viernes, 22 de mayo de 2020

Teleprocesiones, ¿dígame?

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Paulino Fernández

Procesión de la Hermandad del Silencio por la carretera Ledesma, en el barrio de Pizarrales | Foto: Pablo de la Peña

22 de mayo de 2020

Quizás pueda resultar incomprensible que, en plena pandemia, hable de procesiones de Semana Santa cuando este año, para desgracia de todos, no se han podido llevar a cabo. Podría dedicarme a dar vueltas a conceptos ya tratados como el "estilo" de la Semana Santa salmantina, cuestión más de la mano de etnógrafos, historiadores o sociólogos, o centrarme en volver a discutir los puntos fuertes y débiles de nuestra Pasión. Pero claro, en manos de un profano, aportaría nula novedad. A mayores, a mi parecer, sería escribir por escribir, llenar párrafos para cumplir. Y ello, en mi opinión, implicaría traicionar mis principios y mi modo de entender estos artículos: un canal que me permite exponer ideas que, de otra manera, no puedo expresar.

Allá por el mes de enero de este 2020, cuando esto del/la COVID-19 nos sonaba a "chino", publiqué mis propósitos cofrades de año nuevo. Estas intenciones que me quería aplicar recogían muchas y muy variadas cuestiones. Desde aprender a pedir perdón a mis hermanos por mis errores en los servicios que desempeño en la hermandad, hasta ser humilde y no tratar de colocarme por encima de los demás; pasando por vivir mi experiencia cofrade de un modo totalmente diferente al que acostumbro.

Efectivamente, me proponía a mí mismo vivir la Semana Santa más apegado a la liturgia y más alejado del aspecto "cofradiero". Y, la verdad, es que el devenir de las circunstancias me ha facilitado esta decisión.

Este año, sin "pres" ni "posts" procesiones, he podido disfrutar con más recogimiento y cercanía ‒aún en la distancia‒ de las celebraciones que rememoran la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.

La situación que hemos vivido este año, con la suspensión de los actos de culto externo y las expresiones de piedad popular, han venido a demostrarnos que la realidad que subyace a nuestra experiencia cofrade no se sostiene sobre meros constructos folclóricos, tradiciones seculares o convencionalismos sociales. No. Nuestra realidad como penitentes debe construirse sobre la base inquebrantable de la fe y una profunda experiencia creyente que nos permitirá comprender que la Semana Santa no es un simple espectáculo callejero que aúna arte y tradición; si no un tiempo litúrgico en el que hemos de atrevernos a trastocar la conciencia del otro, anunciando en público el mensaje salvífico de la muerte y resurrección de Nuestro Señor.

Ambas visiones de la Semana Santa, la mera reducción al espectáculo folclórico y la íntima vivencia de fe, han venido a manifestarse por las redes sociales en nuestra ciudad durante estos tiempos de pandemia. Por un lado, algunas hermandades decidieron limitar su manifestación pública a una llamada a la oración conjunta, a fin de cumplir con sus objetivos estatutarios y fundacionales, demostrando que el desfile procesional es un medio y no un fin en sí mismo. Otras, por el contrario, decidieron recrear sus desfiles procesionales, sirviéndose de las redes, en un ejemplo de luto mal llevado. Obviaron sus redescubiertas devociones eucarísticas para convertir Facebook en un mar de lágrimas en el que, cual plañideras, se lamentaban por lo que pudo ser y no fue en lugar de disfrutar lo que es, en atención a lo que podía haber sido. Y es que en estas nuevas modalidades de desfile online ‒que, entiendo yo, también podrán aplicarse a la suspensión por lluvia, a las ausencias de cofrades o hasta a la mera comodidad de los hermanos en años que el clima sea recio‒ el Santísimo Sacramento dejó de ser el centro y vida del cortejo para convertirse en un mensaje más que se diluyó en la procesión que avanzaba a golpe de me gusta.

Somos lo que vivimos. Somos el resultado de aquellas experiencias que nos golpean en un sentido o en otro y que, en apenas segundos, convierten nuestra existencia en algo que jamás imaginaríamos. En nosotros está convertir estos envites en elementos que nos ayuden a crecer o en meros palos en la rueda que nos hagan caer una y otra vez sin comprender qué sucede. La Pascua la estamos viviendo desde nuestras casas, sí. Pero eso no es óbice para que, sin capirotes ni hábitos, demos a nuestros hermanos testimonio de nuestra fe.


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