lunes, 5 de diciembre de 2022

Toros, Toros y Toros (y Tordos)

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Álex J. García Montero

 Igea sobre fondo procesión Cofradía del Yacente | Foto: La Crónica de Salamanca - jmfc

 05-12-2022

Dedicado a las «paponas» de Barbastro, Montse y Nerea

 

Tenía que suceder. Hasta ahora, todos los males habidos y por haber eran del Tío Paco, de la Iglesia o de los toros. Parece que el Valle de los Caídos va a alcanzar en sus límites a toda la inteligencia humana precipitada por un mundo cargado de pensamiento único. En Hispanoamérica, México y Colombia con prohibiciones absurdas basadas en no sé qué movimientos, asociaciones y demás ralea fascistoide travestida de animalismo. En Francia, el norte jacobino contra el sur girondino. Las cultas regiones del norte, frías e iracundas, contra el bárbaro sur bañado por el Mediterráneo o Atlántico a partes iguales, entre Iparralde o las Landas hasta la Catalunya Nord o la Provenza, con un centro occitano y alegre que nos recuerda la amplitud de miras frente a un norte más cercano a los Plantagenent británicos del Brexit o a la Prusia revivida por Hitler en Alsacia y Lorena. En España, los mismos que dicen que la fiesta de los toros es minoritaria, salen en tromba a culpar a lo minoritario del fracaso de lo mayoritario. La Iglesia, culpable; Franco, culpable; los toros, pues, culpables.

Recientemente, el señor Igea ha resaltado que en esta comunidad autónoma solo había toros, toros y toros. Pues hombre, que el toro de lidia de la democracia le haya dado a usted una cornada de padre y muy señor mío en el tafanario, no implica que el bóvido paste a placer por todos los campos de estas tierras. Es más, pastan, pacen y yacen políticos, cargos y sujetavelas a cuenta de todos. Este señor, a medio camino entre el esperpento de Valle Inclán, el agrio carácter de Unamuno y la arrogancia de Paco Umbral, pretende ser el adalid de la democracia desde su (único) escaño.

Todavía somos algunos (no creo que muchos) los que recordamos cómo lo que Sánchez excretó desde Moncloa, con confinamientos de dudosa aplicación constitucional, Igea, desde su vicepresidencia, amplió e hizo de templos, cabalgatas y cofradías su particular campo de concentración y diana de iras y reprimendas de abuelo, al estilo de los cabreos de Camilo José Cela y Fernando Fernán Gómez.

Así, tuvimos que verle reprender a la Cabalgata de Pucela, porque había mucha gente (al aire libre, claro). Marcó que en los templos hubiera veinticinco personas (número mágico de befa rima) con independencia de los metros cuadrados de estos. Daba igual estar en misa en San Esteban que en San Marcos. Y, ¿qué decir de las cofradías en las calles? Pues que se organizaron actos a puerta cerrada, como el toreo insulso, para evitar que hermandades, bandas, penitentes y prestes pudieran salir a la calle. Se creyó Carlos III, pero sin caballo, ni corona, ni cetro, pues su ilustrísima pecó de ilustrado sin ilustración. De Puerta de Alcalá no tuvo ni la del portal de su casa ni la de la sede de su partido. Teatros a tope, hemiciclos vacíos (para eso les pagamos) y templos a veinticinco; y no pesetas precisamente.

Es de traca, pues la prohibición de los toros en Cataluña, fue el origen de la falta de libertad de aquellas tierras. Ciudadanos (no sé si Partido o Partit de la Ciudadanía) abanderó la lucha por la libertad frente a unos antisistema de traje y corbata que se apuntaron al «animalisme» como se podían haber apuntado a macramé. Y resulta que, en Castilla y León, válgame Dios, el señor Igea parece estar abanderando la cuestión contra taurina. Veinticinco personas por celebración, aunque hubiera mascarillas, gel hidroalcohólico y sentido común de personas, con buenos sentimientos y con más miedo que un saco de ratones en una carbonera repleta de ferales. Y comulgando, en todos los sentidos, con lo que el doctor Igeta ordenaba desde su pedestal.

