viernes, 24 de marzo de 2023

Patrimonio de las cofradías, ¿responsabilidad de quién?

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 Charo Martín Fraile

Ensayo con los hermanos de carga de la Hermandad Dominicana | Foto: Álex Lorrys

24-03-2023

Que el tiempo de cuaresma es un periodo especialmente esperado en nuestras cofradías y hermandades es bien sabido por todo buen cofrade. Lo que no tengo ya tan claro es si es un periodo en el que lo importante sea amar –limosna (amar al otro), ayuno (amarse a uno mismo), oración (amar a Dios)–, lo que, simplificando, sería la esencia del periodo cuaresmal, o bien solo es un periodo de especial bullicio «cofradiero». Porque lo reducimos a la preparación de la tan ansiada salida penitencial como acto culmen de la hermandad. Se desatan las prisas por tener todo a punto para tal acontecimiento, se organizan cabildos de salida, se realizan triduos, quinarios, actos poéticos ante las imágenes titulares, se fijan fechas para dar a conocer las novedades patrimoniales que se estrenaran en la cercana salida penitencial… en fin, gran numero de llamamientos a los hermanos cofrades que, en numerosas ocasiones, se solapan en el tiempo e impiden la posible asistencia a todos, porque coinciden en casi todas las cofradías y hermandades en las mismas fechas. Posiblemente, con agendas tan apretadas, se nos olvide que somos instituciones fraternas, constituidas en asociaciones públicas de fieles que, con el preceptivo permiso del ordinario diocesano, podemos y debemos ejercitarnos en obras de piedad.

Bajo esta premisa, no podemos ni debemos olvidar que las cofradías y hermandades son instituciones que dependen de la Iglesia y, como tales, su regulación se encuentra establecida en el derecho propio de aquella: el derecho canónico. Esto me lleva a preguntarme si en las cofradías somos realmente conscientes de que nuestro patrimonio es propiedad de la Iglesia diocesana correspondiente con independencia de quienes adquieran y gestionen esos elementos patrimoniales, que suelen ser las propias cofradías. Es decir, no somos propietarios, sino más bien solo simples usufructuarios.

Por tanto, cualquier tipo de acción encaminada al incremento o decremento de este patrimonio, debe contar con el permiso del propietario, es decir, del obispado, lo que inexcusablemente obliga a las hermandades y como tal a sus órganos gestores, las juntas de gobierno, a tener que cumplir unas normas dictadas por los órganos competentes, es decir, a pedir los preceptivos permisos para realizar cualquier adquisición o enajenación de patrimonio. Pero esto se nos olvida con frecuencia. Es más, se incumple sistemáticamente desde muchos de los órganos de gobierno de nuestras cofradías. Nos pensamos que con tener, en el mejor de los casos, el permiso de nuestros cabildos o juntas generales basta, y no es así, sobre todo cuando hablamos de incrementos patrimoniales cuyo valor crematístico es desorbitado y conlleva comprometer a las hermandades en deudas cuantiosas durante larguísimos periodos de tiempo y con documentos contractuales inexistentes. Vamos, todo un despropósito.

Lo mismo que esta moda imperante en nuestras hermandades de aceptar cualquier tipo de donación, con o sin carga modal, –cuestión esta explícitamente prohibida–, para conseguir aumentar caprichosamente un patrimonio que, en algunos casos, no es siquiera un proyecto consensuado por los cabildos o juntas generales. Es decir, bajo el nombre de «donaciones», encubrimos proyectos de aumento o mejora de patrimonio, decididas por grupos de hermanos que quieren cambiar o incluso sustituir elementos patrimoniales, saltándose todas las normas de consenso y acuerdo mayoritario del resto de integrantes de pleno derecho de la cofradía y con el beneplácito e incluso con la ayuda de la junta de gobierno correspondiente, aunque eso conlleve saltarse las reglas que rigen la vida de la cofradía.

Y a todo esto, quien debe corregir estas malas prácticas, aun sabedora de la situación, se pone de perfil, mira para otro lado y otorga tácitamente. Porque, sin lugar a dudas, lo importante es la caridad cristiana –que lo es–, pero así nos va en nuestras cofradías, hermandades y congregaciones: de mal en peor. Aunque hay quien intenta desviar la responsabilidad diciendo que son luchas internas de poder. ¡Qué equivocados están! Lo que pasa es que se hace dejación de las obligaciones inherentes a la autoridad correspondiente.

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