miércoles, 10 de marzo de 2021

Primera emoción

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Esther Ferreira Leonís

Cristo de la Luz y Ntra. Sra. de la Sabiduría | Foto: J.M.F.C.
10-03-2021

Uno de los mejores aliños que nos brinda la receta de la vida es aderezarla con buenos amigos. Los amigos siempre saben cómo obsequiar para alcanzar aquellos dos efectos propios de un regalo: la sorpresa y el acierto. Y esas dos evocaciones se dieron cita cuando un querido compañero de Fe y de amor por la Semana Santa procesional me mimó con el libro «Ser madre. Reflexiones de una joven filósofa». Su autora, Carla Canullo, nos invita a indagar en la siguiente idea: «Un hijo es otra vida que custodiamos sin tratar de apresarlo ni encerrándolo, sino redescubriendo siempre y de nuevo nuestra vida como vida que debe respirar y que para vivir tiene necesidad de la perseverancia. Una perseverancia que no es coherencia sino capacidad de dejar que sea…».

Hágase en mí según tu palabra, (Lc 1, 26-38). María es esa madre abnegada que acepta los acontecimientos que van descifrando la consagración de la vida de su hijo. Con la generosidad que caracteriza a cualquier acto filántropo, la Madre custodia ese mensaje para que llegue a la humanidad porque entiende, en silencio, el protagonismo discreto de su presencia en la vida del Señor. Así, acepta con humildad y alegría, desde ese primer misterio gozoso, el modo en que su hijo es concebido para ser entregado por y para el hombre.

Los albores de mi pasión por la Semana Santa procesional se ubican en la calle de La Fe, haciendo gala así de esa simbología que convierte los hechos en huellas imborrables. Si mi memoria pueril no me falla, en ese lugar se emplaza mi primer asomo al ventanal de la noche, acunada por los oros de la piedra que acoge el clamor penitente de los hermanos universitarios. Me despojó de un trozo de mi inocencia aquella estampa de Nuestra Madre de la Sabiduría, sola con su pena ante la injusticia que se había hecho, de nuevo, en mí según tu palabra. Con apenas cuatro años recuerdo mi germen semanasantero, en la ciudad que alimenta mis raíces maternas y, en esa escena, mi madre enlazando mi mano con la suya cuando sin previo aviso las lágrimas aquietaron  mis ojos. Otras manos de madre fijan mi atención cuando la Madre expresa su dolor acogiéndolo en la rosa de su pecho, para que las espinas se rindan a los pétalos del consuelo, pues en la otra mano hace grito su esperanza porque estaba escrito y al tercer día resucitará.

Tres notas fundamentales confluyen en lo que para mí es una efeméride más de mi vida: mi Fe, asentada en un Dios-hombre que por haber experimentado la naturaleza humana sabe acompañarnos en el día a día como un Padre; mis padres, pieza sin la cual  estaría a la deriva, porque ellos me han tripulado por la grandiosidad de la Fe, y la amistad ya que, Semana Santa tras Semana Santa, me reencuentro con hermanos auténticos a los que añoraré un año más de pandemia procesional.

 

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