Y, las cofradías, cuando tuvieron permiso para hacer lo que quinientos años atrás nadie, salvo el alcalde de Madrid Carlos III y los gabachos invasores, con limitaciones, les habían negado hacer, se refugiaron en sus sedes para mostrar a Cristo, sin cobrar ni pagar, pues no había llegado el látex ni la estulticia promovida por Daniel Galilea, el Obispo MOPU de la A-62, el alcalde o el presidente de las cofradías del buen yantar charro. Y la gente, ordenadamente, se enchiqueró en sus capillas con la prohibición expresa de salir a la calle. Todavía recuerdo la imagen del pendón de la Cofradía de Jesús Nazareno de Murcia («Los Salzillos»), en el dintel de su Iglesia, bajo la perversa mirada de unos policías locales, libreta en mano, allí mandados para que el portador no se le ocurriera pisar milimétricamente la puntera del zapato más allá de la frontera de dicho espacio litúrgico. Y, sí, también gobernaba Ciudadanos. Gracias a personajes como el naranjito amargo, pudimos reproducir el Gueto de Varsovia en nuestros templos, iglesias, conventos, capillas, paneras y cocheras. Gracias a los liberales fuimos auténticos «tontos de capirote». ¡Ni a pulso oiga!

Y nuestros obispos callaron ante tal infamia, y gracias a ese silencio, gritaron las piedras, tronaron los altares, vociferaron los retablos, chillaron tronos, imágenes, capirotes, trabajaderas, banzos, turiferarios, dalmáticas, llamadores y exornos. Hasta el crepitar de la cera produjo estruendosas lecciones de ética ante la inanidad del solideo episcopal.

Entiendo que el actual gobierno (o desgobierno) de Castilla y León cause la ira del médico pucelano-palentino, pero hombre, parece ser que el doctor Rejalgar aterrizó ayer y que yo sepa, estuvo de alto cargo en esta maravillosa comunidad híbrida, donde el alcohol hace más estragos, entre nuestros políticos, que Rusia en Ucrania. Parece que incluso, hubo una súper woman médica que nos iba a arreglar la sanidad y no volvió a aparecer. Se creyeron Marañón y no llegaron ni a sacamuelas (y de los malos).

El problema del gobierno actual es la vagancia absoluta acompañada de exabruptos diarios y continuos, debidamente engominados. Las cifras de creación de empresas son similares a las de las ganaderías, los festejos taurinos y la aparición de nuevas cofradías. El absoluto tancredismo del sonriente Mañueco (don Tancredo y su fiel escudero Carriedo) acompañado del histrionismo de los voxeros (gran decepción para sus votantes, entre los cuales no me encuentro) va a dejar una gran herencia: que gobierne una izquierda comandada por un tal Tudanca (mansazo homónimo a la raza vacuna cántabra) por hastío del respetable. Gonzalo Semeantoja, Mariano Vacanciones y Gallardete de sifón están amochados en tablas dando derrotes sinsentido, similares a los que día a día excreta el doctor Rejalgar desde su (único) escaño.

Mientras, el gran problema seguirán siendo los toros.

Y «Unión», Europea.

Y España, «Una, Grande y Libre».

Y Brasil, «Orden y Progreso».

Y Ciudadanos, «Refundación liberal».

Y el PP, Partido «Popular».

Y el PSOE, Partido «Socialista, obrero y español».

Y Podemos, «Unidos».

Y Vox, «Regeneración y valores».

Y Castilla, «Y León».

Y León, «Cuna del Parlamentarismo».

Y Salamanca «Culta y Limpia».

Y Queipo de Llano, «Macareno».

Y los toros pían.

Y los tordos maman.

Y, sí, veinticinco. Porque yo lo valgo. O porque lo prescribo o receto. Doctores tuvieron las Cortes más que la Iglesia cojones. Y toros, toros, y toros. Y tordos, que somos todos los que mantenemos este tinglado.


 

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