miércoles, 4 de mayo de 2022

Estáticos

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Álex J. García Montero

Hermandad Franciscana. Patio chico.2022| Foto: José Manuel Casado Lorenzo

 04-05-2022

 

 

Creo que fue allá por el 2002, año de gran proyección para nuestra ciudad, con un gran coordinador de los actos como Enrique Cabero (a mi juicio, compensa las siglas de su partido con una extraordinaria nobleza y honradez), cuando pulularon por Salamanca diversas estatuas de toros con diferentes motivos.

Aunque en general fueron respetados (eran otros tiempos), hubo algún cuerno que otro que terminó en el albero del cemento de las céntricas rúas de la ciudad. A mi modo de ver, siempre partidista (por eso de tomar partido, nunca político), fue una gran iniciativa urbanizar el campo y camperizar la urbe. Los toros, con un sinfín de motivos ligados al arte (redundancia si se quiere en la Tauromaquia) y a la propia historia de nuestra ciudad, se hicieron señores de la dehesa del asfalto salmantino. Fue algo inolvidable (para mí, de mucho más arraigo popular que el elefante fumeta de la Plaza Mayor).

De aquellas obras de arte estático, que recibieron múltiples fotografías con turistas ejerciendo de improvisados taurómacos, apenas quedaron ejemplos, pues fueron llevados al desolladero del olvido o de la destrucción. Tan sólo, que yo recuerde, quedan algunos en la A-62 (nueva diócesis sin mitrado) y en el edificio de la Cruz Roja de Salamanca, en la salida de la Carretera de Zamora. Pues eso, estáticos.

De todos es sabido que las visitas a una ganadería, por parte del turismo, concitan interés y morbo por lo escondido a partes iguales por la sociedad y el propio mundo ganadero (cosa que ya he dicho otras veces). Cuando visitaba la casa de Paco Valverde en las tierras medianeras cerquita de Horcajo, un pueblo donde vivió mi familia materna, me sentía como en casa con las atenciones de su familia y el buen hacer culinario de su mujer. Pero seguía siendo una experiencia estática, como la de los toros resineros (no de Partido de Resina, pero sí hechos en resina de polímero), de aquella Salamanca, Capital Europea de la Cultura del 2002. Todavía quedan en mi retina aquellos camiones de limpieza con el lema más bonito que ha tenido la ciudad: «Salamanca Culta y Limpia». ¿Y que quedó de aquello, incluido el magnífico Congreso Nacional de Cofradías?, pues prácticamente nada.

Recientemente, hemos celebrado una Semana Santa anodina. Por una parte, ha habido estrenos; pero también extrellos. Me comentan de la dignidad de la Dominicana o de la seriedad de la Cena. Del Despojado carnavalesco. De la agónica Agonía (podrían empezar a pensar en algún final digno ahora que hay Ley de Eutanasia). Del minimalismo de la Franciscana (redundancia esencial de su Humildad). De que el Delfinado ha apostado por una línea bética olvidando el Tormes. De un Vía Crucis que languidece por momentos. De un Amor y Guerra que tiene de Paz lo de Ucrania y Rusia. De un Yacente mermado, pero digno. De una Borriquilla amiga de toda la ciudad que pretende rescatar la joya olotina de Ledesma. De un Rescatado sin devotos y de una Oración del Huerto con muchos durmientes. Y sí, un Nazareno espectacular en su salida y llegada a San Julián. De un Perdón hecho barrio sin cofrades. Y, finalmente, de una Vera Cruz que pronto mirará más al silencio rojo de Pizarrales que a su propia historia. Porque desde que alguno quiso apuntarse una exclaustración de Mendizábal en pleno siglo XXI, las monjas dejaron de bordar, de hacer dulces y han sido sus propios cofrades los encargados de amasar tortas (y de las buenas). Flagelado y Universitaria, salieron de una Clerecía otrora templo cofrade por excelencia de la ciudad y ahora silo de soledades.

Los toros estáticos están bien para el turismo, igual que las imágenes de cofradías están bien para que en los nuevos templos de Baal se expongan, previo pago, para suscitar admiración sin devoción.

Tanto es así que parece que ni el obispo de la nueva A-62 apenas hizo presencia mitral en los actos cofrades, pues con eso del Sínodo Sinodal de la Sinodalidad seguro que sus mozos de espadas le están aconsejando que lo mejor es dar puntillazo al mayoral de esta ganadería virtual y velar armas contra todo lo que huela a incienso, cera, banzo, costal, hábito y parihuela. Tal vez pase la cosa por juntarse con la vecina Plasencia, aprovechando que a partir de Sorihuela ya huele a Edades del Hombre.

Pero descuiden sus eminencias. Aunque queden toros estáticos en las autovías salmantinas, especialmente la que une Salamanca con Ciudad Rodrigo, siempre quedará la libertad de la sombra de una encina para, como Conrado, el eterno maletilla, saltar el burladero de la censura y de la amenaza, a la luz de la luna llena (especialmente la luna llena de primavera) y torear desde la atardecida al alba respirando conciencia, palabra sagrada del Concilio Vaticano II.

Porque lo estático, lo que no aparece, lo que deja de oler a oveja (Francisco dixit), en este caso a uro, a toro, a bóvido, a bravo, a noble, a asta, a encina, a retama (no retana), a bellota… está condenado a formar parte del paisaje. Pero nunca formará parte de lo esencial: el paisanaje. Y ahí, está la fe. Ahí estamos nosotros. Los que somos taurinos y creyentes. Porque si como decían Astete y Ripalda fe es «creer lo que no vimos», hoy más que nunca, creo en Calatrava y sus mayorales.

Ante todo, creo en ese Cristo Resucitado que sale de la Vera Cruz al encuentro de todos nosotros y nuestros cenáculos. Creo que el Sepulcro Vacío del Evangelio de Juan es un imperativo a vaciarnos de la soberbia, del poder, del solideo, de vicarías, de piedras y sudarios que entorpecen la labor apostólica. Quiero ser Magdalena (pecador) para encontrarme más con el Señor, y menos con órdenes y mandatos que rozan lo estulto y surrealista de un albero con público, toros, toreros, subalternos, cuadrillas… sin presidente de plaza. Casi, igual que una procesión.

Creo que el siguiente paso, tal como está la cosa, será moldear eclesiásticos de resina y exponerlos por diversas ciudades. Tan solo habrá un sitio donde siempre quedarán chiqueros llenos: las cátedras y coros de los cabildos de las catedrales. Porque sean nuevas o viejas, siempre tendrán preparada una tabla para cada ilustrísimo tafanario. Recuerden sus ilustrísimas que dichas tablas suelen estar profusamente decoradas con misericordias, el término eclesiástico más desaparecido en los últimos tiempos por estas tierras.

¡Feliz Pascua! (Cofrade, si el nihil obstat me lo permite).

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