viernes, 30 de diciembre de 2022

Sagrada familia

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 Roberto Haro

Detalle del retablo de la Catedral Vieja de Salamanca, "Cristo entre los doctores", de Nicolás Florentino.
 

30-12-2022

A lo largo de toda la historia de las asociaciones de fieles, las diferentes agrupaciones se han reunido en torno a un fin con un objetivo común a todas ellas para formarse, apoyarse, vivir y disfrutar alrededor de una misma fe. Todo ello hace que nuestras cofradías, hermandades y congregaciones fueran ese tipo de familia donde se viven y comparten, en forma de Iglesia particular, esas inquietudes en las que se evangeliza y se lleva a la práctica la vida cristiana.

Aprovechando la festividad de hoy –vaya coincidencia con la publicación del artículo–, podemos considerar los tres pasajes evangélicos que se proponen con ocasión de la fiesta litúrgica de la Sagrada Familia: la huida a Egipto (que ya ha tenido cumplida referencia, hace pocos días, en esta revista), la presentación de Jesús en el templo y, por último, María y José que encuentran a Jesús en el templo.

Me centro en el último pasaje, en el de los padres que encuentran al hijo en el templo, entre los doctores de la Ley, como ilustra la imagen de este texto. Unos padres que, tras haber perdido al hijo, vivieron angustiados durante unos días, hasta que lo encontraron. Su familia quedó desconcertada ante las respuestas del hijo. En aquel momento no lo comprendieron. ¿Y qué hicieron? Callar, aceptar, ponderar… Y todo siguió igual.

Igual pasa hoy en día en las cofradías. A pesar de ser una pequeña familia, esta palabra parece haber perdido su significado y deja de ser, de facto, un pilar fundamental que se debilita considerablemente.

Con el trascurrir de los tiempos estamos asistiendo a una gran mutación social que tiene como causa profunda una sociedad desvinculada, desordenada e insegura en la que crece la desconfianza y el enfrentamiento. A lo largo de décadas se ha ido gestando una cultura relativista con un empobrecimiento espiritual y personal por la pérdida de sentido y de valores. En consecuencia, se hacen muy difíciles los compromisos estables y la vivencia de la fe, lo que determina otra actitud frente a la vivencia de esa confraternidad. Todo ello parece desembocar en un vacío existencial y en el aburrimiento o hastío.

Quizás en la semilla de esta desvinculación y desconfianza se detecta cierto individualismo y egoísmo que generan islas dentro de esa familia que no dejan espacio para los demás y no escuchan ni dejan escuchar la Luz, lo que debilita y desnaturaliza los vínculos familiares inherentes a ella. Al mismo tiempo, cada vez está más generalizado un emotivismo, un relativismo o ideas de rasgos totalitarios en el que todo se basa en hacer las cosas con buena voluntad, sin importar nada más alrededor. La mediocridad en su máxima expresión.

Acciones o decisiones cuyas raíces están en el narcisismo, el yoísmo o el egocentrismo evitan tener en consideración otras opiniones por el qué dirán o si tumbarán mis ideas en lugar de enriquecerse y nutrirse de la pluralidad de opiniones, haciendo partícipes a todos de los problemas y las soluciones. Todo ello se refleja al final en una situación de analfabetismo afectivo que genera unas relaciones huecas, con enorme miedo al avance colectivo y común por el bien general. Genera, por lo tanto, relaciones familiares vacías de contenido e inútiles para acompañar, cuidar y sostener a los más frágiles y débiles, llegando incluso a aislar a miembros de la familia. En estas circunstancias solo se vive una vida líquida, con un espíritu débil, incapaz de crecer y construir un hogar, que terminará desestructurado y muriendo.

¿Acaso todo esto no lo hemos vivido recientemente y estamos viendo actualmente en nuestras cofradías? Seguro que ustedes ya habrán encontrado al menos tres casos recientes. ¿Cuántas veces nos hemos visto representados dentro de las hermandades en cualquiera de los aspectos mencionados? Y los que te rondaré, morena. La autodestrucción de las cofradías por seguir este modelo de no-familia (si se permite la expresión) es un proceso lento, pero sin pausa, que acabará en un periodo de discernimiento donde quién sabe qué resultado traerá cuando los miembros de la familia agonizante se den cuenta de su estado. Quizá entonces ya sea tarde.

 


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