Especial Semana Santa 2020 | Viernes Santo
Pedro Martín
Dos niños contemplan la procesión de Jesús Rescatado en la tarde del Viernes Santo | Fotografía: Manuel López Martín |
10 de abril de 2020
Es Viernes Santo. Es fiesta, aunque no lo parece, es el triunfo de la Cruz. Muere Jesús en ella, por todos nosotros, y celebramos su pasión con la esperanza puesta en él, en su resurrección.
Viernes Santo bien diferente en las formas que no en el fondo, sin pasos en las calles, por motivos bien diferentes a los de otras ocasiones, pensemos que ha llovido, que estamos acostumbrados.
10 de abril fue también el Viernes Santo de 1998 y 2009, los últimos en la memoria. 1998 fue también el último año que la Hermandad Dominicana desfiló en la tarde del Sábado Santo al no poder hacerlo en la madrugada.
10 de abril de 2020, santo y viernes. Comencé el día como en mi juventud, escuchando por la radio la retrasmisión de la "madrugá" de Sevilla, sin imágenes, solo sonidos que llegan al alma y te hacen volar la imaginación aflorando sentimientos de lo más hondo del corazón.
Comenzaba el Viernes Santo rezando, igual que había terminado el jueves, en la hora santa de la parroquia, acompañando a Jesús en el Huerto de los Olivos en la soledad más absoluta, frente al Padre, pero con el Padre. Es ese sueño de los apóstoles que será recordado en la tarde del día siguiente que viene del Carmen de abajo y que veré pasar desde la puerta de San Pablo.
Evocación de la noche más hermosa del año, que me trae recuerdos de infancia cuando mi padre me despertaba, con cariño, y yo me levantaba sin pereza, para ir a ver la Dominicana, con sus caballos, sus colores, sus sonidos de campanillas y su chocolate con churros en las tres GGG, para saborear de nuevo el calor de las sábanas hasta bien entrada la mañana.
Mañana de Viernes Santo, mañana de nervios sin duda en los años que me ha tocado estar al frente de mis hermanos en la Congregación, ¿todo listo? Rezo del viacrucis y a comer.
Comida de potaje, siempre potaje, de mi abuela, de mi madre, de mi suegra, de mi mujer. "Mujeres de Jerusalén, no lloréis por vosotras sino por vuestros hijos", les dice el Nazareno de San Julián a sus acompañantes en el paso que veo pasar por el Gran Hotel mientras espero con las Angustias.
Tarde de Viernes Santo, tarde de oficios preparatorios para la procesión, con mi abuelo. Solo coincidimos en la salida del año 75, desgraciadamente no tengo documento gráfico; con mi padre, con mi hermana, con mi hija, con mi hijo; quizá algún día con un nieto, acompañando a Jesús Rescatado y a Ntra. Sra. de las Angustias. Y con mi madre y mi suegra siempre en las filas alumbrando. Qué importante mantener la luz siempre encendida.
Tarde de espera en las Úrsulas, viendo pasar de niño pasos y pasos de la Vera Cruz que tan solo disfrutaba aquellos instantes, pasión viva de Cristo en preciosas escenas, presentadas a la ciudad para trasmitir la verdad del Evangelio. Él sufrió por nosotros, dio la vida por nosotros, nos redimió muriendo en la cruz, cruz de la que es bajado en el Acto del Descendimiento, al que si acudí en la mañana del viernes en alguna ocasión.
Ya enterramos a Jesús, ya lo metimos en la urna, ya lo veo a la puerta de la Catedral esperando cuando paso cargando con Ntra. Sra. de las Angustias por primera vez en el año 88. ¡Cuánto tiempo ha pasado, mi Señora! Este año volvía a poner mis hombros a tu servicio. El que viene, si Dios quiere.
Termina este Viernes Santo tan atípico en el Corrillo, despidiéndonos de "San Julián" y deseando a voz en grito: "Salud para otro año, hermanos".
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