jueves, 9 de abril de 2020

Jueves Santo

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Especial Semana Santa 2020 | Jueves Santo


Andrés Alén



09 de abril de 2020

El Jueves Santo siempre amaneció con buena cara, risueño, será por aquello del día del amor fraterno, por la luna llena de Parasceve en lo alto, o ya muy cercano, en mi casa, por los cuatro hábitos blancos recién planchados ocupando el salón como el velamen de un barco dispuesto a navegar.

En mis recuerdos, mañana de algarabía en el Arrabal, los pasos colmados de flores. Los hermanos punta en blanco, últimos tallajes por si los nervios han cambiado la estatura. El chocolate compartido en conversaciones amistosas. Y el Cristo allí mirando con su muerte dulce, que casi no es muerte de lo poco que pesa.

La tarde es de iglesia blanca a rebosar y alimento de eucaristía. Se abren las puertas y comienza la marcha penitencial con un baño de luz rasante y dorada que lo inunda todo. El toque de la campana de la iglesia vieja, que se porta a hombros jóvenes. El silencio prometido y hermanos vamos que la ciudad le espera.

La peculiaridad más salmantina del Jueves Santo y la más solemne sucede en la capilla de la Universidad, donde se recrea el antiguo ceremonial de la Cena del Señor en los oficios de Semana Santa. En la primorosa filigrana de la urna de Jueves Santo se realiza la reserva del Santísimo, asisten, toga, muceta, birrete y medalla los doctores y debo decir que desde hace ya bastantes años los acólitos que ayudan en estas ceremonias son una pequeña sección del Cristo del Amor y de la Paz con sus hábitos.

Si la Semana Santa Salmantina hubiera caminado siempre por sendas colindantes con las de su Universidad, o esta se hubiera acercado más a sus ceremoniales, no me cabe duda de que tendríamos una Semana Santa diferente e identitaria. Pero no pudo ser. Solo queda un bello Martes Santo, Luz y Sabiduría, con muy relativa participación del Estudio.

Volvemos a las calles: El primer desfile de la tarde viene de San Bernardo, o venía, pues parece que no acaba de acoplarse en su parroquia trinitaria. Asistí a su estreno una fría mañana Se denominó del Vía Crucis y rezaba sus estaciones a la puerta de cada iglesia por donde pasaba. Portaba una imagen, copia digna del Medinaceli, después se sustituyó por otra nueva del Ecce Homo, que no mejoraba. Opino que este loable intento de instaurar cofradías de barrio ha conseguido un cierto entusiasmo, casi exclusivamente, en el vecindario, pero adolece de una estética propia, un estilo, una imaginería homologable con en marco excepcional que las acoge. Siempre hay que preguntarse ante una cofradía nueva qué aporta, y las respuestas determinan su razón de ser.


El Jueves Santo era esa fecha con un número en negro y otro en rojo, pues era media fiesta o solo fiesta por la tarde. Empezaba más allá de Ramos, la Pasión. Así que esa tarde una hermandad llenaba ella sola toda la expectativa de la ciudad dorada. Cristo de la Agonía, la de los comerciantes, los dueños decían, y los dependientes al Flagelado. Esta fama de ricohombres predisponía a una impecable vestimenta, capa y túnica de lana blanca, antifaz malva. Calle de la Compañía plena y para mis pocos años, sabor a pirulí de oblea, ojos como platos ante sus cuatro pasos y sin sentir las posaderas en la espera, sentado en el bordillo de la acera. Esta hermandad aún hoy dispone de una imaginería propiamente salmantina, en un intento decidido por revivir una escuela salmantina perdida de arte sacro.

El primer motor de ella fue el catalán de Amposta Inocencio Soriano Montagut, quien en 1935 obtuvo la plaza de profesor en la Escuela de Artes y Oficios de Salamanca, de la que fue director, y estableció en el patio de Escuelas una incipiente escuela de imaginería con González Macías y Álvarez Villar. Como profesor de artes y oficios influyó en otros destacados escultores salmantinos. Los pasos que mantiene esta seráfica hermandad son el Prendimiento de Villar, Jesús ante Pilatos, de Macías, El Cristo de la Agonía, antes del Perdón, de Villar, y la Dolorosa, de Montagut.

Esta escuela repartió sus obras por toda España, principalmente Asturias. Estamos en el nacional catolicismo y había que responder a la demanda. Los pasos de la Seráfica son muy desiguales, grandes aciertos y algún fiasco. Estos sustituyeron a los antiguos, un prendimiento de imitación salcillesca, sin valor, y dos obras maestras: la Dolorosa de las Agustinas de Carmona (que fue sustituida por la de D. Inocencio, más barroca, dramática y carnal, con una magnífica policromía) y, posiblemente el mejor crucificado salmantino, Cristo de la Agonía de Pérez de Robles, D. Bernardo. Como apostilla pienso en que si esta escuela salmantina hubiera incorporado escultores charros más a la vanguardia de la figuración, Venancio Blanco, Núñez Solé, Mayoral…, podríamos haber tenido una aportación trascendental a nuestra Semana Santa.

Sigue subiendo Compañía, la calle más bella del mundo y más semanasantera. Se han incorporado algunos penitentes de cruz pesada y cadenas (por si nieva, perdón por el chiste, pero algunas cosas me parecen de otro tiempo) Yo me quedo con aquellos recuerdos.


Habíamos dejado a la Hermandad de Amor y Paz cruzando el puente o ya subiendo Tentenecio a pulsos de un solo corazón. Me dijo un amigo del cine que era la procesión más cinematográfica de todas. Yo también creo en su fotogenia, que no siempre se elige, pero que suele ser un acierto de la estética. Itinerario, la hora de su luz, encuadre, el contrate del blanco en la noche, la juventud radiante, el no parecerse a otras…

Sube Tentenecio la Madre de más de cien hermanas de carga, que la llevan como si fuera el aire exhalado en su respiración. Es lo mejor del paso, ese pie de flores.

Cuando el Cristo entra en la catedral suena el órgano de Echevarría y el raseo zapateado de los hermanos. Hacia lo alto el crucificado se proyecta sobre la crucería como en la perspectiva de Masaccio, que inauguró la nueva forma de ver renacentista. Ante la Piedad, ante el Santísimo, ante la Soledad, se va clavando dentro tanta belleza, que casi siempre es nuestra forma de orar. Plaza de Anaya, la Palabra, silencio y oración, frente a la ciudad entera, vuelan las palomas como el verbo, como la paz.

También aquí recuerdo otros tiempos, la marcha penitencial como una marcha triunfal, que llegaba a una plaza que la recibía apagada para que solo luciera él. Como en otro recuerdo anoté una fecha de comienzo de un declive. De todas formas, en Libreros nos dejaban solos y es que la jornada ya pasaba varias de sus horas al Viernes Santo. Quien se acercaba como un imán embelesado nos acompañaba hasta el final en el Arrabal, que siempre era de abrazos por haber cumplido con la singladura que se nos demandaba.

Fin por hoy de este mí modesto escalofrío.

* Ilustraciones: Andrés Alén


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