viernes, 27 de enero de 2017

Anónimos en la Red

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Félix Torres


27 de enero de 2017

Desde la popularización de la escritura han sido muchos los que, al publicar su obra, recurrieron a nombres ficticios, condicionados por quién sabe qué cuestiones. Pseudónimos famosos, que pasaron a sustituir al propio nombre en el conocimiento popular, están en la mente de todos. Azorín, Neruda, Mistral, Bécquer, Clarín… nos son tan familiares que casi ninguno de nosotros se preocupa siquiera por conocer su filiación, pues nos basta con esos nombres imaginados y, sobre todo, con su obra. No necesitamos más. Pseudónimos, que no anónimos. Aunque estos últimos, textos más o menos elaborados, concebidos con el fin de hacer daño a personas o colectivos, también pierden su origen en la nebulosa de los tiempos pretéritos.

Hasta hace no tanto tiempo, –cuando la difusión de lo escrito requería un esfuerzo mucho mayor que el del simple gesto de pulsar una tecla– si alguien recibía un escrito amenazante sin firma o signado por un nombre inventado, el miedo o la responsabilidad solían invitar a que se recurriese a la justicia con la intención de desenmascarar a quien o quienes invadían la intimidad del destinatario. Anónimos, libelos y panfletos difamatorios han sido el recurso de cobardes desde que existe la escritura.

En estos tiempos en que la loable popularización del acceso a la cultura, que no de popularización de la cultura, permite que cualquiera pueda dar rienda suelta a su "ingenio" con un teclado entre las manos, todos nos vemos capaces de ejercer como escritores, más o menos avezados, dejando nuestra opinión generalmente sin que nos haya sido solicitada. Podríamos construir, aportar ideas que mejorasen cualquiera de los temas dignos de nuestra atención y, sin embargo, lo que apreciamos en lo escrito es la proliferación de insultos, ataques calumniosos, infundios y patrañas tabernarias en cualquiera de las redes virtuales, quizá mal llamadas redes sociales, que están cada vez más presentes en nuestras vidas.

Nadie, vivo o muerto, está libre de ser diana de estos ataques, salidos de mentes enfermas escudadas en su propia cobardía y enmascarados tras la más burda de las ironías. Taurinos contra  animalistas, homófilos contra homófobos, feministas contra machistas, populistas contra elitistas, meridionales contra septentrionales… y sus viceversas, se lanzan dardos envenenados amparándose tras una pantalla de fibra óptica.

Anonimato. Esto es lo que los cofrades, casi desde nuestros orígenes, hemos buscado y necesitado. Penitentes y disciplinantes cubrimos nuestros rostros con capuchas, verdugos o capuces para poder mantener el secreto de nuestra íntima oración mientras recorremos las calles en procesión. Pero esta ocultación voluntaria es y será válida y valiosa para el cumplimiento de unos fines que, como mínimo, no atentan contra nadie.

Otra cosa es que entre cofrades y en los últimos tiempos, podemos apreciar cómo hay quienes utilizan este ocultamiento fuera del entorno que se supone correcto y para fines poco claros. La presunta impunidad del anonimato ha favorecido el que quienes parecen ser cofrades descontentos se lancen al ruedo de los ciento cuarenta caracteres para atacar a cuanto no está de acuerdo con sus cánones, por supuesto los únicos válidos. Nadie está a salvo de sus comentarios sarcásticos, hirientes, revestidos de un halo de humorística prepotencia. Son pocos pero hacen tanto ruido que parecen más. Muchos más.

Vengadores cofrades y nazarenos vengadores, conciencias cofrades, costaleros justicieros y justicias cofrades, nombres todos ellos que reivindican un orden seguramente parcial y desequilibrado, invaden las redes a lo largo y ancho de la geografía pasional para lanzar sus dardos a cuantos vayan contra sus postulados, tropiecen en cualquier piedra o, simplemente, tengan la mala suerte de ponerse a tiro. Siempre, según ellos, en defensa del cofrade de base y con la intención de sacar a la luz las oscuras intenciones y tejemanejes de "los otros".

Al destinatario de esos mensajes, mientras el hartazgo no alcance cota incontrolable, apenas le quedan opciones, sabiendo que si se "entra al trapo" el anónimo ofensor se crecerá en sus comentarios y si se decide a ignorar lo escrito, el rumor quedará flotando y arraigará en quienes, predispuestos de antemano, servirán de altavoz al mismo.

A los autores de esos pequeños textos incendiarios les animo a salir de su oscuridad y, con la valentía de identificarse ante los demás, mantenernos informados con noticias veraces, críticas fundadas en argumentos sólidos y, sobre todo, propuestas de cambio realistas que permitan mejorar lo criticado.

En todo caso, si las cosas no cambian, el mejor de los desprecios es ignorar lo que se dice y a quienes lo digan mientras no tengan el arrojo de mostrar su rostro y, al tiempo, aportar solución a cuanta crítica irónica, hiriente y difamatoria salga del teclado de su ordenador, por muy cierta y cargada de razón que para el anónimo sea ésta. Mientras tanto, sus ciento cuarenta letras quedarán en paparruchas para solaz de ignorantes. Darles la espalda porque, además, cuando esos anónimos egos no se ven arropados por la cohorte de chismosos que dan difusión a sus exabruptos, se marchitan como flor de un día, dejando que su aroma bilioso se evapore rápidamente y su recuerdo quede en el mejor de los anonimatos.


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