miércoles, 22 de marzo de 2017

El miedo de los poetas a Cristo

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Isabel Bernardo

Un momento del Poeta ante la Cruz de 2015, a cargo de José Frank Rosario | Fotografía: Jorge Mellado

22 de marzo de 2017

No sé por qué será que Cristo da tanto miedo a los poetas. Por qué hay tanta animadversión a buscar las palabras que nos desnuden ante un Dios que abre al mundo oscuro sus puertas de esperanza. ¡Qué difícil se hace encontrar quiénes quieran participar en oraciones poéticas, en vía crucis o vía lucis, en proclamas de fe…! Como si ese gesto estigmatizara su nombre, profanara su oficio, condenara su corazón y sus manos a toda suerte de soledades y silencios malditos.

Esto lo saben bien quienes ponen en marcha este tipo de actos. Yo misma. Resulta tremendamente preocupante que esta nueva era de libertades se deje llevar tan dócilmente por la inercia de un tiempo de apostasías y nuevos cultos sin tradición. La tradición es perseguida como un perro sarnoso. A lo nuevo, en cambio, no se le piden títulos de fe o argumentos, aunque proceda de culturas lejanas y formas de hacer y de vivir con las que, ni se ha nacido, ni se ha crecido.

La Literatura es un permanente desafío a la razón y la inteligencia humanas. Y mayormente la Poesía, género por excelencia para ahondar en todos los misterios: el de la naturaleza, el del paisaje, el del silencio, el del sentimiento… y el de la transcendencia. ¿Por qué tanto miedo entonces a poner la palabra poética del siglo XXI en la pregunta y en la inefabilidad del misterio de Dios?

No se trata de que el poeta intente con su obra construir o estimular realidades imaginarias o animistas. Es cuestión únicamente de dar libertad  al alma para que se adentre, sin prejuicios, en sus inquietudes más hondas y existenciales, sin dejarse  llevar por esa corriente de literatura programática o imperativa (es decir, que tiene un fin) tan propia de la tradición platónica. Platón, al igual que otros filósofos racionalistas, consideraba que toda literatura es un discurso incapaz de objetivar las ideas; un discurso sensible pero no inteligible. Pero ¿acaso el ser humano es solo naturaleza objetivable? ¿Dónde queda pues la percepción de los sentidos? ¿El amor, el dolor… la esperanza?

Son muchos los poetas que dicen que Dios no entra en su pluma porque forma parte de una literatura primitiva, dogmática y fosilizada en determinaciones no evolutivas. Sin embargo, sorprende como no se hace lo mismo con los textos mitológicos de la antigüedad, los cuales pertenecen también a ese tipo de literatura, y son recurrente fuente de inspiración en muchos autores que le niegan la palabra a Dios.

Personalmente creo que se ha sido mucho más benevolente con la historia de los mitos que con la historia de Dios. Y esto tal vez tenga mucho que ver por los pasos errados y los intereses que, pocos siglos después de Cristo, comenzaron a desvirtuar y a hacer de la voluntad divina algo que no se correspondía con la idea primigenia. La razón e inteligencia humanas deberían ser en este caso instrumentos útiles para saber discernir, y apartar la verdad de Dios de todo cuanto le ha hecho flaco favor.

Y quiero terminar esta reflexión con algunos versos de dos poetas cuyas relaciones con la Iglesia fueron bien diferentes, sin que ninguno de ellos apartara su quehacer poético de la sed y necesidad de Dios: Juan Ramón Jiménez y Rubén Darío.

Jesús, cuando yo me muera 
quiero llevar cruz de luz 
entre mis dedos de cera. 
Jesús, cuando yo me muera, 
quiero morir luz en cruz.

Estos versos pertenecen a Poemas inéditos y Crucificado de Juan Ramón Jiménez, quien pocos años antes de morir redactó en su testamento: "Amo a Cristo pero no quiero nada con la Iglesia". Pablo Bilbao Arístegui, escritor, sacerdote y amigo del poeta, le escribió una carta diciéndole: "Juan Ramón, con sollozos se lo ruego; abra esa granada de su corazón al rocío de esta Belleza; no quiera cerrar sus oídos al encanto de esta música que le llama desde siempre". Don Pablo no consiguió vencer la rebeldía anticatólica del poeta de Moguer, pero le reconfortó saber que no le había negado la voz a Cristo.

Voz, que en la poesía de Ruben Darío, se haría mucho más honda y espiritual, dado que el vate nicaragüense fue esencialmente católico y creyente, por mucho que se haya intentado disfrazar o manipular su pensamiento por parte de ciertos sectarismos. Tal vez sea por esto por lo que en 2016, año del centenario de la muerte del poeta, Darío recibiera solo dura crítica y gigante silencio. Queden aquí como homenaje aquellos versos últimos del poema Sum, donde Dios se hace su grito de esperanza:

¡Señor, que la fe se muere!
¡Señor, mira mi dolor!
Miserere!, Miserere!
Dame la mano, Señor.


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