Hoy es
otro día del mugido. Sin más. Nos hemos acostumbrado a que cada día, a la
española, sería el día de la marmota yanqui, pero con lo castizo de nuestra
idiosincrasia ibérica. Se van sucediendo los mugidos como el toro manso en la
plaza, que desde que pisa el ruedo, suplica no por su vida, sino por continuar
el sesteo del campo en la antesala de la pelea. También como los emitidos por
las vacas que sólo piden comer a cambio de que les extraigan la leche de sus
generosas ubres cada vez más mermadas.
Mugidos
como los que sueltan nuestros «expertos», esos que hablan de todo sin saber del
mundo de los demás.
Hoy se
concentrarán los partidarios de la gobierna (no confundir con la ilustre veleta
de nuestra vecina, hermana y leonesa ciudad de Zamora) para señalarnos que el
virus es el bicho más inteligente del mundo. No se contagia en espacios
multitudinarios si reseña, cual veedor de campo, un día específico en el
calendario; pero contagia (y mucho, por lo visto) en espacios abiertos antaño
considerados sagrados como plazas de toros y templos. Tenemos un bicho manso y
bravo a la vez. Mansazo y cabrón con
los que tejen sueños de alharacas, sedas y brocados, y bravo y noble con los
que agitan pañuelos morados o rojos. Casualidades del destino.
Resulta
que antaño, las fiestas eran fiestas y se celebraban para conmemorar algo
sagrado. Ahora las hemos sustituido por el «Día de…». No niego que hoy sea
importante el recordar a la mujer (mujer con mayúsculas y con esencia
femenina), no con una equiparación impostada de lo varonil en la mujer). No
niego que el mundo del toro y de la Semana Santa han sido y siguen siendo
tremendamente machistas (siempre guardo una admiración inusitada por Cristina
Sánchez), pero la naturalidad de ambos ámbitos ha sabido superar con creces los
diversos exabruptos vertidos hacia nuestras inseparables compañeras de viaje,
destino y convivencia.
La
dictadura de la cotidianidad explica cómo poco a poco hemos acabado con lo
sagrado. Lo sagrado por definición (separado), tiene lugar pocas veces en la
vida de una persona, pero con una intensidad mistérica enorme. Lo profano, se
manifiesta en cada momento del día. Por ello, cuando hay y ha habido fiestas y
celebraciones, los fastos eran algo momentáneo y, por ende, altamente
esperados. Cuando hemos inserto fastos repetidos en la vida cotidiana, los
hemos postergado al olvido. Porque un fasto, una celebración es un sacramento
de la vida, y cuando lo repites hasta la saciedad, como suele pasar con el
sentido de las fechas civiles o laicas, cualquier día pierde todo el sentido si
es impuesto por la violencia (física, verbal, informativa, cognitiva…). Algo
así pasa con el día de hoy (el 8-M), que ya sucedió con el 1 de Mayo (y aquí no
me refiero ni al de San José ni al de Chamberí). «Saturante», si existe el
palabro.
Porque
si bien es verdad que ponerse debajo de un paso de Semana Santa es arriesgado,
hasta donde yo sé, los cofrades habíamos decidido suspender cualquier acto
público por evitar la concentración masiva de personas deseosas de recuperar la
espiritualidad perdida. Y hete aquí, que don Simón, el brick pandémico, mugió como el manso que aguarda zafado un despiste
del matador para cuanto menos desarmarlo y cuanto más herirlo zafiamente. Y nos
metió la cornada como un Igeta de
cara más seria, pero de mansedad apabullante.
Por
ello, tal vez, sea suficiente replantear salidas (no procesiones) con una
comitiva muy reducida (presidente o hermano mayor, secretario, estandarte)
junto con un hermano que lleve en un cuadro la imagen titular de la hermandad,
haciendo su recorrido habitual, manteniendo en todo momento las distancias y
las medidas eficaces para la prevención del bicho, dentro del toque de queda.
Así evitaríamos actos en el interior de los templos a todas luces insuficientes
y con bastante más riesgo vírico sanitario. De este modo lo hicieron en
Cataluña (en circunstancias muy distintas a las actuales) y salió a la calle la
Hermandad 15+1 de L´Hospitalet de
Llobregat. Ya pasan de cuarenta y cuatro años desde que se enfrentaron a la
dictadura silente del extendido virus del nacionalismo eclesiástico y civil. De
este modo recuperaríamos un espacio sagrado que nunca debimos perder y, además,
tendríamos la experiencia previa de todos los (y las, y les, y lis, y lus) que han festejado bacanales laicas y laicistas en las semanas
previas, como la que se prevé en el día de hoy.
En los
toros como en la Semana Santa, siempre habrá mansos dispuestos a cornear. Pero
hay una diferencia: en los toros se les silba. Aquí les aplaudimos y lo que es
peor, afilamos con nuestras manos las puntas de los pitones de mansos (muy
mitrados en sus formas) para que, en el caso de herir, profundicen mejor en
safenas y femorales tullidas, destrozadas y carcomidas por las cornás de lo políticamente correcto.
Feliz
Semana Santa. Interior o exterior. Semana Santa, al fin y al cabo. Pasión,
Muerte y Resurrección de Jesucristo, salvador de la humanidad. Más calle
sabiendo callar, pues el silencio activo es la mejor arma frente al ruido. Distancias
con respeto, mascarilla con rigor y vacuna a discreción.
Sí, soy
firme defensor de la vacuna como solución sanitaria en todos los ámbitos
sociales. Pero de eso hablaré más adelante.
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