perdón que él ha recibido del Padre.

Pienso que a día de hoy, en pleno siglo XXI, una de las principales funciones de nuestras hermandades y cofradías ha de ser la de ser cauce de la misericordia de Dios para con la humanidad. Y creo que las cofradías y hermandades de Semana Santa pueden contribuir activamente a ello desde sus mismas raíces, con acciones muy sencillas pero llenas de fuerza y significado.

En primer lugar manteniendo abiertas y cuidadas las iglesias en las que tienen sus sedes canónicas, puesto que a ellas acuden diariamente muchas personas que buscan precisamente ese encuentro con Jesús y con María, la Madre de misericordia. Porque los fieles, en silencio delante de ellos, dejan salir todas las alegrías y penas de su vida, piden perdón por sus faltas y experimentan el abrazo de misericordia y perdón de Dios, tanto en la oración ante las imágenes como en los sacramentos de la reconciliación y de la eucaristía. ¡Qué importante es que en nuestro mundo de prisas y agobios, existan pequeños oasis de silencio donde poder mirar la vida desde la perspectiva del Evangelio!

En segundo lugar creo que las cofradías y hermandades son y deben seguir siendo cauce de la misericordia al realizar sus salidas procesionales durante la Semana Santa. Puesto que en la negrura de la noche, bajo el capirote, los hermanos meditan y rezan a aquel que es la pura misericordia. Muchos de ellos piden perdón por los pecados cometidos y hacen penitencia. Y en medio de ese silencio, sienten el abrazo misericordioso de Cristo, que como buen samaritano, cura sus heridas y les monta sobre su propia cabalgadura hasta que se repongan y puedan seguir su peregrinación por el camino de la vida.  Pero también en la procesión, el Señor y su Madre se encuentran con otras personas que con motivaciones diversas salen a la calle a contemplar las cofradías. Y en muchos de sus corazones queda para siempre clavada la mirada misericordiosa del Salvador, haciéndoles derramar lágrimas de perdón.

En tercer y último lugar, pero no por ello menos importante, las hermandades y cofradías deben ser cauce de la misericordia de Dios realizando uno de los fines para los que fueran fundadas. Me refiero al Ejercicio de las Obras de Misericordia corporales y espirituales. Estas acciones, con un lenguaje que en ocasiones nos puede resultar antiguo, contienen una clave muy importante para el cristiano, puesto que lo insertan en el mundo como un alter Christus, misericordioso como el Padre del cielo. Aunque son sobradamente conocidas y practicadas por las hermandades como institución y por los hermanos como cristianos, creo que merece la pena recordarlas y más aún meditarlas para poder después ponerlas en práctica con alegría y convicción. Así las Obras de Misericordia corporales nos hablan de dar de comer al hambriento y de beber al sediento, vestir al desnudo, dar posada al peregrino, asistir al enfermo, visitar a los encarcelados y enterrar a los muertos. Mientras que las espirituales nos enseñan a dar consejo a quien lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir a los pecadores, consolar a los tristes, perdonar las ofensas, soportar con paciencia a las personas molestas y rogar a Dios por los vivos y los difuntos.

Ojalá que Dios nos conceda la gracia de saber aprovechar el regalo que supone dedicar un año a meditar sobre la misericordia. Si así lo hacemos, seguro que nuestra vida y las de las personas de nuestro alrededor cambiarán. Ya que esto es en el fondo lo que pasa cuando alguien decide darle a Cristo un lugar central en su vida, actuando en este mundo como Él actuó.


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