lunes, 11 de junio de 2018

Centinelas de la oración

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Paulino Fernández

El Custodio de Tierra Santa, junto a fray Enrique Bermejo y a fray Teodoro López, conversa con la Madre Sonia, abadesa del Monasterio de la Purísima Concepción –Clarisas (franciscas descalzas) de Salamanca | Foto: José Fernando Santos
11 de junio de 2018

En los últimos meses, dos noticias han sacudido, para mal, las conciencias de los cofrades y católicos salmantinos.

Al poco de empezar este año, 2018, despedíamos a las Esclavas del Santísimo Sacramento, el inmaculado sacrificio de oración que, postrado ante Jesús Eucaristía, recibía a los visitantes y devotos que acudían a la Capilla de la Vera Cruz.

Finalizada la Semana Santa, en los primeros momentos de la Pascua, eran las Hermanas Clarisas quienes se despedían de la que fue su morada durante cinco siglos cerrando el Monasterio de la Anunciación.

A ello se suma la marcha de la cisterciense comunidad que residía en el Monasterio de Santa María de Jesús, más conocido como "Convento de las Bernardas", en el año 2015.

En pocos años, tres comunidades religiosas femeninas abandonaron sus hogares, en algunos casos con siglos de historia. Tres comunidades religiosas de clausura que marchan dejando una importante huella en la ciudad. Tres comunidades religiosas que decían adiós a las hermandades y cofradías que acogían.

Poco o nada podían hacer las asociaciones públicas de fieles para alargar la presencia de estas religiosas en la ciudad. Se marchan porque no había relevo generacional. Porque las vocaciones nuevas no seguían los carismas que le son propios a estas órdenes o congregaciones. Una conjunción de factores –baja natalidad y secularización de una sociedad que olvida sus valores– provocaron su partida.

No es la primera vez que diversas casas religiosas cierran en nuestra ciudad –y aún más, en nuestro país–. En ocasiones se debieron a factores políticos, en otras, sociales. Y en otras muchas fue el transcurso natural de las propias comunidades religiosas, y su labor evangélica, lo que justificaron su cierre.

Muchas incógnitas se abren ante la marcha de estas comunidades: ¿qué pasará con los bienes que atesoraban las órdenes? ¿Y con las hermandades que acogían? ¿Vendrán nuevas comunidades? ¿Qué será de los templos que, con tanto esmero, mimaban y atendían? ¿Se destinarán los mismos a alguna labor caritativa capitaneada por las corporaciones que presentan allí su sede canónica?

Sin embargo, no hemos de recordar solo a las comunidades que nos acogen cuando hacen las maletas y recogen sus bártulos. Aún quedan diversas hermandades cuya sede radica en templos conventuales.

Estas corporaciones aún tienen la oportunidad de deleitarse con el, muchas veces callado y poco reconocido, trabajo que las comunidades realizan. Aún tienen la oportunidad de conocer y disfrutar de la calidad humana de muchos de estos hermanos que son muestra viviente del amor de Dios. Y es hora de aprovechar esa ocasión; de reforzar la colaboración entre ambas instituciones, enriqueciéndose ambas de las fortalezas que mutuamente se pueden aportar. De conocer el carisma de las comunidades de su sede, comprendiendo y conociendo así nuevas formas de emprender el camino a la santidad al que estamos llamados. Incluso de presentar a los diferentes cofrades los testimonios de todos aquellos religiosos que los acompañan paso a paso en este camino de fe que recorremos.

Tenemos la oportunidad de reconocer el valor de estos centinelas de la oración en nuestra vida cofrade, ¿por qué recordarlos solo cuando sus rezos callaron?


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