02-01-2023
Mirando ansiosamente las torres de la Alhambra, estuvieron aquí un rato esperando la señal convenida. Al fin vieron brillar a los rayos del sol la Cruz de plata, y tremolar el pendón sagrado en la torre de la vela. Al lado de éste se enarboló el estandarte de Santiago, y a su vista prorrumpió el ejército todo en voces de alegría, gritando, ¡Santiago! ¡Santiago! Por último, se elevaron las armas reales, y dijo en alta voz el rey de armas: «Castilla, Castilla por el Rey don Fernando y la Reina doña Isabel.» A estas palabras respondió el ejército con vivas y aclamaciones, cuyo eco resonó largo rato por la vega. Los Soberanos entonces se hincaron de rodillas, y dieron gracias a Dios por tan gran triunfo: otro tanto hicieron todos los de su acompañamiento, entonando al mismo tiempo los coristas de la capilla real el solemne canto de «Te Deum laudamus».
(de la Crónica de la Conquista de Granada,
Washington Irving)
Sucedió
el 2 lo que estaba previsto el 6, cuando al fin entraron los Reyes Católicos en
la ciudad largamente ansiada donde reposan. Despuntaba enero de 1492 y
acontecía uno de esos hechos históricos que, a veces, se plasman en los
calendarios festivos nacionales o locales. En España resulta más que
complicado, por aquello de que casi todo se lleva a la arena política. Sea como
sea, en unas pocas comunidades autónomas hoy no se trabaja, al trasladarse al
lunes la fiesta de ayer. En Castilla y León ha traído polvareda lo de
prescindir de uno de estos lunes tontorrones (2 de enero o 24 de abril) para
marcar en rojo una fecha con sustancia, la de Santiago el 25 de julio. Esa
elección del patrono de España hizo aflorar el ramalazo anticlerical que anida
en la dirigencia de los sindicatos de clase, donde se ve que abundan los
rancios en su quinta acepción. Como no descansar este 2 de enero socavaba la
dignidad laboral y quebraba las maltrechas economías leonesa y castellana,
según decían, descansamos… y vamos de compras (¡…!).
En
medio de la vorágine navideña bien podría ser fiesta nacional esta fecha que,
por deformación procesional, nos invita a repasar, aunque sea a vuelapluma, el
poso devocional que se iba quedando en los lugares reconquistados por los
reinos cristianos a lo largo de casi ocho siglos. Todavía es posible rastrear
vestigios en la Semana Santa de diferentes regiones, e incluso esa que ejerce
de imán, de modelo y de terapia sustitutiva, según los casos, la de Sevilla, ha
escogido la poco redonda cifra del 775º aniversario de la restauración del
culto cristiano en la ciudad, es decir, de su reconquista por el rey santo,
Fernando III, para un Santo Entierro Grande el Sábado Santo. ¡Tres veces santo!
El
caso de Salamanca no consistió en asedios cristianos ante resistencias
musulmanas, pero la repoblación del año 1102 y la restauración de la diócesis
(¿acaso celebramos su noveno centenario?) atesoran como icono religioso al
Cristo de las Batallas, que también tuvo su hueco, y lo seguiría mereciendo, en
la Semana Santa local. La cruz de guía encargada a Ricardo Flecha por la
Hermandad Franciscana o la Cruz de la Asamblea Diocesana pintada por Jesús
López no ignoraron esa devoción de Reconquista amasada en leyendas cidianas, oratorios
episcopales y capillas catedralicias.
Advocación
frecuentísima la de las Batallas, con ejemplos cercanos en Macotera,
Castellanos de Moriscos o Toro, ciudad acogida a su patrocinio, aunque este
crucificado con romería el Lunes de Pentecostés realmente se vincule con la guerra
dinástica que decantó la corona hacia Isabel en 1476. El abulense, un busto de
Nazareno con la cruz a cuestas de posible origen italiano, también se relaciona
con los Reyes Católicos. Su hermandad, fundada en 1952, lo acompaña en la
madrugada del Jueves Santo. El Cristo de las Batallas cacereño es obra de
mediados del siglo XX inspirada, precisamente, en el de Ávila, y su cofradía
creada por excombatientes sale en procesión cada Lunes Santo.
En
el devenir de la Reconquista debe considerarse también a la Hermandad de
Caballeros y Damas Mozárabes de Nuestra Señora de la Esperanza, heredera de una
larga tradición que ha permitido conservar en Toledo el rito litúrgico hispano,
el propio de los cristianos bajo dominación islámica antes de su liberación.
Los mozárabes portan en andas el Lignum Crucis bajo palio y lo incorporan el
Viernes Santo a la procesión del Santo Entierro.
Sin
ánimo de ser exhaustivos, no cabe ni atreverse a enumerar la larga serie de
imágenes marianas que fueron llevadas por los cristianos a las recobradas
tierras, como la sevillana Virgen de los Reyes; las que se piensa que fueron
ocultadas y, siglos más tarde, halladas milagrosamente, como la extremeña de
Guadalupe; las que se asocian a victorias militares o a sucesos prodigiosos
durante una Edad Media en la que la Península Ibérica se movía entre la guerra
abierta y la paz concertada, como la Virgen de la Victoria en Málaga. Baste, en
conclusión, volver a Granada para fijarnos en sus copatronas. La Virgen del
Rosario tiene cofradía fundada el 5 de abril del mismo 1492, siendo Isabel y
Fernando sus dos primeros hermanos. La de las Angustias, por su parte, debe
mucho a la devoción de la reina, nacida en su infancia en Arévalo, llevada
hasta la ciudad culminante de la Reconquista y extendida a lo largo de los
siglos en el corazón de los granadinos.
Cada
2 de enero, con la discreción propia de una España que pasa de puntillas por
algunas de sus jornadas memorables, es buen momento para reparar en esas
lápidas donde están inscritas historias y leyendas, vanidades humanas y loas
divinas. Alguna que otra vez las hemos tapado con alfombras. O hemos dejado que
el viento, el agua o el polvo borren sus letras. Quizá estemos a tiempo de
aprender esa otra, aunque no nos hayan enseñado el latín, que dice Te Deum
laudamus, te Dominum confitemur. Te aeternum Patrem, omnis terra veneratur…
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