lunes, 29 de mayo de 2023

Inclinando la cabeza

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P. P. Mateos


29-05-2023

El Viernes Santo la Pasión de San Juan describe la muerte del Señor con estas palabras: «inclinando la cabeza entregó el espíritu». El día de Pentecostés, el último de la Pascua Jesús cumple su promesa de enviar el Paráclito desde el Padre. El Espíritu, pues, está presente en el inicio del Santo Triduo Pascual y en el final de la Pascua. Es esencial en todo este tiempo que concluye el día de Pentecostés.

Sin embargo, es, todavía hoy, una realidad desconocida entre los creyentes católicos. Los mayores se referirían a él como la Tercera Persona de la Santísima Trinidad; los demás no quiero imaginar qué respuestas darían. Evidentemente, siempre hay excepciones, pero no se trata de una realidad adyacente de nuestra fe, sino central. Por eso intentaré ofrecer algunas intuiciones que nos pueden ayudar a tratar de acercarnos a él.

La primera es compararlo con la luz. La luz no se ve, pero es lo que hace ver. Nadie ve entrar la luz en los ojos, sabemos que hay luz porque vemos las cosas. Si no, no sabríamos que hay luz. Esto podemos verlo mirando las fotos de los planetas. Vemos el planeta, pero a su alrededor vemos que el color es negro, como si no hubiese luz, pero luz hay porque el sol no da la luz por zonas. Esta es la razón por la que vemos luz en la Tierra, porque hay atmósfera, o sabemos que hay atmósfera porque hay luz.

La segunda es compararlo con el silencio. Esta vez la intuición nos dirige en sentido contrario. Si no se escucha el silencio, oímos, pero no escuchamos y de esta forma interpretamos lo que se nos dice, pero no escuchamos a quien nos habla. El silencio es el maestro de la escucha ya que con ruidos solo se oye, pero no se puede escuchar.

Ambas realidades, luz y silencio, se notan por sus efectos y su existencia es indubitable. Así es también el Espíritu, no se ve, pero es lo que hace ser. Es decir, como la luz y el silencio se notan por sus efectos, también ocurre así con el Espíritu. El fruto del Espíritu es: amor, alegría, gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, dominio de sí… pues donde se dan estos frutos está el Espíritu Santo. Si nos fijamos en los frutos no se trata tanto de cosas ni de obras como del estilo con que las cosas se dicen o se hacen.

Este estilo, el cristiano, exige inclinar la cabeza. Si no luchamos contra nosotros mismos estamos a luchar contra todos y contra todo, invalidando los frutos que deberíamos dar obedeciendo al Espíritu Santo. El estilo del cristiano ha de ser el de Jesús: preferir el amor a la vida, la vida de los otros antes que la propia para testificar que Dios es amor. Solos no podemos, es verdad, pero para eso se nos dio el Paráclito.

Seamos dóciles a sus inspiraciones.


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