lunes, 31 de diciembre de 2018

Campanadas

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Félix Torres

Fotografía: Pablo de la Peña

31 de diciembre de 2018

Pues no. Aunque la tradición mande, hoy no se cierra un ciclo ni mañana comienza una nueva etapa. Por más que lo intentemos, la sucesión de los días es la que es y no hay salto ni barrera que separe esta Nochevieja del que será primer día de 2019. Y, aún así, como siempre se ha hecho, celebramos el cambio de etapa, hacemos propósitos y repasamos aquello que del año viejo queremos guardar en una memoria que, en su fragilidad, tardará poco en rellenar esos huecos con nuevos recuerdos que almacenaremos rutinariamente en el próximo cambio de año.

Y, como es hábito y a nosotros, los nazarenos, es oír esa palabra y se nos van las mientes a sayales y capirotes, intento ahora cumplir con ambos mandados y, mezclando deseos con recuerdos, escuchar esas doce campanadas que marcan el alegre momento como si fueran tañidas por el mismísimo muñidor que nos llama a silencio y recogimiento.

¡Dong! Primer golpe de un badajo que sin preámbulo me lleva al primero y quizá más sentido de esos recuerdos que quiero atesorar. Porque siempre se rompe un poco de cada cofrade cuando a quienes hemos querido o con quienes hemos compartido nos dejan. Da igual que sea aquel quien dedicó su vida a mantener el espíritu de la cinco veces centenaria que, y aquí la congoja me vence, ese nazarenito que vi nacer a nuestra Salamanca y a nuestra Semana Santa y que apenas alcanzaba a tocar la vida cuando nos dejó. Son solo dos que han de servir como muestra, desgraciada muestra, de cuantos hermanos en esta pasión que nos une dejaron su impronta en muchos de nosotros antes de abandonar esta vida terrena. Porque les quisimos y admiramos, sea para ellos esta triste campanada.

¡Dong! Suena la segunda y, no sé si el recuerdo o el futuro, me lleva a esa sala de estar que todos los salmantinos disfrutamos casi todos los días del año. Una Plaza que empequeñece a cualquiera que admire su barroca grandeza y que ha sido espectadora año tras año de nuestro paso, de nuestra cera y de nuestra oración callada. Y no sé si para bien o no, pues aun sabiendo que su protagonismo en nuestras procesiones es cosa que me halaga y también entendiendo que haya quienes han optado por no hacerla partícipe de su penitencia, creo que disfrutaré cuando Despojado y Caridad y Consuelo rasguen el velo de sus arcos para recorrerla en el ocaso del domingo como gozo con los niños y sus palmas en esa misma mañana.

¡Dong! La tercera suena y sigo empeñado en hacer de ello deseo. Porque no es sino deseo ver cómo la Hermandad del Señor del Vía Crucis, siempre querida en su humildad, deja de aferrarse a ese hilo del que lleva años pendiendo, saca a todo el barrio a las calles y hace que sus estaciones penitentes sean solo eso, sin más sufrimiento. Que no quede la cosa en galgos o podencos, en carpas o sanblases, y que la ilusión de unos pocos ahora, sea la de todos aquellos que sienten esa medalla y "olvidan" sacar el hábito del armario para acompañar y ser acompañados.

¡Dong! Cuarto tañido y un nuevo recuerdo con futuro. Que han sido muchos los que han dejado parte de sus vidas para que esa Seráfica que hace tiempo dejó de ser de los comerciantes para ser un poco de todos los salmantinos, y se han ganado el cariñoso recuerdo de mis palabras y el que quienes ahora les toman el relevo sepan no solo mantener el timón, sino recuperar para esta hermandad, igual digo Perdón que Agonía, el brillo que nunca debió perderse. Más que deseo, impulsado por el cariño que tengo a cofrades y cofradía, quisiera que fuera realidad desde el mismo momento en que suena su campanada.

¡Dong! Y van cinco. Quinto repique que resuena fuerte entre los muros de la Casa de la Iglesia y rebusca en los cajones esas "normas diocesanas para cofradías" que no acaban de ver una luz que muchos deseamos con esperanza puesta en sus palabras, en sus párrafos y en sus páginas. Seguro que ninguno quedará defraudado cuando las normas nos aten un poco más a esta Iglesia diocesana a la que damos la espalda con más frecuencia de la que debiéramos.

¡Dong! ¿Otra vez cinco? No, pero como si de un requinto se tratase, pues la campana no quiere salir de Calatrava para celebrar con inmediatez el nombramiento del esperado delegado diocesano que sea puente entre cofrades y diócesis. O, mejor aún, sea tan cofrade como el que más y, siendo uno de los nuestros, uno de nosotros, rompa los hielos y se funda entre los cofrades como azucarillo, que siempre quisimos más pastor que nos conociera por nuestros nombres que no perro guardián, dicho sea con el mayor de los respetos.

¡Dong! Ya son siete y aún no me atraganto. Con esta vaya mi deseo, mi personal deseo, de que esa Hermandad Dominicana a la que dediqué tiempo y esfuerzo (mayores o menores según quien me evalúe) recupere cuanto no debió haber perdido. Así. Sin más. Porque esa es la esperanza de muchos y el anhelo de todos.

¡Dong! Ocho. Un recuerdo.

¡Dong! Nueve. Una ambición.

Se me mezclan los golpes de badajo, pero sirvan estos dos para dejar en el recuerdo ese anhelo que muchos pusieron en que la Franciscana saliera adelante y para que sea más que ilusión, renovada cada año con cada golpe de campana, la emoción de verla –y verme– recorriendo las callejas renacentistas de esta ciudad dorada, con el silencio comprometido como única escolta. Porque han sido muchos los desvelos, los esfuerzos, los arrestos que se echaron para alcanzar esa meta y ahora, cuando suena la novena campanada, no es sino el deseo alegre de que siga adelante manteniendo el espíritu y la hermandad con los que ha abierto sus ojos desde la puerta de San Martín para que el futuro sea ya presente.

¡Dong! Décimo repique que va unido a la esperanza de ver nuevas procesiones en nuestras calles. Que cuando los empeños se encauzan y siguen el curso sin hacer remolinos, se alcanzan las aguas mansas y el puerto se avista más pronto que tarde.

Se van agotando las campanadas pero, no por ello, las que quedan van a sonar más débiles. Porque quiero que las que restan resuenen fuerte en lo más íntimo. Porque ahí van, en lo íntimo, mis últimos deseos.

¡Dong! Undécima campanada que suena para desear a quien hará que vibren las butacas del Liceo, cosa que no dudo, el mayor de los éxitos, que no es sino el cariñoso aplauso y el asentimiento reconocido de cuantos escuchen sus palabras. Y es deseo que lleva atado a lazo el abrazo que nace de ese intangible que solo notan quienes comparten. ¡Mucho éxito, pregonero!

¡Dong! Es la última. El badajo sigue oscilante, pero ya no alcanzará más el bronce que ha hecho sonar doce veces. Y aquí termina mi año, acaba el ciclo al que me negaba en la partida y solo me queda desear, con el mejor de los recuerdos, un excelente año cofrade a la Tertulia bajo cuyas alas se amparan estas páginas virtuales. Lo demás, lo pondremos nosotros.

¡Feliz año 2019!


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