viernes, 20 de enero de 2023

Semblanza de Su Santidad, el Papa Emérito, Benedicto XVI

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 Paulino Fernández

Basílica de San Pedro. Roma

20-01-2023

Quien en el siglo había recibido el nombre de Joseph Aloisius Ratzinger, en la mañana del 31 de diciembre, conmemoración de San Silvestre I, papa, partía al encuentro del Padre. El papa emérito falleció en la quietud y el silencio propios de una personalidad como la suya, sin hacer ruido y casi sin que muchos se enteraran dada la vorágine de estas fechas.

De su vida, pues es de toda su trayectoria vital y no solo de su pontificado, podemos extraer tres puntos clave que nos ayuden a comprender y construir una fe más comprometida y una relación más íntima con nuestro Señor.

El primero de ellos es su honda preparación. Joseph Ratzinger fue un gran estudioso. Un hombre de una profunda preparación intelectual y un amor por el conocimiento ‒era filósofo, no olvidemos‒ que le permitía leer y comprender los problemas del mundo, así como buscar la manera óptima de atajarlos. En su homilía en la misa Pro Eligendo Pontifice advertía de los riesgos de dejarse llevar por los vaivenes del relativismo, la idea que nos exige amoldarnos a cualquier doctrina mayoritaria en cada momento al no existir nada definitivo, pues conduce a la dictadura del yo. Frente a ello, Benedicto XVI supo ver la necesidad de una Iglesia que, cimentada en la caridad cristiana, no tuviese miedo en defender la verdad. O podemos citar también la importancia que otorgó al ecumenismo, que se reflejó en el abrazo y declaración conjunta con el patriarca de Constantinopla, Bartolomé I, a fin de cumplir el mandato evangélico recogido en Mt 28,19.

En segundo lugar, la experiencia del amor de Dios. Su fe no estaba cimentada en el conocimiento, sino en su profunda experiencia del y en el Amor. Benedicto XVI nos recordaba la alegría de ser cristianos y que la Iglesia debe ser portadora de alegría al mundo. Insistía en que el ser cristiano no se basa en una gran idea, sino en un encuentro personal con alguien. Quiso que su primera encíclica versara sobre el amor cristiano. Y hasta sus últimas palabras, según defienden algunos corresponsales vaticanos, fueron «Jesus, ich liebe dich» (Jesús, te amo).

Por último, el papa emérito destacó siempre por su serenísima humildad, que le acompañó en todo momento: en su oración pidiendo no ser elegido papa. Su presentación, en el momento de su elección como Sumo Pontífice, estando marcada por esas palabras que desarrollarían su pontificado: «humilde trabajador de la viña del Señor». El acompañamiento bajo la lluvia a los jóvenes que nos reunimos en el aeródromo de Cuatro Vientos en la JMJ de 2011. E, incluso, en un acto de humildad suprema, se hizo a un lado cuando se vio impedido para ejercer sus funciones y, sin aferrarse al poder, se dedicó a servir y trabajar por la Iglesia desde el estudio y la oración.

Por ello, todos los cofrades ‒o quienes detentamos servicios de responsabilidad en nuestras corporaciones‒ tenemos un espejo en quien mirarnos. Como Benedicto XVI, sepamos aplicar nuestros conocimientos para el bien de nuestras hermandades y, sobre todo, de la Iglesia. Como el papa emérito, busquemos siempre el encuentro con Jesús y procuremos que nuestros hermanos lo puedan experimentar; seamos alegres y portemos esa alegría cristiana que nace del amor por todo el mundo. Como Joseph Aloisius Ratzinger, seamos humildes y comprendamos que, muchas veces, nuestra presencia en la hermandad nos requiere en el apoyo orante a quienes empiezan a servir a la misma, en vez de «aferrarnos» a los cargos.

 

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