lunes, 6 de diciembre de 2021

Meunier y la Semana Santa

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F. Javier Blázquez

Procesión del Silencio, Sevilla | Óleo pintado por Constantin Meunier en 1883

06-12-2021

El Realismo es un movimiento artístico y literario con muchos más matices de los que a primera vista puede parecer. En cada expresión artística, en cada territorio, en cada autor, se manifiesta de manera distinta, aunque siempre hay unas pautas comunes, quizás un tanto forzadas por filólogos o historiadores del Arte, pero son al final las que le acaban dando cohesión. Al incluir entre ellas el rechazo al escapismo de la etapa cultural anterior, el Romanticismo, estos autores buscan asentar los pies en el suelo, mirar a la sociedad de su época y servirse del arte o la literatura como un medio para la denuncia de la injusticia derivada de la explotación de las clases trabajadoras. Por ello, no es de extrañar, muchos de estos autores acabaron simpatizando, o incluso militando, con las ideologías vinculadas al movimiento obrero.

Valga esta introducción, que resume un poco las consideraciones generales de una aproximación al Realismo, para poner en antecedentes de lo poco habitual que es encontrar la representación del tema religioso en estos autores. En una exposición esquemática de las características del Realismo, suele decirse que los asuntos trascendentes desparecen en arte. No es del todo cierto, porque la experiencia religiosa siempre acaba abriéndose camino. Y en el Realismo lo hace incluso entre aquellos que se comprometieron con la lucha social. Todo el mundo tiene en mente El Angelus de Millet, o el provocador Entierro en Ornans, de Courbet. El tratamiento no es precisamente piadoso, pero no deja de ser un reconocimiento de que el denostado cristianismo sigue estando muy presente en la sociedad.

De entre los autores vinculados al realismo social destaca sobre todo el belga Constantin Meunier. Escultor y pintor, reflejó como nadie la dureza e inhumanidad del mundo del trabajo a la que había llevado la revolución industrial. Obreros del metal, estibadores del puerto, mineros, jornaleros del campo, trabajadores en la fábrica… Siempre con el rostro adusto, fortaleza física y resignación en la actitud, vencidos por ese sistema injusto contra el que había que luchar. Meunier estaba comprometido con la causa y se afilió al Partido Obrero Belga, de ideología marxista. Pero como también necesitaba vivir, de vez en cuando aceptaba encargos que poco tenían que ver con esta forma de entender el arte. Es lo que sucedió cuando el gobierno belga, para fortalecer la identidad nacional, encargó copias de pinturas flamencas cuyos originales estaban en el extranjero. Uno de esos encargos le llevó a Sevilla a finales de 1882. Allí estuvo medio año, de manera que la Semana Santa de 1883 le pilló en la capital hispalense. La presencia de Meunier en Sevilla no se recordó en la historia de la pintura por la copia que fue a hacer, sino por los dos cuadros que dedicó a las trabajadoras de la fábrica de tabacos, las cigarreras. Ambos están en el Museo Meunier de Bruselas. Este era su tema y en él se desenvolvía como ninguno.

Sin embargo, de su estancia en Sevilla quedó también otra obra que no se suele considerar en la Historia del Arte, salvo que se profundice mucho en el autor. Nos referimos a La procesión del Silencio en Sevilla, que también se expone en el citado museo bruselense. Para un belga que en su primera época sí trabajó el tema religioso, hasta que se comprometió con la lucha obrera, no debía ser muy sorprendente contemplar una procesión. Bélgica, que formó parte de los Países Bajos españoles hasta el siglo XVIII, ha seguido manteniendo procesiones en Semana Santa. Entre ellas destaca la procesión de la Santa Sangre, en Brujas, que nos trae evocaciones de lo más variado. En ella podemos establecer asociaciones que van desde la cabalgata de reyes a las celebraciones de Lorca y Levante, los desfiles de los tercios de Flandes, penitentes del interior y unos pasos que sintetizan influencias de lo más variopinto.

Para Meunier la celebración popular de la Semana Santa no podía ser algo ajeno. Y, sin embargo, con más de cincuenta años y en plena madurez de su obra y trayectoria vital, se deja atrapar por el embrujo de una procesión sevillana. Y la representa como una explosión de luz en medio de la oscuridad que anula casi por completo las figuras del paso, el Cristo de San Agustín (que dejó de salir en 1926) y la Magdalena implorante a sus pies. Es una luz que alumbra más al pueblo penitente que a las imágenes de devoción, que sirve para recortar la insignia del Senatus, el símbolo del poder, mostrando de esta forma que son los poderosos quienes acaban señalando el camino. Meunier, obviamente, no podía renunciar a sus principios, pero solo el hecho de tratar el tema, con este cuadro y los apuntes que dejó, contribuye a reforzar lo injusta que es esa simplificación que con tanta frecuencia utilizamos los docentes al afirmar que el Realismo excluye de su obra la temática religiosa.

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