25-11-2020
Si hace –pongamos por caso– tan solo un año, alguien nos hubiera dicho que tendríamos que llevar puesta una mascarilla, que comercios y bares iban a estar cerrados, que entre las diez de la noche y las seis de la mañana no podríamos salir a la calle, que no nos dejarían juntarnos a más de seis personas o que no nos permitían cruzar las fronteras de la comunidad autónoma –todo esto hablando de Castilla y León; en otros territorios, poco más o menos– y eso, poco después de habernos pasado tres meses largos confinados en casa, probablemente hubiéramos pensado que estaba completamente chalado… Y aquí estamos, viviendo este tiempo como mejor podemos…
Y es que la covid-19, huelga decirlo, ha modificado drásticamente nuestra forma de vida… Y, sin ánimo de ser tremendista, me temo que esto no es más que el comienzo, y que seguiremos sufriendo las consecuencias de la pandemia incluso una vez que la hayamos dejado atrás…
Está siendo esta una época de cambios, como tantas veces –por unos u otros motivos– ha ocurrido a lo largo de la historia, en la que a la sociedad –incluido el mundo cofrade que, ni que decir tiene, forma parte de ella– no le queda más remedio que adaptarse a una nueva realidad.
Siglos atrás –por poner un ejemplo– las cofradías se ocupaban, entre otros cometidos, de atender enfermos o de enterrar muertos; pero hace ya tiempo que no se encargan –o, al menos, no de la misma manera– de ello. Y, de igual forma que, en algún punto, evolucionaron en esa dirección, quizá sea ahora buen momento, por el contexto actual, de pararnos a reflexionar concienzudamente sobre el camino que debemos seguir…
Ya lo decía, hace unos meses, en este mismo espacio: hace tiempo que es necesario repensar el papel que deben desempeñar las cofradías. La cuestión es: ¿hacia dónde ir? Buena pregunta… cuya respuesta, quizá, no sea nada sencilla, y en la que, desde luego, entran en juego muchos factores. La vertiente social va a ser –ya lo es– fundamental y, naturalmente, es necesario redoblar esfuerzos; pero, a buen seguro, esa adaptación a la que nos referíamos ha de ir aún mucho más allá de la caridad…
Lo que sí está claro es que la Semana Santa, tal y como la conocíamos, tardará –en el mejor de los casos– en poder desarrollarse de la misma manera que antes de la pandemia. Y, aunque la próxima tampoco será como la del año pasado –confinados en casa y con los templos cerrados–, parece difícil –muy difícil– que haya procesiones… digamos, «al uso». Y, entonces, ¿qué hacer? Opiniones las hay para todos los gustos, desde quienes piensan en hacer lo posible por salir a la calle, con los cambios que sean necesarios –recorridos por calles más anchas, o pasos más pequeños o con menos cargadores y más distanciados, por poner algún ejemplo–, hasta quienes consideran que, si no es posible organizar las procesiones como siempre, es preferible quedarse en casa y esperar tiempos mejores… Y eso, hablando solo de procesiones, a lo hay que añadir otras cuestiones como cultos, formación… o el propio día a día de las cofradías.
Es hora –permítaseme insistir– de reflexionar. Y de tomar decisiones. Y ya no podemos esperar mucho más…
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