jueves, 21 de septiembre de 2023

El Embroque

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Álex J. García Montero

Procesión del Cristo de la Liberación | Fotografía: Pablo de la Peña

21/09/2023

A la Peña de Cargadores «El Pájaro», de Cádiz

El castellano es una lengua muy rica y, nos guste o no, es una lengua que fue incorporando en ella numerosos vocablos de otras lenguas y modos de expresión de los habitantes de los reinos medievales de las Españas que conformaron esta piel de toro. Aún hoy en día, la RAE, con mayor o menor acierto, sigue incorporando términos en su Diccionario, no sin levantar ampollas o susceptibilidades, pues una lengua es como un pescado en el congelador, es materia orgánica preservada lista para su consumo, pero también para su letargo.

Tuve yo un excelente profesor de lengua albiónica en la Universidad de León, hoy sacerdote, en una etapa oscura en la que se me ocurrió pasar por Ciencias Económicas y Empresariales, con tanto éxito como la victoria de Feijoó, que, desde su tarima intelectual de la lengua inglesa, nos indicó que una cosa era el español, lo que hablamos más o menos en España, y otra, muy distinta era el castellano o como él decía el castellano-leonés de Castilla y León, donde se entremezclaban arcaísmos del castellano de Castilla La Vieja (otro gran profesor mío y nombrado rector de la Ponti, decía aquello de Castilla «La Joven» referido a La Rioja) y del Reino de León o País Leonés (que nadie se enfade), donde las hablas leonesas, confundidas con las astures o las propias galaicas, se entremezclaron graciosamente con el castellano. Por eso, mucha gente de fuera no comprende bien nuestros modos (nunca un mismo modo) de expresarnos en estas tierras llanas de valles, llanuras, acuíferos, páramos, mesetas, pedregales, ríos, arribes, riberas, montañas, sierras y puertos unidas bajo un sinsentido autonómico.

Sea como fuere, dentro del español, y siendo más cercano al castellano arcaico, tenemos el léxico taurino que se defiende como un auténtico cornúpeta en el albero sangriento de la globalización. Por ello, sin menospreciar otros léxicos y proliferación de acrónimos, vamos a terciar con uno de los vocablos que aúna ese arcaísmo, hipérbole, excentricidad y poli semítica del español barroco que hunde sus raíces en ese castellano y leonés hablado en las tierras vertebradas por el Duero.

Vamos pues a insertarnos semántica, semiótica y sentimentalmente en el término «embroque». Cualquiera que lo escuche, a bote pronto, si está versado en el léxico taurino, le vendrá a la cabeza un buen pareo del tercio de banderillas en el morrillo del toro echando las manos y reuniendo los rehiletes en lo que antaño se llamaba el espacio de una moneda de cinco duros. Embroque, un solo término, hace referencia a un sinfín de emociones, sentimientos, pensamientos, actos, aptitudes y actitudes de toro y torero en un instante sin pasado ni futuro. Es el puro presente de un encuentro tan eterno como efímero, tan efímero como eterno. Es una película cuyas tomas a cámara lenta podrían extenderse hasta un infinito mar de espigas al viento en Tierra de Campos.

Embroque, choque preciso a fuego lento de encina, es lo que muchas veces vivimos los cofrades con nuestros clérigos y viceversa. No es fácil la convivencia entre el clero y las cofradías. Ya saben aquello de «ni fías ni porfías ni cuestiones con cofradías». Desde el nacimiento de las Venerable Orden Tercera, primer intento serio de agrupar a los laicos en torno a las celebraciones de la Pasión, son muchos los siglos de encuentros y desencuentros (embroques y desembroques) entre las curias y los penitentes.

Partimos de una somera reflexión que es cimiento de todo. En una Iglesia arcaica, excesivamente jerarquizada y clerical, las cofradías han sido, hasta la fecha, el único espacio sinodal de decisión de laicos, vestidos de frailes con mando en plaza, más que en templo. De este modo, en cualquier crónica de una cofradía o hermandad, especialmente aquellas que cumplen cientos, siempre hay embroques y desembroques con la Iglesia. Incluso muchos cambios de sedes se pueden explicar por este motivo, o la hechura de nuevas imágenes votivas.

En la actualidad, más que por orden o mando, nuestros desencuentros vienen marcados por otro modo, más sinodal eso sí, de hacer Iglesia. En el momento de acudir a una comunidad se nos pide un montón de exigencias, pasar de ser becerrista a doctorarse en Las Ventas, en un solo instante. Del carretón al cinqueño sin escuela taurina. Que se lo digan a aquellos que lo han (o hemos) sufrido. Que si implicación en la parroquia, que si vida sacramental, que si un curso catequético, que si un escrito, que si un porcentaje fijo a Cáritas, otro a la propia comunidad parroquial… eso sí, cualquier iniciativa que eleves a la correspondiente autoridad eclesiástica tiene que pasar por un montón de sinfín de trabas burocráticas como si de una corrida de toros en la extinta Monumental de Barcelona se tratara. Menos mal que todavía no han nombrado veterinario ni asesor para superar dichas trabas, salvo que tengas la palabra de un prior y puedas hacer lo que te venga en gana.

Al final, lo deseable es un buen embroque. Un embroque soñado en tardes de carretón donde prime el sentido común. Donde se haga realidad aquello tan manido de la sinodalidad, donde entre todos decidamos el futuro de lo cofradiero. Ya lo he dicho más veces: cuando un preste me dice que le gusta la «Religiosidad Popular» huyo como de los mansos. Y no te cuento si lleva mitra, solideo o báculo, entonces la cosa torna en morucha. La experiencia viene marcada por revolcones y volteretas, cornadas y prendimientos (no precisamente de Cristo), donde haciendo hilo hemos tenido que tomar el olivo con presteza, avidez y rapidez. Los cofrades, gracias a Dios, sobrevivimos a todos los excesos y defectos eclesiales. Vienen tiempos recios donde será difícil encontrar gentes dispuestas a la triple penitencia de regir una hermandad (preparar, salir y recibir críticas).

Que los cofrades somos imperfectos. Por supuesto. Como los que más. Por eso llevamos marcados desde nuestro pecado original tridentino los valores de la penitencia y el sacrificio (hogaño tan olvidados). Y no te cuento lidiar con cleros y frailes para permisos, bulas y regalías. Que se lo digan a Javier Blázquez a la hora de tomar el timón de la Franciscana. Porque lo nuestro no son problemas. Son contingencias de la vida.

La diócesis de la A-62, mientras, en boca de todos por medio del álgebra. Los poliedros pueden atragantarse. Y Leo, arrasado por los Hércules de la hipocresía. Las columnas del Estrecho caerán. Como pasó con Sansón.

Comenzamos curso. Y seguimos con los embroques. Y desembroques.

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