viernes, 14 de diciembre de 2018

¿Ornato de muñecas?

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Daniel Cuesta SJ

San Juan de la Cruz. Grabado y aguada del siglo XVII. Detalle

14 de diciembre de 2018

¿Qué cofrade no ha presenciado o vivido en primera persona una discusión entre el sacerdote de turno, o un grupo parroquial que, al contemplar como las cofradías adornan a sus imágenes en sus altares o pasos, intentan hacerles ver que todo eso no sirve para nada, por ser superfluo o infantil? Y es que, el tema de las imágenes, su adorno y los gastos que esto ocasiona, es quizá uno de los más espinosos y resbaladizos con los que tienen que lidiar las hermandades, si es que estas quieren mantener vivo su seguimiento de Jesucristo dentro de la Iglesia Católica. Es verdad que la misma reflexión o vara de medir podría utilizarse para otro tipo de gastos y ornatos que la Iglesia utiliza para sus necesidades, pero, como esta es una reflexión dirigida fundamentalmente a cofrades, creo que no conviene entretenerse por aquellos derroteros.

Sin pretender solucionar este eterno debate, en este artículo querría ayudar a iluminarlo mediante algunas citas de San Juan de la Cruz, cuya fiesta celebramos hoy, día 14 de diciembre. Este autor castellano reflexionó sobre este tema en una de sus obras más famosas: la Subida del Monte Carmelo. En resumidas cuentas, lo que el místico carmelita pretende en este libro es ayudar a aquellos cristianos que quieran vivir en profundidad su seguimiento de Jesús a purificarse de todas las idolatrías que, bajo capa de bien, nos encierran en nosotros mismos en lugar de abrir nuestra alma hacia Dios. Así, el santo habla de la necesidad de trascender nuestros sentimientos, nuestras ideas, nuestros afectos, nuestra razón, etc. Y, como no podía ser de otra manera, en el capítulo 37 dedica unas breves líneas a la necesidad de trascender las imágenes sagradas para que estas puedan llevarnos verdaderamente hasta Dios.

Es verdad que algunos han pretendido ver en estas palabras de San Juan de la Cruz a un cristiano iconoclasta. Esta idea serviría a algunos católicos para realizar su deseo de retirar los santos de los altares y así incorporarse a una vivencia de la espiritualidad más cercana a la protestante. Sin embargo, creo que esta idea viene de una lectura superficial del texto sanjuanista, a la que probablemente el santo respondería con una invitación a trascender también este deseo de iconoclastia.

San Juan de la Cruz, como cristiano católico del siglo XVI que era, no estaba en contra de las sagradas imágenes, sino que las defendía e incluso llegó a utilizarlas como puerta para entrar en su oración mística. No hay que olvidar que, en el llamado "Milagro de Segovia", el Santo tuvo un coloquio espiritual con Jesucristo a través de la mediación de una pintura de un Nazareno. En este sentido, en Subida del Monte Carmelo, no duda en defenderlas y reivindicarlas como herencia y patrimonio de la Iglesia:

Siendo ellas [las imágenes] tan importantes para el culto divino y tan necesarias para mover la voluntad a devoción, como la aprobación y uso que tiene de ellas nuestra Madre la Iglesia muestra. Por lo cual siempre conviene que nos aprovechemos de ellas para despertar nuestra tibieza […]. El uso de las imágenes para dos principales fines le ordenó la Iglesia, es a saber: para reverenciar a los Santos en ellas, y para mover la voluntad y despertar la devoción por ellas a ellos; y cuanto sirven de esto son provechosas y el uso de ellas necesario. Y, por eso, las que más al propio y vivo están sacadas y más mueven la voluntad a devoción, se han de escoger, poniendo los ojos en esto más que en el valor y curiosidad de la hechura y su ornato (1). 

