lunes, 30 de abril de 2018

La música de la duda

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Asunción Escribano

Celia Camarero, poeta ante la Cruz de este 2018 designada por la Cofradía de Cristo Yacente | Fotografía: Pablo de la Peña

30 de abril de 2018

El inicio es el descanso o el final, "por fin cesó", y luego se sigue el rastro de los ojos hacia arriba. Después se escuchan los aullidos del viento sobre el cabello, ese que define tanto al Cristo de los poetas. La piel es acariciada por la tarde, y el quebrarse de la luz y la muerte hacen del horizonte simetría… Así se inicia el poemario "Oscilación armónica y penumbra", de la poeta ante la Cruz de este 2018, Celia Camarero.

En toda la obra el lector asiste a un profundo desplegarse de la ternura conjuntada con un intenso ritmo y, de igual manera, a la lucha desgarrada entre la pregunta herida y la certeza que cura, entre la oscuridad que se impone y la luz. El llanto que oprime y cuestiona la vida, y la interpelación hondamente sinestésica: "¿No veis que ya no suena/ su voz en la montaña?". También está presente como una saeta el deseo de salvar del duelo a quien nos salvó. Y la culpa, siempre la culpa: "por qué no soy capaz/-ante esta injusticia-/ de pensar su promesa,/ de tener esperanza?".

Todo es música en estos versos engarzados en la penumbra, y a esta melodía que cruza la historia dirige la poeta sus ojos, y también en esa dirección alienta a los oyentes: "Escuchad la armonía". Por eso J. S. Bach se cuela en la fe como un disparo, como un faro que siempre destella e ilumina: "fue su música la que acunó mi oído", reza Celia Camarero.

Tras la muerte del inocente, la poesía se instala en la memoria: "recuerdo…recuerdo…" entona la poeta, tomando prestada la vida ajena, y también su mirada y su palabra: "No todos sois los míos". Es esa promesa que viaja hacia el pasado haciendo del tiempo un nudo. Finalmente fe entona la batalla con la duda: "creer, desarraigarse/ de la razón, del pálpito/ indecente que oscurece la sed", y también con el duelo: "en esa soledad insoportable".

La poeta no deja en ningún momento de compartir su temor con los oyentes, que estremecidos se dejan llevar por la melodía rítmica de los versos: "miro tu cuerpo presto para la podredumbre/ y, la duda, se encona,/ se acomoda en la mente/ por más que el corazón se resista". Poeta y mujer, corazón y mente, certeza y duda….Celia se pregunta "¿Cómo puedo creer en este Dios?"

Al final del poemario, el lector no puede dejar de asistir al sometimiento voluntario del razonar a la sequía blanca del desierto, y también  a su capacidad de transformación de la sed en canto. Siempre en soledad, consciente del desatino que supone creer. La cesión última del ego se impone y, pendiente siempre de su limitación, escucha, se conforma y se perdona, siguiendo así la estela luminosa de las palabras de quien lo hizo ya antes con los hombre, conciliando de este modo, la "pura armonía/ oscilando en la entraña del silencio/ para invadir la noche de penumbra".


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