Se acerca una vez más la Semana Santa, y nos
alegramos por poder celebrar el Misterio Pascual de Jesucristo, su muerte y
resurrección. A ello nos ayudan la liturgia del Triduo pascual, e
inseparablemente, las procesiones y otros actos de piedad que nos introducen
con su plasticidad y pedagogía a vivir lo esencial. Pues estos ejercicios
piadosos, «han de estar
de acuerdo con la liturgia, deriven en cierto modo de ella y conduzcan al
pueblo a ella, ya que la liturgia, por su naturaleza, está muy por encima de
ellos» (SC 13). Gracias
a las hermandades y cofradías que lo llevan a cabo, pues cada vez lo hacen
siguiendo más el camino que nos señala el Concilio.
Pero quisiera con mis palabras, sobre todo,
hacer una llamada a la conversión penitencial, y de vida nueva en el
seguimiento a Jesús que conlleva la celebración de la Semana Santa.
Una
vez que comenzamos a tener noticias de la suspensión de la Semana Santa, según
las noticias que viajan por la red de internet o la televisión, se traduce en la
suspensión de las procesiones y algunas actividades más. Por otro lado,
circulan en paralelo otras noticias que llevan propuestas para «salvar la Semana Santa»
y que se circunscriben a exposiciones, aunque estas sean de pasos estáticos, y
conciertos básicamente. Estamos ante la Semana Santa de la apariencia, del
turismo y de la economía, algo así como la Navidad del espumillón y las
lucecitas. Comprendo el momento actual y la necesidad que de ella tienen muchas
familias cuyo acontecer diario está tan influido por el devenir de esta
situación que lastra el turismo, puede que por segundo año consecutivo. Me
solidarizo con ellas y rezo por ellas.
Sin
embargo, es necesario plantearse la Semana Santa, la que da origen a todo lo
que celebramos desde el Domingo de Ramos hasta la Pascua de la Resurrección del
Señor. Cada cristiano es «otro Cristo». Por tanto, podremos plantearnos vivir
personalmente esta Semana Santa de forma genuinamente cristiana, cosa que nunca
debería haber faltado, y presentar todos los que podamos, según la situación,
en las celebraciones litúrgicas el recorrido de la Iglesia en la calle. Unidos
a Cristo en su misterio pascual ese recorrido vital que debe estar impregnado
de entrega y de perdón.
Imaginemos
que todo creyente vive la Cuaresma preparándose mediante la penitencia: ayuno
(sobre todo de vicios), oración y limosna para llegar la Semana Santa. Fruto de
esa preparación puede reconciliarse con alguien a quien solo le ha ofrecido
rencor durante años. Al final de la Cuaresma alguien puede llegar preparado
para compartir con un enfermo sin curación un tiempo semanal que comience en la
Semana Santa. Otra posibilidad puede ser que alguien se prepara para compartir
mensualmente parte lo que dedica a su ocio con los pobres… Son acciones que no
podemos realizar por nosotros mismos, tanto si son muy intensas como si son
duraderas en el tiempo ya que tiene que llegar el efecto rebote –desengaño– a
través de la rutina o de otras causas como el mal hacer de los beneficiarios,
que también son humanos, y quedar frustrados nosotros, peor que al principio. Necesitamos
al Señor que camina con nosotros y nosotros debemos caminar con Él, tratar con
Él diariamente. El mismo Señor nos lo dice «sin
mí no podéis hacer nada».
La
Semana Santa revelaría que Cristo sigue muriendo y resucitando para nuestra
salvación, que su Misterio pascual es fuente de vida. Que podemos celebrar toda
la liturgia sin restricciones, todos nos ofreceríamos con el Señor en su
pasión, muerte y resurrección de un modo más pleno; que no podemos todos, los
que lo puedan celebrar dentro de la normativa que se hagan eco de lo suyo de
todo lo de los demás, que sería bastante más de lo que ellos llevasen. Que
puede resultar embellecida con desfiles procesionales, mucho mejor, pero si no,
las procesiones estarían en la calle en la espiritualidad vivida por los
creyentes, en grupos o personalmente, y Cristo se mostraría al mundo en todo su
esplendor creído, predicado y adorado.
En
una Cuaresma-Triduo pascual como los propuestos seguir las ceremonias por la
televisión tendría una dimensión muy diferente porque, de facto, serían por sí
solas una verdadera comunión espiritual, que ya se habría producido en la vida
corriente. Una comunión espiritual no solo con los hermanos sino también con
Cristo Nuestro Señor ya que habríamos muerto a nosotros mismos, nos habríamos
negado, y cargado con nuestra cruz, para seguirle esforzándonos por vivir con
su ayuda el Mandamiento Nuevo del amor.
Tiempos
de pandemia deben ser tiempos para el amor y para la prudencia, no para el
miedo, el fracaso, la depresión y la fatalidad. Morir moriremos todos, la
cuestión está situada en cómo moriremos. ¿Qué testamento quiero dejar? No me
refiero al testamento de los bienes, ni tampoco al que llaman testamento vital.
El legado de Cristo nuestro Señor es preferir la muerte antes que dejar de
amar. Como quiera ser recordado, así es como debo vivir.
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