22 de octubre de 2015
Nos encontramos en pleno proceso del XXXI concurso fotográfico organizado por la Junta de Cofradías de Salamanca para la elección del cartel anunciador de nuestra Semana Santa de 2016. De acuerdo con las bases, acabado el plazo de presentación de obras, se realiza una primera selección para descartar aquellas que no se ajusten a las mismas o no tengan la adecuada calidad técnica. Las elegidas serán posteriormente expuestas, anunciando entonces la fotografía que tendrá la misión de reclamar la atención hacia nuestra semana de Pasión.
Son muchos años, de manera ininterrumpida, los que han transcurrido desde el primer concurso, allá en 1985, para elegir el cartel de la Semana Santa de 1986. Una fórmula que se ha ido consolidando y ofreciendo extraordinarias imágenes de nuestras procesiones (recogidas en el último número de la revista Christus). No sería oportuno ahora cuestionar esta modalidad del concurso fotográfico frente a otras alternativas. Todas serían perfectamente válidas y en cualquiera de ellas nunca se conseguiría un cartel a gusto de todos. Se podrían argumentar razones a favor de unas u otras, pero a mí, particularmente, me parece muy acertada la manera que la Junta de Cofradías viene aplicando a lo largo de un periodo tan prolongado, incluso con los cambios que se han ido introduciendo.
La opción abierta me parece más idónea que elegir de antemano a un autor determinado, sea cual fuere el tipo de soporte artístico o técnico del cartel, por muchos méritos que pudieran asistir al elegido. Aunque un autor afamado podría darle mayor prestancia al cartel, el concurso abre la participación al público en general, lo que me resulta más adecuado cuando se trata de anunciar nuestra Semana Santa. La elección del autor sería una fórmula que se agotaría y traería, a buen seguro, dificultades y enfrentamientos, sin entrar a valorar otras cuestiones de carácter económico que se acabarían presentando. También me parece correcto que el concurso sea fotográfico, ya que la elección de otro soporte limitaría la participación a unos pocos capacitados en la disciplina correspondiente. La fotografía está al alcance de cualquiera y más hoy día con la proliferación de cámaras digitales, teléfonos y otros dispositivos celulares, con buenas prestaciones para la toma de imágenes.
Los seis primeros carteles se realizaron con la colaboración del Centro Fotográfico Salmantino, a quien correspondía la propiedad de las fotografías. Dos de ellos recogían unos primeros planos de nuestra imaginería y los otros cuatro, diversos momentos procesionales. A partir de 1992 las fotografías premiadas quedan en propiedad de la Junta de Cofradías. Las bases requieren que el motivo se centre en un momento procesional (generalmente del año anterior al del cartel), lo que asegura, sin eliminar la creatividad e imaginación de los fotógrafos, disponer de imágenes de nuestras procesiones, que son el objetivo sobre el que el cartel pretende llamar la atención. Durante un buen número de años, se exigía que recogiesen ambiente (cofrades o público en general), imaginería y monumentalidad. Estas normas ofrecieron un buen número de carteles con bellísimas imágenes que mostraban el perfecto acoplamiento que se consigue entre la imaginaría procesional y la incomparable escenografía de nuestras calles y monumentos. Esta exigencia ha desaparecido en los últimos años, en los que únicamente se especifica que recojan un momento procesional de los protagonizados por cualquiera de las cofradías integradas en la Junta.
El cambio me parece acertado. De un lado, se sigue centrando la atención en lo que tiene que ser el motivo del cartel: un detalle de nuestras procesiones. Y, por otro lado, se abre más el concurso a la creatividad del fotógrafo para buscar composiciones estéticas y originales, que llamen la atención hacia lo que un cartel publicitario pretende. Otro efecto que, a mi entender, se puede conseguir con el cambio (aunque no sé si buscado) reside en el hecho de que no es necesario invadir la procesión para obtener una imagen para el concurso, lo que parecía conferir derechos a los fotógrafos, afectando en algunos momentos la marcha normal de la procesión, y provocando discusiones con la gente que llevaba tiempo esperando su llegada.
El cartel anunciador de nuestra pasada Semana Santa es un buen ejemplo de la oportunidad del fotógrafo para recoger un motivo sugerente, sin necesidad de hacer acto de presencia en el desfile propiamente dicho. Muestra el instante en que unos cofrades anónimos entran en el templo para disponerse a la procesión. No es un momento procesional estrictamente hablando, como exigen las bases, aunque puede considerase una extensión de esta: a modo de "pórtico", muy propio de un cartel, la fotografía sugiere momentos de ilusión y emotividad en los cofrades al adentrarse en el mundo privado de la hermandad para iniciar la manifestación pública de su fe.
Otro cambio significativo se ha producido en la composición del jurado. Hace unos años era más numeroso y primaban los representantes de las cofradías sobre los técnicos en fotografía y publicidad. Actualmente se ha reducido mucho y está prácticamente compuesto por personal técnico, lo que debe redundar en una mayor imparcialidad (no hay, a priori, preferencias por fotografías de una u otra cofradía) y profesionalidad en las deliberaciones y decisión final. La exposición de las fotografías seleccionadas resulta un aliciente para recordar distintos momentos de la pasada Semana Santa, y comentar y discutir, según los gustos de cada uno, posibles méritos de unas u otras fotografías para haber sido merecedoras del cartel.
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