viernes, 11 de marzo de 2022

De Ananías y Safiras

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 Paulino Fernández

La muerte de Ananías. Pintada por Rafael Sanzio. Museo Victoria y Alberto, Londres

11-03-2023

Los capítulos 4 y 5 de los Hechos de los Apóstoles son, para mí, unos de los textos claves para comprender el funcionamiento de la Iglesia. En sus orígenes fundacionales, sí, pero también en su presente más actual. Y, porqué no decirlo, en su futuro.

En concreto, resulta clarificador el relato que discurre entre Hechos 4,34-5, 11. Un texto con el que el autor lucano dispone de un modo maravilloso la sociología de una Iglesia entonces naciente, pero con los mismos matices que acompañan a este pueblo de Dios que peregrina en el tercer milenio.

¿El contexto? La primera comunidad hierosolimitana que es encabezada por los apóstoles, particularmente por san Pedro. Como nos dicen los versículos previos, esta es una comunidad de gran prestigio, que daba vigoroso testimonio de la resurrección del Señor. Una Iglesia que, como nos dice el autor, poseía un solo corazón.

Además de los apóstoles, este relato acoge tres protagonistas claros en el seno de la Iglesia ‒voz que se usa por primera vez para referirse a la comunidad de creyentes‒: Bernabé, Ananías y Safira.

Bernabé, como nos expone el autor, es un chipriota llamado José. En el relato no nos reseñan mucho más de él, sólo sabemos que poseía un campo que vendió y que entregó el dinero ante pedes apostolorum. Este levita, pues, recibe este breve reconocimiento en el texto considerado. No refiere elogio alguno, y seguro que él tampoco la querría, puesto que su acción nace del corazón y se dirige al servicio del Reino. De la misma manera sucede con los cartujos en su muerte: sin elogios y anónimamente para no caer en la vanidad ni en el ego. Más adelante tenemos noticias de que Bernabé, que acompañó a san Pablo y a san Marcos en viajes misionales, pasó a formar parte del grupo de los apóstoles.

Ananías y Safira, por su parte, son un matrimonio conchabado que, imitando la acción de Bernabé, venden una tierra y tratan de engañar a los apóstoles y de mentir al Espíritu Santo, haciéndoles creer que entregan a la Iglesia todo el precio obtenido cuando la realidad es que se habían guardado una parte para ellos.

El pecado de Ananías y Safira, del matrimonio, no fue vender un campo y entregar una parte a la comunidad y guardarse otra. Como le dice Pedro, ¿Es que no la podías retener cuando la tenías? Y, una vez vendida, ¿no eras dueño legítimo del precio? Dicho con otras palabras, no es requisito sine qua non para formar parte de la Comunidad el dar todo el dinero a la misma, ya que ellos son los dueños del precio.

¿Cuál es, pues, el problema? Intentar engañar al Espíritu Santo. Tratar de hacerse pasar por lo que no son. Imitar la conducta loable de Bernabé para ganar peso o protagonismo en la Iglesia primitiva. Contravenir las enseñanzas del Señor, queriendo servir a Dios y al dinero. Porque, como dice el Evangelio de Lucas, quien está en esta situación termina aborreciendo a uno por amar al otro.

Si hace casi 2000 años sucedía esto, ¿cómo no va a suceder en el siglo XXI? Y, por supuesto, afecta a nuestra eclesialidad cofrade. Como bien dice el Evangelio del VIII Domingo del Tiempo Ordinario ‒ciclo C‒, es necesario que seamos conscientes antes de las vigas que atesoran nuestros ojos que de la mota de polvo que se aloja en el del prójimo. Debemos replantearnos si nuestra entrega eclesial se realiza desde el absoluto de nuestras posibilidades o si, realmente, nuestro desempeño como Juntas de Gobierno resultan un trampolín para ganar fama, elogios o medrar. Si nos centramos en la entrega a Dios, mediante el servicio al prójimo, o si fingimos un deseo de colaborar simplemente para recibir felicitaciones y cumplidos.

Hemos, en resumen, de plantearnos cuál es el fin de nuestra entrega. Si somos como Bernabé o si somos amamonaos[1]. Porque, de ser el último caso, hemos de recordar que no engañamos a hombres, sino a Dios.



[1] Lc. 16, 13: Nemo servus potest duobus dominis servire : aut enim unum odiet, et alterum diliget : aut uni adhærebit, et alterum contemnet. Non potestis Deo servire et mammonæ. (Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero»).

 


 

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