viernes, 18 de octubre de 2019

Cruz de guía

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P. José Anido Rodríguez, O. de M.

La cruz de guía de la Hermandad del Perdón inicia la procesión en el Camino de las Aguas | Foto: Pablo de la Peña

18 de octubre de 2019

"La procesión la abre una cruz, como las procesiones litúrgicas son abiertas por la cruz parroquial. Poco más que comentar. La procesión la abrirá la cruz de la cofradía, llamada cruz de guía o en su defecto la  cruz parroquial si esta existe. Todas las demás cruces no tienen ningún sentido litúrgico y, además, estéticamente suponen una redundancia incomprensible". 
Pedro Martín, "Estética cofrade (II)", 28/XI/2016

Muchas son las cuestiones disputadas que adornan el foro cofrade. Son menos aquellos que intervienen en el debate con conocimiento de causa y criterio: este es el caso de Pedro Martín. Hace unos años dedicó una serie de artículos a la estética cofrade. Desde su publicación, si bien coincido en términos generales con lo que expone, tengo algunas diferencias en la aplicación de los principios a determinados casos concretos. Por eso, quiero dedicar al menos un par de artículos, a comentar esas diferencias y matices, dejando claro que es mayor el acuerdo que la disensión. Y puestos a comenzar por algún lugar, qué mejor que hacerlo por el principio, es decir, por la Cruz.

En nuestras procesiones encontramos un número casi infinito de insignias y símbolos de distintos tipos. Cada una de ellas tiene un significado y una función precisa. Sin embargo, en ocasiones, debemos reconocer que se han adoptado sin demasiado criterio: se ven atractivas, se adquieren y se colocan donde mejor cuadre sin pretender la articulación de un discurso coherente. Pongo un ejemplo: recuerdo que en una ocasión la sección de una cofradía sacó el incensario y la naveta en medio de su cortejo, no acompañando ninguna imagen. Esto supone no entender la función del incienso. Las procesiones tienen una gramática propia (con sus variantes dialectales en distintas zonas geográficas, es cierto) que debe respetarse para que tengan un sentido y puedan ser leídas como una verdadera oración hecha camino. Esta gramática apunta a la liturgia, pero no se confunde, ni se identifica de modo unívoco con ella.

Si nos fijamos en la cruz y tomamos como modelo la celebración solemne de la Eucaristía, al menos podemos contar con dos cruces: aquella que abre la procesión de entrada y la que preside el altar. En ocasiones pueden ser la misma, pero no siempre. Esto justifica la presencia de la cruz guía abriendo la procesión, por un lado. Y, por otro, también justifica que, dado que los pasos son altares en la calle, la cruz de altar tenga su correlato en la cruz parroquial, ya sea abriendo el tramo de la Virgen, ya sea en su cuerpo de acólitos. Esto último me genera una duda: ¿son cada uno de los pasos un altar independiente y, por lo tanto, tendría sentido que cada tramo o cuerpo de acólitos llevara una cruz; o, aunque separados, representan un altar mayor, un retablo completo y, así, con una sola cruz sería suficiente? Yo me inclino por esta última visión: permite considerar la procesión como un todo y favorecer una lectura global de la misma.

Como es natural, la presencia de la cruz en la liturgia y en los espacios celebrativos no se limita a las dos mencionadas: en cuanto a las cruces físicas, el espacio de una iglesia o capilla suele contar con las catorce correspondientes a las estaciones del vía crucis; en cuanto a las gestuales, la misma celebración de la misa cuenta con múltiples momentos en los que se realiza la señal de la cruz, por el celebrante y por el pueblo. Esto puede tener su reflejo en las procesiones: por ejemplo, en nuestra ciudad de Salamanca, la hermandad del vía crucis porta en su estación de penitencia las estaciones de la vía dolorosa. Lo que tiene un sentido lógico dentro del discurso que intentan articular en su procesión.

¿Quiero decir con todo esto que, en la procesión, cuantas más cruces, mejor? No, de ninguna manera. Es cierto que, si atendemos a la liturgia, su materia y sus gestos, o al espacio celebrativo, podemos encontrar analogía suficiente para su presencia múltiple en el cortejo, pero no se trata de añadir elementos por añadir, sino que, en todo momento, aunque haya una pluralidad, esta debe tener un sentido y una coherencia. Como defiendo, las hermandades y cofradías en su misión evangelizadora deben realizar una exposición orante en las calles. Mientras este discurso sea coherente y apunte, aunque no se identifique con ella, a la liturgia, considero que es válido. En cuanto a las cruces, además de la de guía, es posible considerar su presencia ligada a los pasos, como cruz de altar. Si se quieren incluir otras deben responder siempre a un discurso meditado que responda a la lógica teológica, eclesial y litúrgica.

P. D.: Para otra ocasión quedan las cruces que pueden llevar los nazarenos penitentes a imagen de Cristo cargando con la Cruz camino del Calvario, con un fundamento evangélico y bíblico evidente. En este texto me he querido centrar en las cruces como insignias.


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