miércoles, 6 de abril de 2022

Poeta ante la Cruz (III)

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Ramiro Merino

Ramiro Merino. Poeta ante la Cruz, 2022 | Foto: Pablo de la Peña

 06-04-2022

Escribo estas palabras con el rescoldo del fuego emocional que agitó mi espíritu el pasado Domingo de Pasión, dejándolo felizmente exhausto y satisfecho. Hace un par de meses, con el poemario acabado, me refería al complejo recorrido que supuso este Camino de imperfección que por fin ha visto la luz de la palabra impresa y declamada, en el impresionante escenario del coro catedralicio. El temblor, la emoción, la incertidumbre se hicieron vivencia y pulso de los días, un hombre solamente / descarnado en sus versos. Ahora los versos ya no son míos –en realidad nunca lo fueron–, agitan conciencias o buscan remover las emociones, los ecos que viven allí donde la fría razón no ejerce su dominio. Persiguen el alma.

El proceso creador –ya lo he expresado más veces– ha sido dramático, complejo, lleno de contrastes. Es el precio inevitable de crear desde el alma. Se asume como parte del reto que conforma la vida. Y es hermoso que así sea. Pero la culminación, el momento en que por fin estás ante el Cristo y es a Él a quien diriges tus versos desborda, sin duda, cualquier previsión. Has pensado tantas veces en ello, contemplando un sinfín de posibilidades, que intuyes que lo único que puedes hacer es abandonarte, confiarte a ese Cristo que inspiró tus palabras y dejarte llevar por la cadencia, la música, los silencios, el ritmo y el hondo palpitar. Es difícil describirlo con acierto, al menos para mí. En tiendo, sin embargo, que quienes han pasado por la experiencia podrán entenderlo o intuirlo de un modo más certero. Abrumado como estoy todavía, trato de discernir lo esencial y verdadero, lo que permanecerá indeleble en mi vida. Me quedo, sobre todo, con la experiencia del camino y guardo en lo más profundo de mi alma el regalo precioso que ha supuesto sumarme a la brillante nómina de poetas ante la Cruz.

Dicho lo cual, no sería justo concluir la peculiar trilogía del Poeta ante la Cruz sin expresar mi agradecimiento, mis deudas, mis reconocimientos a quienes han impulsado, alentado, motivado en mí la apasionante aventura. Con sus altibajos y paréntesis, su esplendor y sus declives, pero con el deseo siempre intacto. En primer lugar, al Cristo resucitado vaciado sin límites ni excusas / entregado al abismo de la muerte / (que) anticipa la luz definitiva / que redime y que salva la pobreza / del hombre. Él ha inspirado el poemario. Además, este Camino de imperfección no habría visto la luz sin el empeño de Javier Blázquez, pertinaz donde los haya, y mucho más convencido de mis posibilidades que yo mismo. Nunca podré agradecérselo lo suficiente, porque sin su impulso dudo mucho que me hubiese planteado un reto de este calado. Después –el orden no refiere más o menos importancia– citaré a quienes inocularon en mi adolescencia la admiración por la creación literaria y el deseo de transformar las palabras en belleza. Me refiero a Ángel Agustín, que descansa en el Señor, y a Antolín Sánchez, apasionado lector y entusiasta docente de lengua y literatura (también creador de hermosos poemas). Finalmente, Antonio Sánchez Zamarreño, a quien no voy a descubrir aquí como poeta, profesor y crítico literario, pero de quien guardo los más valiosos comentarios y consejos que sobre la poesía he recibido. Y, por encima de todo, su bondad y calidad humana, valores inestimables en estos tiempos que corren. Perdón por las omisiones; el espacio es limitado.


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