lunes, 2 de noviembre de 2020

Dales Señor el descanso eterno y brille para ellos la luz perpetua

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Cristo de la Liberación. Salamanca | Foto: Manuel López Martín
02-11-2020


Han sido muchos los hermanos cofrades que, durante estos meses de pandemia, han pasado de este mundo al Padre. Muchos de ellos eran mayores, de aquellos que trabajaron incansablemente para poder entregarnos a nosotros una preciosa herencia de hermandad que debemos cuidar y engrandecer para transmitírsela así a nuestros sucesores. Pero, también ha habido jóvenes que han fracasado en su lucha contra el virus, o que han fallecido a causa de otras patologías.
En todos estos hogares en los que la muerte se ha abierto paso de modo inapelable, las personas sienten el vacío de aquellos que ya no están y de cuyas manos no se pudieron asir mientras exhalaban su último suspiro. La fe nos da el consuelo de que viven en el Señor, puesto que, si todos ellos han comulgado con Cristo en su muerte, también lo harán en su triunfo sobre ella. Pero, a nadie se le escapa que, pese a la honda paz que las verdades profundas de nuestra fe nos transmiten en el alma, nuestra carne sigue llorando y sangrando, por las heridas abiertas por un final precipitado y por una ausencia que todavía no hemos logrado integrar.
Por todos ellos se eleva hoy, 2 de noviembre, día de los fieles difuntos, nuestra oración a Cristo muerto y resucitado. Por ellos, doblemente hermanos nuestros en cuanto que cristianos primero y cofrades después. Por ellos, que nos transmitieron el amor a Dios y a la Santísima Virgen y nos enseñaron a rezar ante ella. Por ellos, que vistieron el mismo hábito o túnica que nosotros y, en ocasiones nos ayudaron a ponérnosla por primera vez, o la tejieron con sus manos. Por ellos, de los que hemos recibido tanto, hasta el punto de que, en ocasiones, cuando rezamos mentalmente, en nuestro interior sentimos su voz recitando el Padrenuestro, el Avemaría o cantando la Salve. Por ellos, Padre de Misericordia, elevamos a ti nuestra plegaria de Requiem, que confía en tu amor infinito por la humanidad y en tu deseo de que todos los hombres se salven. Lo hacemos por medio de Jesucristo nuestro Señor y nuestro titular, y por la intercesión de la Virgen María y de todos los santos, especialmente de aquellos de los que nuestros hermanos eran devotos. Amén.


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