viernes, 17 de diciembre de 2021

Esperanza

| | 0 comentarios

 P. P. Mateos

Nuestra Señora de la Esperanza (Triana) | @EspDeTriana

 17-12-2021 

Cuando elaboramos un proyecto y lo ponemos en marcha lo hacemos con la esperanza de que un objetivo se cumpla. Depende de múltiples variables, de las cuales no controlamos todas y por ello decimos que esperamos tener suerte. En ocasiones suerte y afecto se alían –que elijamos los números que han de salir en un sorteo– y, de este modo, deseo y realidad parecen aproximarse, aunque solo cuando se cumpla el deseo es real; en el otro caso es, era, una ilusión.

Por otra parte, se da la esperanza de un modo espontáneo, sin que por nuestra parte haya sido pretendida. Confiamos en una persona nada más conocerla cuando nos enamoramos o sencillamente cuando se da una empatía que me saca de mí mismo. Amar y esperar en el ser amado es todo una misma y única realidad. En este caso no recurrimos a la suerte porque, sencillamente, no imaginamos siquiera que pueda no ser cierto lo que estamos viviendo ni que tenga un futuro fin esa realidad en que estamos inmersos. Incluso lucharemos por ella tanto como esté a nuestro alcance.

Es aquí donde aparece la fe, que es la raíz de la esperanza como se ve comparando el segundo párrafo con el siguiente. Esta fe nace en un abrirse los ojos por la presencia de otro que me descoloca: el amigo, la pareja, lo que me cambia el concepto de personas que han estado a mi lado y que ahora obran o se expresan como yo nunca había pensado.

Resulta que este nuevo conocimiento que tengo, el mismo de siempre, porque es el mío, iluminado por una realidad que yo no esperaba, hace que comience a esperar. Y esta esperanza nace de que creo lo que no creía. Este no creer me encerraba en mi mundo, mundo que ha tenido que rasgarse, romperse, para que yo pudiera «ver».

Con estos apoyos vayamos ahora a la Navidad y la esperanza que de ella nos surge. La Navidad puede ser una repetición de acontecimientos que previsiblemente acabarán apolillados por un devenir del tiempo más o menos «mono-tono». Esta mono-tonía hace que acontecimientos y personas vayan vaciándose de sentido, de «novedad» y que yo vaya encerrándome en un mundo, que es el mío pero que si no se rasga no me deja ver. De hecho, cada vez que me reúno espero algo nuevo, distinto, porque lo necesito, pero curiosamente yo aporto lo de siempre y por eso, tal vez, necesito suerte.

También en Navidad puedo entrar en una serie de encuentros donde espero afecto y procuro darlo, pero una vez satisfecho casi espero que se acabe para volver a la «mono-tonía» porque se ha roto mi lugar de confort. Resulta que enamorarse es incómodo y estamos dispuestos a todo por los que se ama, pero hemos llegado a querer ser amados, es decir, que se muevan por y para mí.

Nadie puede tener una capacidad ilimitada para escapar al tiempo y, por tanto, a la «mono-tonía» más que un ser infinito, y no solo eso, sino que además sea amor y me colme (si fuese odio me hastiaría y yo acabaría anulado). Este ser es Dios que, para nosotros, los hombres, se encarna, rasga nuestro mundo para que podamos ver (una cosa es ver creyendo y otra creyendo ver). Creer en el Dios-hombre supone creer que el otro es una oportunidad para relacionarme con él, dado que lo que hagamos a los otros a él se lo hacemos. Una persona que se siente amada ya no es la misma. Para quien se siente amado por Dios todo es fraternidad y presencia convocante.

San Juan de la Cruz lo dice todo con menos palabras: «El alma enamorada es alma blanda, mansa, humilde y paciente. El alma dura en su amor propio se endurece».

Feliz Pascua de Navidad.

0 comentarios:

¿Qué buscas?

Twitter YouTube Facebook
Proyecto editado por la Tertulia Cofrade Pasión