viernes, 18 de diciembre de 2020

Esperanza para nuestras hermandades

| | 0 comentarios

 P. José Anido Rodríguez, O. de M.

Virgen de la Esperanza | Foto: Pablo de la Peña

18-12-2020


¿Qué es la esperanza? Una cosa pequeña, una fruslería sin importancia, un nada. Si fuera grande, majestuosa, llena de razones y de argumentos, no sería esperanza, sería otra cosa, palpable y medible. Prescindible también, pues como todo lo que peca de gigantismo, tendría los pies de barro y nos infundiría la falsa seguridad de valernos por nosotros mismos. En las hermandades nos pasa esto muchas veces: allá que nos fiamos en historia, fachada, número y teóricas fuerzas, y nos olvidamos de lo mínimo, del detalle, de que el Reino es pequeño como un grano de mostaza. Voy a ser claro: la salud de una cofradía no se mide por el número de nazarenos en la estación de penitencia, sino por el trabajo silencioso, lejos de los focos, de la diputación de caridad; no se mide en la espectacularidad de los exornos florales o la cantidad de cirios en unos cultos, sino en la oración silenciosa y demorada de un hermano en un día laborable ante las imágenes de sus titulares. Y es en esos pequeños gestos donde reside la esperanza de que nuestras hermandades sean verdadero camino de vida cristiana.

La esperanza es modesta, como la doncella de Nazaret. Un esperanza diminutiva que da fruto en la sonrisa de un Niño, débil sin duda, pero en la que se contiene la salvación del mundo entero. Una esperanza oculta a la vista, como la vida en la Sagrada Familia. Una esperanza que mueve a tres sabios paganos a acercarse a adorar al Niño, mientras que los sabios, escribas y sacerdotes del pueblo se quedan sentados sobre su conocimiento estéril, confiados en su superioridad. Y así debe ser también en nuestras hermandades: cuidemos lo que no se ve, lo que no es aparente, lo que no permite colgarnos medallas en la portada del periódico local. Ahí reside el futuro de nuestras corporaciones. Este año lo hemos experimentado: aislados, sin grandes alharacas y demostraciones, preocupados por la salud de los que nos rodean, las hermandades que han «brillado» son las que en el silencio del encierro han sabido poner su granito de arena para aliviar el sufrimiento de la pandemia. Todavía queda mucho camino por recorrer antes de recobrar una teórica normalidad. Hay que cultivar la esperanza, las pequeñas llamas de fraternidad que, sin ser incendio arrollador, van abriendo nuevos espacios de convivencia y trabajo.

La noche, llena de terrores como está, es también tiempo de salvación, como el árido desierto lugar de encuentro con el Señor. Jesús nace en la noche, en la noche resucita, en la noche se despliega el plan de Dios que brilla al alba. Vivimos todavía en la noche, aunque esperamos el amanecer. Aprovechemos para establecer firmes cimientos de esperanza, para construir en el silencio, para que, cuando llegue el momento de volver a las calles, no sea eso meros fuegos de artificio con pies de barro, sino que sea el reflejo de un trabajo modesto: los cimientos no se ven, pero sin ellos el edificio se viene abajo. Por desgracia, por las circunstancias, tenemos todavía un tiempo precioso: cultivemos la esperanza con la formación, la caridad, la devoción. Demos la palabra a los que suelen estar callados, demos espacio al silencio para poder escuchar la frágil voz de la esperanza.

Celebramos hoy, de ahí el tema de este artículo, a Nuestra Madre en su advocación de la Esperanza, en este tiempo de Adviento, de espera casi inmediata por el nacimiento de nuestro Salvador. Vuélvase pues nuestra mirada hacia la humilde cueva de Belén, hacia María, hacia José, y que nuestras corporaciones sigan su ejemplo de esperanza viva en la tranquilidad de la noche.

0 comentarios:

¿Qué buscas?

Twitter YouTube Facebook
Proyecto editado por la Tertulia Cofrade Pasión