José Frank Rosario, ante el Cristo de la Agonía Redentora en el Poeta ante la Cruz 2015 | Fotografía: Pablo de la Peña |
18 de junio de 2015
Al comienzo, el mundo viste sus mejores galas y José Frank Rosario escoge las más hermosas metáforas para describirlo: la mañana con tules sobre los árboles apenas iluminados. La luz que va haciéndose hueco con su rugido. Y ya, en el descenso, el mantel verde con el que se viste la tierra. Todo apunta en este inicio del poemario hacia esa tensión entre el gozo y la caída: "Viene, por nosotros,/ a ofrecer su cabeza". Pero, sin duda, es la luz la que ilumina todo el fondo, a pesar de la dureza de la experiencia del Cristo.
Pero estamos tan solo en el inicio… en el campo, todavía entre olivares: "Ya no hay cauces ni muros/ que detengan/ la gracia sin límites que con Él/ nos llega". Y entre ellos, esos dos momentos de la Pasión llegan todavía revestidos de esplendor. El léxico apunta a ello: blanco, estrellas, fulgor, quemar, fuego, hogueras… Es hermosa la poesía de José Frank Rosario. Llena de luminosidad y música. De vida: "Él les habla del futuro/ que se acerca. La vendimia/ está a punto. Del árbol, el fruto cayendo".
Lentamente va acercándose lo oscuro y sus señales que también signan el cosmos: "Explosión en los cielos y en la tierra./ La jauría aúlla, los hierros tintinean,/ alguna carcajada. En el corazón de los amigos/ el miedo." Y la sintaxis se pone al servicio de los extremos. Por ello, el poema se debate entre la oración larga, encabalgada, y el término solo, con el que se construye, como un fogonazo dolorido, el verso: "Empujones./ Bofetada./ Agitada dispersión…/ Sin compañía va el Hombre/ que tantos hombres a sus pies tuvo,/ atados por su Palabra. Oscura es la noche."
Luego…, el Cristo entra en Jerusalén, y allí, el viento. Fariseos, Pilatos, Barrabás… Los hombres todos. Y la sonoridad de lo mezquino que cobra forma en la fonética de las onomatopeyas, con las que se apunta a la culpa y a la animalización masificada frente al Hombre: "Murmuran/ como grillos, cacarean. Lanzan grititos/ de repudio, croan". "Grititos"… Hasta los diminutivos arañan. Y la tercera persona ("Te acusan sin saber que entre tus manos/ arden las ascuas del futuro cierto") que compite en fuerza con la voz, en primera, de Barrabás protagonista ("Yo, el menos inocente ha salido ganador/ y ostento recompensa") que deja deslizarse su ceguera en sus palabras: "Temo a ese hombre", "Aturdido estoy".
Después del después, el descenso. La cuesta. La subida y la caída en la cumbre y el abismo, en un oxímoron precioso que da forma lírica a la historia. Todo el poema "La cuesta" apunta a ello: "Subes", "bajas", "caer", "levantarte", "todo", "nada".
Aquí, de nuevo, la visión animalizada de los hombres como hormigas, haciéndose en su comportamiento nudo, puño todo: "Se mueven como hormigas preparando/ el escenario de tu muerte". También la tierra embrutecida se vuelve, en su ansia, alimaña: "Cavan entre piedras las fauces del hueco que tragará tu madero", y ataca el corazón y hace de él desierto: "El áspid del abandono se te enrosca/ dentro".
Tres partes en el poemario y tres tiempos que avanzan en ellas presurosos. De los olivos a la madera, y de esta a la Cruz que sostiene en su muerte al Cristo… Si la Canción de amor se iniciaba entre esponsales de luz y de promesas, termina, como no podría ser de otra manera, realizándose estas en la Misericordia, en el corazón humilde (etimológicamente) del Hombre caído. También en el del otro hombre, el poeta, que declara, hermosamente, al Cristo roto su amor total: "Te amo, Señor que tiendes este puente/ de amor inmerecido./ Te amo, Fruto que yaces en radical Misericordia." Precioso final digno de esta declaración de amor –extrema y compasiva– del cristiano, del hombre y del poeta José Frank Rosario.
Nuestro queridísimo Frank Rosario, ex dirigente del Centro Juvenil Don Bosco, Moca
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