miércoles, 24 de marzo de 2021

Interpretación devota y lírica del cartel de la Semana Santa de 2021 Amor y Paz

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Luis Felipe Delgado de Castro

Fotografía original del cartel de Semana Santa 2021 | Foto: Rosa González

24-03-2021

 

Jueves Santo. La luz pisa aún el joyero monumental de la ciudad y abrillanta los acontecimientos de aquella noche de la primera Pascua y los muestra por sus rúas antiguas. Evangelio y madera se convierten en arte. Getsemaní, el Pretorio y el Calvario explican la lección. Compañía arriba, la Pasión pasa de un lado a otro de la tarde aguardando las sombras que no tardarán en acampar sobre tan intemporal y fascinante calle de la Amargura.

Mientras, a este otro lado del río, donde se citan la fotografía y la palabra para crear este cartel, sale otra procesión que también buscará luego, tras cruzar el puente, la orfebrería de las piedras para, desde una simple cruz, anudar con una solemne perfección estas dos palabras, amor y paz.

El cortejo pide aire y sitio en la noche anticipada del Arrabal y el fotógrafo aprisiona el instante. Maravilloso segundo retenido en un papel. La foto de Rosa González tiene varias miradas y distintas respuestas pero la escena resulta fácil de narrar: Ha salido el Cristo del Amor y de la Paz a predicar desde el púlpito de su cruz la verdad de la muerte.El día parece que todavía desea auparse en el talle de lafotografía, sobre el mismo calvario del Cristo, para seguir siendo el vigía del cortejo que se va en busca de la noche, que ya hace rato ha ocupado la ciudad. Una gruesa nube, empapada de negrura, con sus costuras deshilachadas de agua, llega para apoderarse de la luz, ya en brazos del ocaso enmarcado en el corto cielo que refleja la instantánea. Eso sí, en la fotografía, se mire como se mire,la muerte gobiernade arriba abajo. Al norte viene agarrada a la agonía del día, bosquejada en claridades. Si ya lo dijo el genial poeta zamorano Claudio Rodríguez:«siempre la claridad viene del cielo».Al sur, la muerte está alzada en esa cruz,escoltada por dos velones de temblorosas llamas. Pueblan la preferencia de la foto las espaldas de unos penitentes de blancos hábitos fraileros, que, uncidos a las andas, hincadas en sus hombros, sostienen el trágico esplendor del cuadro.

Sobre el soberbio tapiz del grabado, hecho de luces y pasos, parece entreverse su Palabra:«Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no anda en tinieblas sino que tendrá luz de vida» (Jn 8,13).

La imaginación nos lleva de ahora adelante en procesión con Él, más allá del cartel.Su cruz abierta al mundo avanza sobre el antiguo y noble puente, acostumbrado ya a que pisen sobre él todos los siglos de la historia y pasen bajo sus pies todas las aguas de la leyenda. Atravesándolo, la piedad y la belleza entonan a una sola voz un himno a la Redención. Una hilera hermana de sombras blancasrasga el camino de la penitencia, florecida en las orillas del perdurable río.

En la fotografía, si os fijáis más detenidamente, la imagen del Cristotiene iluminadas sus espaldas tras la madera. Dueño y Señor del Arrabal, marcha a conquistar ahora la ciudad. Los dos cirios plantados en la escena riman con Él laspalabras que lo alzan en lo alto de su calvario, AMOR Y PAZ, esas dos palabras quele pusieron de nombre un día, ya hace cincuenta años, antes de compartir con Él la imaginación de una nueva hermandad y la entelequia de una original procesión.Sí parece, al verlo, aún de espaldas, con el lábaro de la cruz como apoyo, que el escultor, quizá el toresano Juan de Montejo según dicen, pensaba, al tallarlo, en las palabras que escribió Juan:«Habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el fin»(Jn 13,1), tal es la perfección y humanidad de todos los gestos de esta bendita imagen que arracimó durante siglos la fe de un barrio humilde, hecho de adobe, donde la pobreza se daba la mano con la dignidad. El Arrabal y el río vivían perennemente  juntos viendo pasar a los peregrinos en su camino de plata hacia la gloria de Compostela.

Fuera ya del cartel, ascendiendo la cuesta del río, ante el crucero de piedra que contempla impasible el pasar de los tiempos, por la puerta que cruzó un día Aníbal, y después por la «milagrera»Tentenecio arriba, el Crucificado, en la noche del Amor Fraterno, pronuncia de nuevo sus propias palabras sobre el amor. «Que os améis los unos a los otros como yo os he amado»(Jn 13,34).

Y aunque tampoco cabe en el cartel,tras ese reguero de fe que deja en su camino el Crucificado, se adivina su presencia en la vida de esa procesión. Es Maríaque viene a completar las dos palabras que, como los maderos entrelazados de la cruz, sostienen la existencia de la hermandad, Amor y Paz. Deambas sabe tanto María, Nuestra Madre, aún en el dolor, a pesar de la muerte, más allá de la soledad.

Más tarde, de regreso de la mística plegaria de Anaya, cuando la fotografía se deshaga tras su instante de asombro y se mueva el momento que atrapó la cámara, ese nubarrón estampará su henchido vientre sobre las tierras, caerá lluvia bendecida sobre las simientes ya tiernas en el umbral del surco, los cirios acabarán por consumirse a los pies del calvario y los penitentes, esos hermanos de las andas y tantos otros como marcharon con el Señor y Nuestra Madre en esa noche,caminarán otra vez de nuevo por la vida adelante a encontrarse con la costumbre.La luz extraña y bella de ese momento de la foto cartel se apagará también. Fue tan solo un segundo, pero ¡qué maravilloso resultó prenderlo! ¡En la vieja y entrañable iglesia del Arrabal, el Crucificado continuará compartiendo con sus vecinos el amor y la paz de su muerte más viva que nunca!

 

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