lunes, 4 de abril de 2022

Camino de imperfección

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 F. Javier Blázquez

Ramiro Merino, Poeta ante la Cruz, 2022 | Foto: Pablo de la Peña
 

04-04-2022

Domingo de Pasión y los actos cofrades de la previa se multiplican. Hace muchos años, cuando la Semana Santa resurgía tras la debacle postconciliar, la referencia estaba entre San Esteban, con la fiesta del Jesús de la Pasión, y el convento de las Dueñas, cuyo claustro sirve de escenario al vía crucis de Amor y Paz. Tampoco había nada más. En 1986 inicia su andadura, con el Yacente, El poeta ante la cruz. No fue en tal domingo, sino el viernes previo –curiosidades del primer año–, pero enseguida el acto se asienta y pasa a ser el referente del pórtico de la Pasión.

Ahora mismo, en la poesía religiosa vinculada a la celebración de la Semana Santa, no hay parangón. Y es casi imposible que lo haya. Resulta muy complicado que la conjunción de factores que hace de El poeta ante la cruz lo que ahora mismo es, pueda concurrir en un contexto distinto. Y no será por intentos, que los recitales poéticos entre la ceniza y Pascua proliferan cual setas en la otoñada. Y está bien, muy bien, que sigan la estela y hagan hueco a las letras, que buena falta hace en esta Semana Santa de tanta ocurrencia procesionera.

Ayer, fieles a la tradición, volvimos a la cita y tuvimos la dicha de compartir emociones junto al poeta de este año, el profesor Ramiro Merino. Para algunos fue un descubrimiento, a tenor de lo que llegaba, a frases sueltas, de entre los corrillos posteriores al acto. Para quienes hemos tenido la suerte de seguirle y leerle, no tanto. Merino es un hombre sólido en su bagaje intelectual, clásico en la formación y por tanto riguroso y preciso al razonar. Es lo que da el dominio de las lenguas clásicas, que permite pensar ordenadamente. También es creativo, lo mismo con la música que en la poesía. Pero no se postula. Bastantes de los próximos desconocían su faceta creadora. Tras unos años de juventud, que obtuvo algún nombre tras ganar unos cuantos concursos literarios, Merino dejó el primer plano y exceptuando los años de columnista en Tribuna de Salamanca, mantuvo un perfil discreto. Pero la calidad estaba ahí, medio escondida, a la espera del momento que señalara el punto de inflexión.

Camino de imperfección es el título del poemario que ayer presentó Ramiro Merino en el acto de El poeta ante la cruz. Llevamos ya unos cuantos años en los que los poetas están siempre bien y todos sus poemarios tienen una calidad elevada. No entramos en comparaciones. Ni se puede ni se debe, porque todos son buenos. Distintos, como las personas, pero con un nivel alto. Y Merino ha estado ahí, dignificando el acto con una obra sentida y profunda que brota de una intensa vivencia espiritual. Con la referencia a la santa andariega, que tanto admiró en sus inicios poéticos, Merino recorre la Pasión de Cristo como un espectador más. Toma la referencia evangélica y la reinterpreta desde una perspectiva muy humana. Siempre hay una coda que sorprende e interpela y lo conocido reaparece de manera diferente.

El reencuentro con el acto, lindando ya la plena normalidad, fue emocionante. Después de dos años largos de congoja e incertidumbre, volvíamos a ver el coro de la catedral y el espacio de la vía sacra que lo antecede con muchos espectadores. Salieron, ante todo, esperanzados, «porque el soplo de Dios se precipita / en el sábado santo que descubre horizontes / tan inmensos y nuevos / que apenas alcanzamos a intuir / su belleza / –aunque está con nosotros cada día / y renace / y sorprende dulcemente–». Así concluye Merino su Camino de imperfección y con estas palabras también nos quedamos como conclusión a la espera de que el próximo año Francisco García tome el relevo para leer sus versos ante la cruz de Cristo en su agonía redentora.


 

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