miércoles, 1 de febrero de 2017

En torno a la formación cofrade

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José Fernando Santos Barrueco

Una de las últimas sesiones del Aula Cofrade, en la Casa de la Iglesia | Fotografía: Coordinadora Diocesana de Cofradías

01 de febrero de 2017

En el artículo que apareció en esta página el pasado 16 de enero, José Manuel Ferreira se hacía eco de la charla formativa organizada por la Coordinadora Diocesana de Cofradías y Hermandades, que el sacerdote Tomás Gil impartió a un reducido (lamentablemente) grupo de cofrades sobre la oración ante las imágenes. Una interesantísima charla que me hizo pensar en el aspecto formativo de los cofrades, un campo amplísimo del que se ha escrito mucho y en el que encontramos iniciativas de la más diversa índole. No me considero un especialista en el tema, ni tampoco este espacio permite tratar un asunto tan extenso y de múltiples rasgos y matices. No obstante, quisiera apuntar algunos aspectos a la vista de los mensajes del papa Francisco sobre la necesidad de una actitud más evangelizadora de los cristianos en el mundo en el que nos movemos, sabiendo dar razones de nuestra fe.

En mi experiencia profesional aprendí algo que puede ser extensivo a cualquier tipo de colectivo: definir bien la razón de su existencia y de su caminar en la sociedad y, en base a ello, establecer adecuadamente sus objetivos y funciones. En definitiva, tener bien claro el porqué y el para qué de su fundación. Estos aspectos deben ser conocidos y asumidos por todos sus miembros para entender, participar y corresponsabilizarse con los distintos objetivos, actos y tareas que afecten al colectivo. En nuestro caso, una cofradía no se funda para ser "flor de un día", sino con fines de continuidad y con un ideario y carisma determinados, establecidos en sus estatutos y reglamentos. Su conocimiento debería constituir el primer campo formativo y corresponde exclusivamente a cada cofradía. En función de los fines e ideario de cada una, puede ir más allá de la simple entrega a cada cofrade de las reglas de la misma. Unas charlas para profundizar en la historia de la cofradía, sus normas, fines y carismas (caridad, fraternidad, austeridad, penitencia, etc.), así como el significado que pueda encerrar el emblema, el hábito y los distintos enseres procesionales, puede ayudar a conseguir unos sentimientos de pertenencia y a que cada cofrade se identifique con las señas de identidad de la cofradía buscando un enriquecimiento mutuo.

En segundo lugar, y considerando que las cofradías son asociaciones públicas de fieles en el seno de la Iglesia, deberían alimentarse espiritualmente a través del culto y la celebración comunitaria, con una vivencia que vaya más allá de unos ritos externos y repetitivos. Desde el culto a las sagradas imágenes de cada una (no me cabe duda que está interiorizado en cada cofrade), debería profundizarse en el contenido y significación del mismo. Aprender a orar ante las imágenes nos llevaría a entender que su veneración (no adoración) tiene que conducirnos a adorar a quién representan. El conocimiento del significado de algunos sacramentos, particularmente el bautismo, la confirmación (la cofradía debería motivar a los cofrades no confirmados para recibir este sacramento) y la reconciliación o penitencia, y muy especialmente la eucaristía (huyo de la expresión "misa"), tiene que constituir otro campo formativo. No tiene mucho sentido que demos culto a las imágenes y sea tan pobre la asistencia a las celebraciones eucarísticas, en las que el Señor al que aquellas representan se hace real y verdaderamente presente. Unas sencillas charlas junto a prácticas de oración comunitaria dirigidas por los capellanes o asesores religiosos deberían ayudar a enriquecer el espíritu y vida de fe de las cofradías.

Para abordar estos aspectos formativos es importante huir de la sensación tan frecuente en las juntas de gobierno de la escasa respuesta a las convocatorias que pudieran realizarse en lo que no sea la procesión. Si esta es la única celebración de la cofradía, es obvio que será difícil acometer actuaciones formativas. Pero si a lo largo del año se realizan otro tipo de actividades (bolsas de caridad, charlas o vía crucis cuaresmales, fiestas de la cofradía, actos navideños, viajes o excursiones, etc.) se puede conseguir un nivel de animación que facilite acometer iniciativas de formación. Un pequeño grupo puede tener el efecto de la piedra que se lanza al estanque y se convierte en el foco de una agitación que por medio de ondas circulares acaba extendiendo su acción en toda la superficie.

La formación ayudaría a elevar el nivel de animación y darle contenido y calidad a los actos que organice la cofradía, ya sean de culto o de otra naturaleza. Y, por supuesto, tendría también su incidencia en la procesión, la manifestación pública de la fe de la cofradía, su acto más significativo y por el que se mueve la mayor parte de los cofrades. Los aspectos formativos y el mayor clima de animación del colectivo contribuirían a darle sentido a la misma, a sus aspectos estéticos y acompañamientos musicales, canalizando adecuadamente la ilusión de los cofrades hacia comportamientos y actitudes que reflejaran el significado de sacar los pasos a la calle, como un catecismo de los misterios de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor, actitudes que más allá de lo que para algunos pueda suponer un acto artístico, atractivo  o emotivo, se sitúen en la línea que nos pide el papa Francisco.

La importancia de ofrecer fundamentos de fe y enriquecer la participación en las procesiones a quienes se acercan a las cofradías por motivos externos o emocionales sin percibir la fe como un aspecto elemental, hace de la formación en las cofradías una interesante tarea, a pesar de las dificultades que suponga la increencia existente en la sociedad actual y la falta de compromiso e interés que pueda inicialmente presentarse.


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