viernes, 4 de diciembre de 2020

El amor y la paz de Pepe

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 J. M. Ferreira Cunquero

 

 

Cristo del Amor y de la Paz | Foto F. Cunquero
 
04-12-2020

Una treintena de mozalbetes llevábamos sobre los hombros al Señor de los Arrabales. Traspasábamos el Tormes hacia los adentros de la ciudad, en el ocaso del atardecer del Jueves Santo, con aquel brío juvenil que no medía las consecuencias del largo recorrido. Entre ellos, cerca de mí, estaba José González al lado de mi siempre querido y admirado Andrés Alén.

Al regreso, cual si fuera de plomo el paso, nos aplastaba sobre los adoquines del romano puente, creciéndonos la impotencia. Ese era el momento de Pepe, para dar ánimo y decir aquello de: No miréis la iglesia, pensad que nos quedan solo unos metros para salir del puente…

Cuando escribo estas letras, Pepe acaba de citarse en la inmensidad del cielo con su Cristo del Amor y de la Paz, para recibir el abrazo perenne de la calma eterna, después de habernos regalado ese rastro de humanidad cristiana que lo hará vivir para siempre entre nosotros. Vivir como ejemplo imitable en la remembranza más profunda del corazón para rescatar aquellos instantes arrabaleños que puedan aportar cierto sosiego ante su inesperada partida.

Duele que, a dos meses de la efeméride fundacional de su Hermandad, se haya marchado, cuando su experiencia sería sin duda uno de los grandes y elocuentes testimonios que deben forjar, durante el 2021, el más que interesante recordatorio que escribe sobre el libro del tiempo, con letras de oro, la gran historia que comenzara en los locales parroquiales de la iglesia nueva del Arrabal por aquel lejano 1971.

En este mundo de la religiosidad popular que vivimos con tanta pasión, en el que prevalece en muchas ocasiones el acento banal de tantas actitudes incongruentes con el espíritu cristiano, Pepe se mostraba como ese cofrade imprescindible que aporta seguridad, desde un carisma dialogante que, por ser propio de los hombres buenos, es tan necesario en cualquier cofradía.

El viacrucis de la vía dolorosa de la vida acaba de terminar para nuestro querido hermano. En las puertas de la inmortalidad ha dejado la cruz desnuda, que señala la identidad austera de la Hermandad del Cristo del Amor y de la Paz que él tanto quería. Una cruz sobre la que faltarán aquellas manos que la portaban con tanto desprendimiento cofrade por el atrio de las Dueñas y por tantos otros lugares que fueron y son emblema de la Hermandad del Cristo del Amor y de la Paz.

Seguro que, descansando en la paz del Redentor, Pepe nos hará ese guiño intemporal que acentúa el misterio de la vida, al hacernos entrever su presencia por la Ribera del Puente, cuando la belleza de lo sublime enmarque ese cuadro de neblinas blancas entre inciensos que acogen, en el cenit de la noche arrepentida, la aparición del Cristo de los Arrabales, como signo de esperanza en el mágico encuadre de la calle Tentenecio.

 




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