viernes, 21 de enero de 2022

Casi nada es por casualidad

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 Charo Martín Fraile

Nuestra Señora de los Dolores | Foto: Pablo de la Peña
21-01-2022

Cuando ya damos carpetazo a las fiestas navideñas con las alegrías infantiles de la Epifanía, el mundo cofradiero salmantino da la bienvenida a un nuevo prelado para nuestra diócesis, don José Luis Retana, pastor de los fieles salmantinos que, según cuentan las crónicas periodísticas de estos días, tiene especial anhelo por sentirse cercano en el quehacer de su ministerio apostólico, cuestión esta de la que, en mi opinión, carecía en muchas ocasiones su predecesor don Carlos.

Así pues, yo, como miembro de algunas asociaciones de fieles, le agradezco enormemente ese talante, porque estoy convencida de que no hay nada más gratificante que la cercanía de quienes ocupan las instancias de poder y autoridad para con los destinatarios de su ministerio. Seguramente, este talante inicial limará muchas asperezas. Y, al hilo de esta cuestión de las «asperezas», no puedo dejar de recordar esa imagen de D. José Luis el día de su llegada a nuestra basílica catedral para ocupar su cargo de obispo de la diócesis, postrado ante el Santísimo Sacramento y la magnífica talla de Nuestra Señora de los Dolores en la capilla que ambos ocupan. Sí, esa «Piedad» de Luis Salvador Carmona que enorgullece como titular a la Hermandad Dominicana y es imagen de profunda y especial devoción para mí, integrante de la nómina de hermanos de esta hermandad.

La Dominicana. Una cofradía salmantina de gran calado que desde hace ya algunos años no deja de ser denostada un poco más cada día. Vapuleada por unos y otros, por los de dentro y por los de fuera, quienes parecen pretender ser incluso más que los de dentro. Donde un considerable número de sus miembros manifiesta tener un regusto amargo por sentirse injustamente tratados desde la diócesis salmantina en cuanto a todo lo que ha constituido el aún cercano proceso de elección de cargos de gobierno en la mencionada corporación. Injusticia en la aplicación, de una forma mezquina, de algunos de los preceptos recogidos en el articulado de esas «Normas de las Cofradías de la Diócesis de Salamanca» que son el cuerpo legal que rige la vida de las hermandades, cofradías y congregaciones en esta ciudad, materializada en la percepción de que para la Hermandad Dominicana la vara de medir no ha sido la misma que para el resto.

Decisiones tomadas de forma arrogante, desprovistas de ese carácter que deben llevar implícito de actuar con igual criterio al que se ha tenido con otros en idénticas situaciones. Y estas decisiones de carácter imperativo han sido formuladas desde la autoridad, a la cual debemos obediencia, por lo que no me queda más remedio que acatar a pesar de mis objeciones, pero que no dejan de ser un escollo para la vida de la hermandad y que, en mi opinión, han contribuido a instalar la idea de permanente conflicto en el seno de la misma, cuestión esta nada veraz que solo puede provenir de quienes no practican lo que predican: la caridad cristiana para con los iguales.

Por todo esto, esa plegaria de nuestro nuevo obispo ante esa Madre Dolorosa cargada de piedad, nos hace tener a algunos hermanos la sensación de que se acercan nuevos tiempos con bonanza para la Hermandad Dominicana, construidos con el esfuerzo y la relación fraterna de los de dentro y con la práctica de la mínima equidad de los de fuera que, por un motivo u otro, se sientan parte integrante de esta cofradía.

Así, desde este sentimiento reconfortado, damos la bienvenida a nuestro nuevo Pastor, confiando en que no se repitan los errores pasados ni por unos ni por otros.

¡Bienvenido, don José Luis!

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