viernes, 27 de noviembre de 2020

Cuestión de fe

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Tamara Velasco

 Detalle de las manos de Ntra. Sra. del Silencio | Foto: Tamara Velasco

 27-11-2020

La aciaga pandemia y el largo confinamiento dura ya más de lo que todos podíamos imaginar. Aún recuerdo cuando, poco más de un mes antes de Semana Santa, todos pensábamos que el asunto no sería tan grave y podríamos manifestar nuestra fe por las calles de nuestra soberbia ciudad, como cada año. Qué ilusos fuimos.

Esta tragedia nos ha traído una inseguridad creciente con lo que nos rodea, cifras insoportables de personas hospitalizadas y fallecidas, desempleados y la consecuente falta de ingresos de muchas familias, empresas en quiebra... La sociedad moderna no había experimentado nada semejante y, como cristianos, estamos siendo retados a ser el caldo de cultivo ideal para que afloren inquietudes espirituales y cuestiones de fe. Pero también, incluso en tiempos de pandemias, guerras u otras grandes catástrofes que han ocurrido de manera cíclica a lo largo de la historia, no faltan actos de humanidad, generosidad y entrega de muchas personas. ¿Podemos hablar de Esperanza?

Sí, esperanza, redescubriendo una dimensión justa y solidaria de economía, de educación y sanidad de calidad, de responsabilidad política y, sobre todo, de la importancia de la fe que nos da la fuerza para caminar en medio de la oscuridad: «Yo soy la luz del mundo, el que me sigue, no caminará entre tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12).

Esperanza de conducirnos al compromiso con los demás aumentando la cuota de héroes anónimos cotidianos que realizan pequeñas contribuciones y multiplicando gestos de generosidad. Y nosotras, las hermandades, cofradías y congregaciones insertas en la comunidad de fe a la que pertenecemos, tenemos la obligación de no mirar hacia otro lado. Ahora menos que nunca. Me consta que no son pocas las que han respondido a estas necesidades acuciantes de sus propios congregantes, fieles o cualquier necesitado que lo solicitase. Iniciativas como la donación de recursos a personas que han sido despedidas de sus trabajo y no tienen ningún ingreso para sustentar a su familia, la realización de mascarillas para personal sanitario, el acompañamiento y llamadas telefónicas a personas mayores aún más solas que de costumbre, recogidas de alimentos, la retribución de recibos impagados y un largo etcétera para colaborar, en la medida de las posibilidades de cada una de ellas, con los afectados por la crisis.

En estos meses nos hemos dado cuenta que la Semana Santa que tanto añoramos y que en cierta medida necesitamos volver a vivir y sentir, tal y como la conocíamos hasta ahora, ha quedado relegada a un segundo plano y ha sido superada por la necesidad imperante que nos aflige, por el sentido de comunidad, ayuda mutua y unión de hermandades frente a los individualismos y pretensiones cuasi personales. Pero, después de que todo esto pase, que lo hará tarde o temprano, hay una cuestión importante a tener en cuenta. ¿Qué hemos o estamos sacando en claro de todo esto? ¿Volveremos a ser igual que antes de la pandemia o cambiaremos con lo aprendido, en el sentido personal, hacia lo que queremos aportar a nuestro alrededor, en el espiritual, con uno mismo y nuestra fe y, socialmente, con los demás? Tengo la fe y esperanza de que nos inclinaremos por lo segundo.

 

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