lunes, 14 de marzo de 2022

Los besos perdidos

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Pedro Martín

Jesús Rescatado y el Cristo de la Salud | Foto: José Javier Pérez

 14-03-2022

El pasado 4 de marzo, primer viernes de marzo, viernes de besapiés, 728 días después, bajó Jesús para estar con sus devotos. Yo allí, como siempre desde que tengo uso de razón, sirviendo a la Congregación.

Tras la comida, en un rato que suele ser de tranquilidad, estuve repartiendo estampas a los pies de Jesús. En ese momento fui testigo de un sorprendente diálogo que jamás hubiera imaginado, ni siquiera sé si ellos eran conscientes de que yo estaba allí.

Jesús Rescatado y el Cristo de la Salud, se encontraban después de mucho tiempo. Tan solo coincidían en la cercanía de la nave de la epístola durante la semana escasa que Jesús permanece en su paso procesional. Ahora se encontraban en el crucero, con no poca sorpresa por parte de Jesús, que no entendía que a él lo bajaran al encuentro de sus fieles mientras al crucificado lo habían puesto «ahí arriba».

Uno y otro conversaban, animadamente, y expresaban cierta alegría por la vuelta a la iglesia de miles de fieles que no veían hacía mucho tiempo. Como en la parábola del hijo pródigo, uno con los brazos abiertos y entregados en la cruz; el otro con las manos atadas, pero dispuestas a recoger todo lo que llevan ante él. Acogían a sus hijos con ese amor incondicional que solo puede ofrecer el mismo Dios.

Jesús comentaba al Cristo que echaba mucho de menos los besos, esos besos tiernos y cálidos de cuantos se acercan a él con plegarias, rezos y parabienes. La cercanía con sus fieles en este día lo reconfortaba de nuevo, pero le faltaba algo, ese contacto íntimo que había perdurado durante años y años.

Por el contrario, el crucificado le comentaba a Jesús lo extraño que se encontraba en su nuevo lugar, pues en su antiguo emplazamiento no eran pocos los fieles que pasaban ante él. La mayor parte en el recorrido previo a subir a besar a Jesús. Pero siempre tuvo algún beso igual de cálido que el de su compañero, siempre una caricia en esos pies taladrados por el clavo, siempre una mirada en la cercanía, y ahora, aquí arriba, «me miran en la lejanía, pero ya no me podrán tocar ni besar jamás», decía. «Eso sí, tengo el recuerdo de todos y cada uno de ellos, en mi pie, que acertadamente no han restaurado», concluyó.

Jesús seguía recibiendo el saludo en respetuosa veneración de miles de devotos. Tan solo algunos, en escorzo imposible del cuello, descubrían al «nuevo» Cristo de la Salud.

El tiempo que estuve junto a él me sirvió para observar las miradas de la gente, los pequeños diálogos de amor con él a falta de besos candorosos, los intentos de contacto, de rozar siquiera su pie, casi inconscientemente, de la forma aprendida a lo largo de los años, la necesidad de conectar con lo trascendente que nos lleva a Dios a través de las imágenes y las devociones y veneraciones a las mismas.

Debemos cuidar, sin duda, estos aspectos. Quizá los besos están perdidos para siempre, pero debemos cuidar, más que nunca, y favorecer el contacto con nuestras imágenes, que se les pueda rezar en la cercanía, que tengamos contacto con ellas sin barreras, aunque no sea un contacto físico. Os aseguro por lo que vi y viví, que hace mucho bien y es absolutamente necesario. De otro modo perderíamos no solo los besos, sino también las devociones, convirtiendo nuestras iglesias en preciosos museos. Y las imágenes se concibieron para algo más que eso.

 

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