viernes, 19 de noviembre de 2021

El papel de las hermandades en la evangelización social del S.XXI

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 Paulino Fernández

Foto: José Javier Pérez
19-11-2021

En los años 90, el sociólogo italiano Giovanni Sartori desarrolló el concepto de Homo videns, en contraposición al de Homo sapiens. La diferencia entre ambos es fundamental. Mientras que la característica principal del sapiens radica en la capacidad de observar, cuestionar y experimentar y, mediante estos estímulos, desarrollar un conocimiento, incluso abstracto y trascendente, el videns, por contra, deglute sin límites la línea argumental que se le presta desde los estímulos sensibles. Y, en base a ello, reafirma –en el mejor de los casos– el sesgo cognitivo que detenta. Es decir, se ha dejado por el camino la capacidad de cuestionamiento, de crítica y de pensamiento propio.

Esta situación afecta, y no poco, al ámbito religioso desde el punto de vista creyente. La sociedad en la que nos incardinamos viene delimitada por una clara desconexión del sentido trascendente, por la cerrazón al cuestionamiento y por la supresión del pensamiento propio. A ello, hay que sumarle el surgimiento de religiones de sustitución que, poco a poco, han ido aculturando nuestro cristiano sustrato. Y gran parte de culpa de esta situación la tienen los medios de masas que, casi sin que lo notásemos, ha terminado resultando un cooperador necesario en este proceso que revienta nuestras raíces como pueblo y nos adormece en una comodidad cada vez más cacareada y cada vez menos observable.

El credo de sustitución que mencionaba previamente y al que nos enfrentamos, desde luego, no tiene nada que ver con el nuestro propio. Se trata de una confesión politeísta que sacraliza el deseo personal, que reconoce como divinidad el dinero y que detesta cuanto rememora el pasado católico. ¡Pero si hasta exige sacrificios humanos –abortos y eutanasias– en pos del dios del progreso, que ya no es un medio para servir al hombre si no un fin al que sirve éste!

Con este panorama dibujado, ¿cómo pueden colaborar las hermandades en la misión de seguir presentando la fe cristiana al Homo videns? ¿Cómo anunciar el Evangelio a aquellos para los que las palabras no surten efectos? ¿Cómo transmitir el mensaje del Verbo a quienes solo se guían por la vista? Es, precisamente, este punto el que da una ventaja de partida a las corporaciones. Porque si el nacimiento de las hermandades, tal y como se configuran en nuestro entorno, se debió a la necesidad de catequizar a un pueblo analfabeto, esto puede suponer un medio de anuncio para un pueblo que parece volver a un analfabetismo espiritual y trascendental a favor de la divinización de lo banal.

Nuestra principal fortaleza evangelizadora radica en la expresividad y plasticidad de los Titulares que, precisamente por su visualidad, tienen la capacidad de entrar por los ojos de aquellos que han cerrado los demás sentidos al mensaje del Evangelio. Porque la belleza, la estética, puede resultar una puerta de entrada al mundo de la fe, que continuará enriqueciéndose con los demás medios a su alcance. ¿Qué mejor manera de hablar de un Cristo dolorido y sufriente que mostrando una talla cristífera que remueva las entrañas y encoja los corazones? ¿Cómo transmitir el dolor de una madre doliente si no es mediante el rostro desencajado de una imagen mariana que llora desconsolada buscando el consuelo de los que, tras la tercera palabra, sabemos que aquí tenemos a nuestra madre? ¿Cómo transmitir la esperanza de la resurrección si no es con un Cristo triunfante que ha abandonado un sepulcro vacío y ha roto los brazos de la muerte?

En la Iglesia sabemos que hemos de ser una comunidad en salida, misionera y misional. Que acuda a las periferias, también a las de una sociedad que observa con desidia cómo se marchita la fe de sus padres, dispuesta a dar testimonio. Y nosotros, como creyentes comprometidos –o tal se supone que somos– hemos de dar un paso al frente y salir. Pero no sólo en procesión. Hemos de recuperar las misiones populares. Hemos de anunciar sin miedos ni complejos la fe que profesamos. Hemos de implicarnos en nuestras comunidades parroquiales. En definitiva, hemos de ser cristianos.

En este tiempo de sinodalidad, no podemos quedarnos en nuestras casas de hermandad expectantes ante lo que pueda ocurrir. Es el momento de ser valientes, asumir nuestro compromiso eclesial y poner nuestros obreros al servicio de la mies.

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