lunes, 21 de mayo de 2018

¿Y con los mayores, qué hacemos?

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Abraham Coco

Un cofrade de la Oración en el Huerto camina en solitario por Arroyo de Santo Domingo | Fotografía: Pablo de la Peña

21 de mayo de 2018

No tienen grupo propio ni jornadas de convivencia ad hoc. Tampoco cuentan con vocales específicos dentro de las juntas de gobierno. Ni siquiera son tema de debate y reflexión en los encuentros y congresos cofrades. Cada vez tienen más peso en la sociedad y son los que llenan los bancos de las iglesias a diario. Y, sin embargo, no parece que abunden en las hermandades. "¿Qué hacemos con los jóvenes?", se preguntaba Tomás González Blázquez en su artículo del mes de marzo. Se refería, claro, a los jóvenes cofrades. "¿Y con los mayores, qué hacemos?", me pregunté yo en la tarde del Sábado Santo, mientras la Pascua se hacía esperar en una residencia de ancianos por donde la Semana Santa había pasado de largo. Con los mayores cofrades. ¿Sexagenarios?, septuagenarios, octogenarios, nonagenarios… ¿Estáis? ¿Dónde os fuisteis? ¿Por qué os quedasteis por el camino? ¿Existe la tercera edad cofrade?

Que las cofradías bullan de jóvenes es, sin duda, una buena noticia. Como lo es que el Domingo de Ramos centenares de niños batan sus palmas a mediodía. Y es lógica cierta preocupación por todos ellos, necesitados de una especial protección y orientación en las etapas iniciales de la vida. Qué decir si hablamos de la adolescencia. Son, además, desde un prisma egoísta, la generación que garantizaría la pervivencia de la celebración.

Pero que las cofradías tengan entre sus filas veteranísimos miembros es una riqueza, si se quiere, aún mayor. Desconozco qué sucede en otras ciudades. Sí es evidente, como narraba Lira Félix en su evocador artículo-relato, que en el rural la realidad es otra. Pero en Salamanca la percepción es que apenas están. Si figuran en lista, después no se les ve. ¿Es una decisión propia, un apartarse voluntario por todo un abanico de razones, o una marginación propiciada por causas que deberíamos detenernos a analizar en serio?

Parecen un espejismo en hermandades a punto del cincuentenario y cuesta encontrarlos entre las fotografías de reconocimientos por bodas de diferente quilate. La estructura de la pirámide de población no parece reflejarse en el censo cofrade. No hablamos de procesiones, cuya duración en algunos casos les impide participar, sino del día a día en el que muchos de ellos, aún con ganas, tienen, con permiso de los nietos, más tiempo libre que la media. Tanto como experiencia. Para estar… y para liderar. Los relevos en los cargos no tienen por qué ser una sucesión lineal entre personas de mayor a menor edad. Las circunstancias personales y grupales son más caprichosas que esa fórmula.

La Semana Santa, como fiesta anual, y sus hermandades, que le dan continuidad y cotidianidad de Pascua a Ramos, son intergeneracionales. Cada miembro, de muchachos a ancianos, tienen un lugar que ocupar. Y así como los primeros encontraron en ellas el germen de su fe y de otras inquietudes, de sus amistades, incluso de sus familias, así los segundos disponen en ellas de una casa donde también vivir la última etapa de su vida.


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