Sin embargo, también por ser cristiano católico del siglo XVI, San Juan de la Cruz conocía los peligros que encierran la veneración y sobre todo el adorno de las imágenes. Por ello, junto a estas palabras laudatorias de las efigies religiosas, no duda en incorporar otras muy duras, en las que advierte de las desviaciones y errores en las que se puede caer, convirtiendo la veneración de las imágenes de Dios, de la Virgen y de los santos en un culto idolátrico:

Hay muchas personas que ponen su gozo más en la pintura y ornato de ellas que no en lo que representan […]. Porque hay, como digo, algunas personas que miran más en la curiosidad de la imagen y valor de ella que en lo que representa; y la devoción interior, que espiritualmente han de enderezar al santo invisible, olvidando luego la imagen, que no sirve más que de motivo, la emplean en el ornato y curiosidad exterior, de manera que se agrade y deleite el sentido y se quede el amor y gozo de la voluntad en aquello […]. Esto se verá bien por el uso abominable que en estos nuestros tiempos usan algunas personas que, no teniendo ellas aborrecido el traje vano del mundo, adornan a las imágenes con el traje que la gente vana […]. Y de esta manera, la honesta y grave devoción del alma, que de sí echa y arroja toda vanidad y rastro de ella, ya se les queda en poco más que en ornato de muñecas, no sirviéndose algunos de las imágenes más que de unos ídolos en que tienen puesto su gozo […]. Y así, veréis algunas personas que no se hartan de añadir imagen a imagen, y que no sea sino de tal y tal suerte y (hechura, y que no estén puestas sino de tal o tal manera, de suerte) que deleite al sentido; y la devoción del corazón es muy poca (2). 

Pese a los casi quinientos años que nos separan del día en el que fueron escritas creo que estas palabras de San Juan de la Cruz siguen teniendo una rabiosa actualidad y por tanto pueden ayudarnos a los cofrades de hoy a vivir nuestra fe cristiana con una mayor hondura dentro de nuestras hermandades. Puesto que, en el fondo, el santo nos está preguntando si consideramos a nuestras imágenes como un medio para acceder a Dios (y por lo tanto una realidad contingente) o por el contrario las tenemos como fines en sí mismos, como ídolos que nos encierran en una vivencia cristiana superficial y poco comprometida. En el fondo, podríamos seguir preguntándonos con San Juan de la Cruz si al rezar y adornar nuestras imágenes, estas nos están llevando hacia Dios y a la vez abriendo a la Iglesia, a nuestra sociedad, a los más desfavorecidos, a los que sufren… o si, en cambio, su exorno nos está encerrando en nuestra cofradía, favoreciendo las críticas internas y externas, la envidias, las riñas y los conflictos y otras muchas actitudes que se contradicen con el mensaje de amor de Jesucristo.

En el fondo, estoy convencido de que esta reflexión de San Juan de la Cruz puede ayudarnos a discernir si al venerar, vestir y adornar a nuestras imágenes (costumbre santa y loable) nos estamos guiando por los criterios de aquellos que visten a muñecas, adornan escaparates o preparan pasarelas de moda, o si, por el contrario, lo estamos haciendo por el espíritu de quien quiere que sus imágenes estén bien vestidas y adornadas para que ayuden a aquellos que oren ante ellas a trascenderlas y llegar así a aquellos a los que éstas representan.

Con todo, soy consciente de que no se trata de un tema fácil, y por lo tanto no puede solucionarse ni con la necedad de aquel que aboga la eliminación de todo adorno (e incluso de toda imagen), ni con la simpleza de quien cree que todo vale con tal de que sus titulares sean los más ricamente vestidos y los que estén mejor adornados de su ciudad. Como en muchas otras realidades de nuestra religión cristiana, también la vestimenta y el adorno de las imágenes requieren de nuestra reflexión e interés, si no queremos que se conviertan en aquel "ornato de muñecas" del que hablaba San Juan de la Cruz.

(1) San Juan de la Cruz, Subida del Monte Carmelo, capítulo 37, 2-3
(2) Ibid. 3-4




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