lunes, 2 de mayo de 2022

Apuntes tomados a la vera de la Cruz

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 Tomás González Blázquez

Ermita de la Cruz Bendita en San Martín de Trevejo (Cáceres) | Foto: T.G.B.
     
 02-05-2022

Una pequeña construcción, a menudo en las afueras, o en algún cruce de caminos, acaso en un promontorio o colina. Un crucero que eleve el conjunto y atraiga la mirada. Un ventanal al que asomarse, o quizá apenas una rendija en la que buscar al Crucificado, dejarle la ofrenda de una flor y musitar una plegaria.

Las ermitas, capillas o iglesias dedicadas a la Santa Cruz, humilladeros en los que inclinarse como el Cristo que se abajó para levantarnos de la muerte y del pecado, han ido reuniendo en torno a ellas formas de culto continuado en el tiempo, instituciones de celebración y ayuda mutua, como las cofradías de la Vera Cruz, y múltiples expresiones artísticas, literarias o tradicionales que enriquecen el patrimonio común. No se acabaría nunca de estudiar y divulgar todo aquello que la devoción a la Cruz y las hermandades que la tienen como titular han vivido y siguen viviendo desde hace siglos en tantas partes del mundo. Por esto, tiene pleno sentido la convocatoria de encuentros que expongan el conocimiento y empujen a la reflexión. A esto se animó hace un tiempo la Vera Cruz salmantina, que hoy culmina en Ciudad Rodrigo las actividades del VII Congreso Internacional de Cofradías de la Vera Cruz, celebrado desde el viernes pasado.

Las tres últimas ediciones (Zamora 2008, Málaga 2013, Sevilla 2018) se acompañaron de la peregrinación anual que reúne a las cofradías de la Vera Cruz de todo el país, circunstancia que ahora no ha ocurrido (Salamanca fue anfitriona en 2004). Sea por ello, por la incertidumbre tras la pandemia o por otras cuestiones, el caso es que los cruceros del resto de España no han acudido en gran número a la llamada salmantina, por lo que no se ha dado ese intercambio de experiencias inherente a estas citas. Sin embargo, sí puede haber servido, y esto supone un mayor provecho y más aplicación práctica, para estrechar lazos entre los miembros de la cofradía decana y también los de esta con el resto de hermandades de la ciudad que acompañaron ayer la procesión extraordinaria con la que se ha celebrado el IV centenario de la magnífica Inmaculada de la Vera Cruz. Aspiro, sin embargo, en estas líneas, a resumir esa parte más discreta de los encuentros cofrades, la de las conferencias y comunicaciones, que suelen dar fruto más adelante, cuando se publican las actas y se ponen al acceso de más personas. Así espera hacerlo la cofradía organizadora en los próximos meses.

En la jornada del viernes, tras el saludo del nuncio apostólico y la presentación de los fines sociales a los que se ordenaba el congreso y se compromete para el futuro (la sobrecogedora labor en República Centroafricana de monseñor Aguirre, que la contó en primera persona; una parroquia misionera en la que sirve un sacerdote salmantino en Perú; los efectos del volcán de La Palma), hubo lugar para la conferencia inaugural de Javier Burrieza, que con precisión de historiador y sensibilidad de cofrade puso la causa inmaculista en su contexto. Correspondía, pues, plantear diferentes enfoques de la Cruz en la mañana del sábado, desdoblada en dos programas de comunicaciones. Traigo los apuntes de uno de ellos, que comenzaba con una incursión en los orígenes y desarrollo del culto a la Vera Cruz. El padre Josbel Soplín Castro la hacía desde la realidad latinoamericana, destacando que «la Cruz presidió todo el proceso de la evangelización de América», como ya disponía el primer concilio limense (1552). Explicó que, para el andino, la cruz está personificada, siente, escucha… y desde esta creencia se entiende que sea vestida cada mes de mayo, además de otros ejemplos tan significativos como la Cruz de la Conquista puesta por Pizarro, la de Motupe o el culto al Señor de los Milagros. Por su parte, Montserrat González quiso proyectar el culto a la Cruz en el patrimonio de la cofradía salmantina y se fijó en cada sayón de cada paso o en cada lienzo de los continentes y los planetas; sin duda nos dejó a los asistentes con ganas de una nueva ocasión en que escucharla.

Para hablar de la religiosidad popular de la Vera Cruz se contó con Javier Blázquez, un fijo en sucesivas iniciativas de la cofradía en las dos últimas décadas. Por esto, se refirió naturalmente a aquel congreso de 2006, en el Vº centenario, organizado bajo el amparo de la Cátedra Claret de la Universidad Pontificia, y recordó a su maestro, Francisco Rodríguez Pascual. Blázquez se adentró en ese conflicto entre la oficialización de lo popular y la popularización de lo oficial, en el que la Cruz, «símbolo de los símbolos», se adora como un objeto en el que está presente la persona, el Crucificado. También repasó el vínculo del franciscanismo, presente en los Santos Lugares, con el culto a la Santa Cruz, la devoción del viacrucis, el ejercicio de la penitencia o el caso concreto de los actos del Descendimiento y Entierro de Cristo.

Las intervenciones del responsable diocesano de Misiones, José Miguel González, hubieron de ser leídas, ya que una obligación sacerdotal urgente le impidió estar, y en ellas dio un testimonio personal en el que compartió su visión de «la cruz del misionero, con un trazo vertical hacia Dios y otro horizontal hacia los hermanos», al tiempo que incidía en la religiosidad popular a partir de sus años en Cuba, y cómo aquellos niños de La Habana escogían como su predilecta a la única imagen desnuda de la iglesia, la del Cristo de la Buena Muerte. A propósito de los retos evangelizadores, el consiliario general de las cofradías, José Luis Sánchez Moyano, definió cuatro de ellos: recuperar la memoria, ser testigos para este momento concreto, reestructurar la iniciación cristiana y concebir la caridad como elemento transformador. Afirmó que «las cofradías son un lugar donde transmitir la fe y recibir la gracia de los sacramentos».

Finalmente, el pasionista José Luis Quintero, natural de Cantalapiedra, se detuvo en la espiritualidad de la Santa Cruz en la actualidad, y la reivindicó como «centro revelador de Dios, del origen de la humanidad y de su horizonte», como «una invitación para tocar la salvación, pues hemos sido cargados por Cristo en ella», y también como una llamada a «la contemplación con los ojos abiertos».

Bien abiertos para encontrar luz en esa celosía ante la que rezamos, cada cual en el idioma de sus adentros y con las flores que cada mayo nos regala. Para tomar apuntes y que no queden guardados en la oscuridad de una carpeta, sino que lo compartamos con alegría y credibilidad. Para atrevernos a poner la Cruz en lo alto de nuestro testimonio cotidiano, consistente en abrazar nuestra cruz y seguirle.


 

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