martes, 28 de marzo de 2023

Hazme instrumento de tu paz

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 Asunción Escribano

Detalle del Cristo de San Damián de Paloma Pájaro | Foto: jmfcunquero

 28-03-2023

¡Qué bella palabra –paz– que enarbolamos con tanta frecuencia mirando a lo lejos, sin percibir lo necesitados que estamos de izarla en nuestro propio interior! ¡Con cuánta facilidad ardemos ante las ofensas, y qué incapacidad la nuestra para apagar ese fuego con perdón! También en un ambiente religioso o espiritual como el cofrade y el diocesano. Por eso, hay heridas que el tiempo no cicatriza ni en las cofradías ni en las diócesis. ¿Qué esperamos de esta Semana Santa? ¿Qué vamos a pedir en nuestras oraciones los próximos días?

Aprendí el valor de la diócesis en la parroquia de la Purísima, donde mis párrocos me enseñaron a mirar hacia arriba, en una visión generosa, despegada del terruño parroquial y anhelante por formar parte de algo más grande y hermoso que nosotros mismos. Quizás por eso estoy orgullosa de haber sido pregonera de la Semana Santa de Salamanca, porque es un acto para toda la ciudad: cofrades, creyentes, ciudadanos. E igual de orgullosa estoy de haber leído mis poemas ante un Cristo que, aunque lo llamemos de la Agonía, es también el Yacente, y el de la Buena Muerte, y Nuestro Padre Jesús de la Pasión, y todos los Cristos de nuestra Semana Santa, y de la zamorana, y de la andaluza. Como todas las Vírgenes son una sola, independientemente del día y la hora en que las veneremos. Lo contrario, si acaso es fe, también es idolatría. ¿A quién vamos a adorar esta Semana Santa?

Vivimos la fe y la Semana Santa enturbiados por el humo de la hoguera de nuestras propias pasiones como creyentes inmunes a la purificación de la Cuaresma, cuyo periodo atravesamos sin dejarnos impregnar por el espíritu con el que la iniciamos: «Conviértete y cree en el Evangelio», palabras con que Jesús inició su predicación en Galilea (Mc 1,15). Y Francisco García, poeta ante la Cruz de 2023, escribe: «Has desnudado tu cuerpo/ y sus heridas/ y las heridas de mi cuerpo/ y de mi alma/ para que el encuentro sea real». Así deberíamos llegar al Viernes de Dolores, desnudos del estrés a que nos somete la ideología –palabra horrible–, el entorno politizado en que vivimos, el nacionalismo cofrade tan absurdo… Sin esas rémoras en nuestra evolución espiritual viviríamos la Semana Santa como un verdadero festín espiritual para las almas en paz. Porque no hay Encuentro que nazca de desencuentros. ¿Queremos, de verdad, encontrarnos con Cristo el Domingo de Resurrección? ¿Realmente creemos que nos encontramos con Él si mantenemos los desencuentros con nuestros hermanos?

No es sencillo, pero nos va la vida en ello. Porque sin esto nada de todo cuanto hagamos tendrá sentido. Semana Santa es tiempo de oración y de perdón. Y todo lo demás vendrá por añadidura. Pero nuestras oraciones por la paz en el mundo se disolverán por el camino si no hay paz en nuestra Tierra Santa particular. Y será otra ocasión perdida. Otro año repitiendo aquella primera Semana Santa con sus delaciones y traiciones. Me emociona profundamente cuando escucho decir a Julián Alcántara que una cofradía es una gran familia. Seamos generosos más allá aún de nuestro círculo. Miremos más alto. Vayamos a por todas. Queramos ciento volando y que digan que en Salamanca, allá donde el río Tormes une las tierras de cereales y legumbres con las de pasto para el ganado, en aquella ciudad sabia, la Semana Santa es fraternal y las cofradías son luminosas… de verdad. ¿Para qué si no pedir a nuestro patrón de la Hermandad Franciscana del Santísimo Cristo de la Humildad que nos haga un instrumento de su paz?

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