21-12-2020
Entre las golondrinas de Gustavo Adolfo, oscuras pero no tanto, blanquinegras, como un cofrade de la dominicana, de las que sabemos que no volverán las que aprendieron nuestros nombres, y los vencejos de D. Miguel, estos sí, muy oscuros, como un cofrade confinado de la Soledad, que volverán porque las cosas naturales vuelven siempre. Me adentro en las lindes de la metafísica, que D. Norberto Cuesta Dutari equiparaba a los vencejos unamunianos y la esperaba con naturalidad por la misma razón, para tratar de discernir ese futuro incierto que se cierne sobre nuestras vidas costumbres e idiosincrasias.
Basta que me quieran cambiar mis normas en aras de un supuesto bien superior, para que empiece a pensar que entra perfectamente dentro de esos bienes el bien supremo de vivir con normalidad. Dicho de otro modo: todo aquello que sabía nuestro nombre en lo que nos reconocíamos y nos reconocía. La circunstancia que completaba el Yo de Ortega (más ahora que con las redes sociales parece todo circunstancia y se disuelve el yo). Todo lo que nos rodea y que viene a ser lo que nos hizo y que nos quieren cambiar por lo nos hará, que dicen, vaya usted a saber.
En medio de este cambio de tercio como diría Álex, no sé si de banderillas avivadoras, suerte de varas o suprema estocada final, se nos presenta la antes llamada Navidad. Ya sé que para los cristianos, y es lo central, lo que se celebra es el nacimiento, de Cristo, Dios hecho hombre, suficiente misterio ante el que todo lo demás, agua en vino, panes y peces multiplicados, curaciones con demonio o sin demonio, una resurrección de más o de menos, se supone consecuente, si exceptuamos quizás esa Pasión que conmemoramos los cofrades españoles de formas tan pintorescas.
Pues en medio de este caos tan políticamente normalizado, de tanto sufrimiento real, nos llega el tiempo de esperanza más desesperanzado que recuerdo. Ni abrazos de Genovés, ni fiesta ni cantos ni celebraciones, ni pobre en la mesa. La solidaridad es la soledad y la toma de precauciones, no se mueva y hable menos, que salimos más fuertes los que saldremos fuertes (y hundidos los que no salgan).
El pobre en la mesa recuerda la ácida Navidad de Placido. No es que quiera reivindicar pasados, aunque sí del cine español. Solo pienso que este año no se podría ni rodar sin saltarse las normas, y que de alguna forma me parece que la de este año contiene elementos igual de ácidos, familias sin poderse juntar, UVIS repletas, padres y abuelos confinados en los morideros de las residencias, el gobierno festejando su segundo año triunfal, las policías a sus multas, mientras los delincuentes campan, las mascarillas con banderita o reivindicativa, no sé cuál protege más pero si la que más filtra. Total que no hay Plácido 2 porque no hay Azcona y no hay Berlanga, que lo que más cambiaría es la estrella de navidad del carromato, hoy por millones de luces leds, que es la luz más fría, promocionando alcaldes o centros comerciales.
En este año de covid y dolor en el que hemos estado todos confinados, menos las monjas de clausura que como las golondrinas han volado, también quedó herido ese tiempo de confraternidad en nuestras hermandades, reparto de alimentos, preparación de belenes, ilusionantes loterías, magos y reuniones, misas del gallo y celebraciones eucarísticas. Toda esa periferia del misterio tan pegada al mismo como una piel.
Total que el espíritu de Navidad que aprendió nuestro nombre no sé si volverá.
N.B.: El tradicional Belén de Isabeles de la Real cofradía, dispuesto hoy contra viento y marea en San Blas, ha sido una confortante noticia. Allí nos vemos, de a pocos, un año más.
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