Detalle de las manos de la Virgen de las Lágrimas, que celebró su festividad hace escasos días | Foto: ssantasalamanca.com |
22 de septiembre de 2016
Contagiada por el ritmo académico, la Iglesia comienza su curso pastoral en septiembre. No espera al inicio del año litúrgico, por San Andrés, cuando se abra paso el Adviento en la transición de noviembre a diciembre. Lo culminará, como maestros y alumnos, mediado junio, semana arriba o semana abajo en torno al Corpus Christi. Para el verano quedarán unas cuantas fechas más, como el Carmen, Santiago o la Asunción, ya fuera de los programas generales asentados en los tiempos "fuertes" de Adviento, Navidad, Cuaresma, Semana Santa y Pascua.
Las cofradías no son ajenas a esta discutible costumbre eclesial, que no deja de envolver las propuestas catequéticas con aderezo escolar. Tras el parón estival, las juntas directivas vuelven a reunirse para planificar el curso y anunciar el calendario de cultos. No obstante, todavía impera en la mentalidad de la mayor parte de los cofrades el ciclo "de Pascuas a Ramos", que en el cofrade activista consiste en empezar a preparar la procesión del año siguiente nada más recoger las andas y en el cofrade procesionista se traduce en salir del templo con un revelador y terriblemente veraz "hasta el año que viene".
De vuelta al planificado y anunciado calendario de cultos, podemos advertir que en las cofradías salmantinas se sigue insistiendo, con buen criterio y no demasiado respaldo de asistentes, en la eucaristía dominical como celebración aglutinadora y cotidiana de la hermandad, ya sea mensual o cada semana, convocada por la propia asociación o uniéndose a una misa ya habitual de la comunidad parroquial o religiosa que la acoja. Celebrar el domingo significa tanto y tan bueno para la vida cristiana que ya sería suficiente con que todos los cofrades lo celebraran. Que cada cofradía apostara en serio por el domingo como su centro garantizaría una gran renovación espiritual.
En este sentido, surge a menudo el debate entre lo ordinario de un domingo, ya sea del propio tiempo ordinario, un "domingo verde", o de otro tiempo litúrgico, y lo extraordinario de una festividad dedicada a una de las imágenes de la cofradía. Buscando una asistencia mayor de hermanos, se suele aprovechar la jornada dominical, incluso desde su víspera sabatina, para celebrar la fiesta. Esto requiere una cuidadosa preparación y formación que no difumine el valor predominante del domingo, cuya eucaristía es la Pascua semanal, y nunca puede ser concebida como el complemento de un besapiés o el preámbulo de una procesión. Apreciar y conocer la riqueza del calendario litúrgico ayudaría a buscar fechas alternativas, dominicales o no, para celebrar determinadas festividades en torno a alguna de nuestras imágenes. Por ejemplo, las múltiples fiestas marianas, no todas vinculadas a advocaciones geográficas de la Virgen sino a misterios como su Santo Nombre, su Realeza, su Corazón Inmaculado, sus Dolores… o la propia memoria semanal de Nuestra Señora cada sábado, permitirían unas celebraciones marianas más armónicas que las programadas en domingo. Lo mismo ocurre con algunas fiestas del Señor, como las de su condición de Rey o Eterno Sacerdote, la Exaltación de su Cruz o su Transfiguración.
Por otro lado, los calendarios incluyen citas precedidas por triduos, quinarios o novenas, con intención preparatoria de la fiesta mayor. Un esquema bien estructurado y coherente de estos cultos más prolongados resulta fundamental para su provechoso desarrollo. La percepción realista del momento actual nos quitará la idea de esperar multitudes cada día del ciclo, pero un proyecto de peso en una hermandad no debiera renunciar a ofrecer a cofrades y fieles períodos de oración más largos que la mera festividad aislada, a la que se llega sin las debidas ambientación comunitaria y disposición personal. La adoración eucarística y el sacramento de la penitencia habrían de ser ingredientes imprescindibles en esos días.
Finalmente, hay cofradías que aún no se han decidido a potenciar decididamente sus cultos mensuales o incluso anuales. Su calendario es demasiado variable o muy escaso. Junto a la vivencia y ejercicio de la caridad y, según los casos, la manifestación externa de la fe, el culto ocupa el primer lugar en los fines de una hermandad. No perdamos de vista que el culto con menos asistentes es aquel que no se programa, y que el culto más deslucido es aquel que no se incluye en calendario.
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